Festival de Mar del Plata: la competencia permanente
Hace mucho tiempo que las competencias dejaron de ser un tema importante en los festivales de cine, a excepción de dos: Cannes y Venecia. Berlín puede estar, como festival, a ese mismo nivel (quizás un poco más abajo), pero históricamente sus premios son olvidables o directamente malos, excepción hecha con la de este año (la […]
Hace mucho tiempo que las competencias dejaron de ser un tema importante en los festivales de cine, a excepción de dos: Cannes y Venecia. Berlín puede estar, como festival, a ese mismo nivel (quizás un poco más abajo), pero históricamente sus premios son olvidables o directamente malos, excepción hecha con la de este año (la iraní A SEPARATION y THE TURIN HORSE, de Bela Tarr, fueron las principales ganadoras). Para el mercado estadounidense puede tener alguna relevancia los premios de Sundance y, hasta cierto punto, se le presta atención al premio del público de Toronto, ya que suele ser un «llamado de atención» a los Oscars.
Luego de eso, acaso Locarno, San Sebastián y -en ciertos ámbitos- los tres Tigres que otorga Rotterdam. De allí en adelante, servirán para satisfacer el ego de los realizadores, para darle alguna visibilidad mayor a los filmes en el país que ganaron (y en el que representan, tal vez) y para ganar algún dinero si el festival da premios en efectivo. El resto llena posters con procedencias exóticas y con el mismo valor que tiene llenar un currículum de una larga serie de trabajos sin importancia sólo para demostrar «cuántos premios que tengo». No quiero con esto desmerecer premios por completo. Lo que sí digo es que su notoriedad mediática tiene que ver más con la estructura narrativa «deportiva» que los medios hacen de los festivales (como si fueran campeonatos de… algo), que por el valor real de los galardones en sí.
Esto me lleva a la competencia de Mar del Plata y a algunas decisiones que me parecen llamativas. Entre las películas en competencia están las ganadores de Venecia y Locarno (FAUSTO y ABRIR PUERTAS Y VENTANAS, respectivamente) y hay otra buena cantidad de títulos que compitieron en festivales grandes (EL PREMIO y L’APPOLONIDE, por ejemplo). El caso del filme de Milagros Mumenthaler es, quizás, entendible: es una de las grandes películas del año, no puede presentarse en el BAFICI (ya que la producen una programadora y la productora del festival porteño) y darle este lugar destacado es un reconocimiento a los valores del filme. Para mí debería haber ido como Apertura o en una Noche Especial (como LAS ACACIAS), pero tal vez los productores buscaban un plus de visibilidad.
Algo parecido pasa con EL PREMIO, que fue galardonada en Berlín. Allí también se puede justificar su presencia por el hecho que es una película de historia, directora, elenco y locaciones (se filmó en San Clemente aunque es una producción oficialmente mexicana) argentinas. Pero sigue siendo algo curiosa su presencia ahí.
El caso de FAUSTO no lo entiendo: poner al León de Oro de Venecia en competencia en Mar del Plata es un poco absurdo. Desde que las reglas del Festival de Mar del Plata se «relajaron» para permitir la inclusión de películas en competencia que no sean solamente estrenos mundiales (algo que generaba competencias insoportables en los ’90), esa sección mejoró muchísimo en calidad. Uno acepta, entiende y hasta festeja que aparezcan películas ya reconocidas en otros eventos, pero que compita un León de Oro es un poco demasiado. Acaso tendrá que ver con alguna negociación con la vendedora del filme (a veces hay películas que prefieren ir a competencia porque eso les permite cobrar un dinero en sus países, como pasó un par de años con algunas películas españolas, por ejemplo), pero me sigue resultando raro. Es una película que, claramente, debería ir a la sección Autores.
Ahora bien, uno podría preguntarse qué sentido tiene hacer una competencia oficial internacional si las películas no compiten en igualdad de condiciones, al menos en los papeles previos. ¿No es mejor sumar esos títulos a las otras secciones, dejar una competencia latinoamericana, acaso una argentina y olvidarse del asunto «competencia internacional»? Dirán, de nuevo, que es el tipo de competencia que sirve como abanderada del festival: allí es donde va más gente, más prensa cubre, más sale en los medios. Pero eso sucede, también, porque la competencia está ahí, forzando ese primer plano. Toronto no tiene competencia y eso no impide una gran cobertura de todos los medios del mundo.
De hecho, uno podría decir que para buena parte de los periodistas y del público que cubren (o ven) el festival, la competencia da una falsa, por momentos, idea de «seleccionado». Y eso lleva a pensar que ahí está lo mejor. Eso, claro, obliga a muchos periodistas o «seguidores de secciones» a ver todo lo que allí dan, quedándose sin tiempo de recorrer otra secciones más oscuras. La competencia termina siendo una especie de tapón que no deja ver del todo al resto del Festival. Algo parecido sucede en el BAFICI, pero allí al menos la competencia responde a una lógica un poco más clara y entendible.
En la Viennale no hay competencia. A nadie le importa. La «competencia» sobre la que trabaja el jurado Fipresci, por ejemplo, no está ni publicada en el catálogo ni la página web. Sólo nosotros sabíamos qué películas participaban allí. A nadie le cambia demasiado saberlo, no les interesa priorizarlas (son un grupo de primeras y segundas películas seleccionadas entre todas las que se dan en el festival, entiendo, por algún criterio de calidad), ni marcan una línea clara dentro de la programación.
Entiendo que «batallar» por la desaparición de los premios en los festivales es una tarea absurda, sin demasiado sentido. Se usan, sirven comercialmente, tienen un valor deportivo, narrativo, marcan la trama. Y este año, con los premios ganados por el cine argentino desde Berlín a esta parte (AUSENTE, LAS ACACIAS, ABRIR PUERTAS…, EL ESTUDIANTE, ACCIDENTES GLORIOSOS, YATASTO, UN CUENTO CHINO y varias veces más LAS ACACIAS…) parece aún más imbécil reclamar por eso. Pero lo verán cuando las películas se estrenen: los premios no cambiarán demasiado la suerte de las películas en la cartelera (salvo en el caso de LAS ACACIAS, que ganó un premio «fuerte» en Cannes y es una historia que debería gustar al público, pero que no tiene muchos más elementos de venta que ese) y muchos se sentirán decepcionados, mirando su trofeo en la vidriera casi como pidiéndole algún tipo de explicación.
Se nota que nunca ganaste un premio. Mirá que está bueno, no te creas que no. Después de pelarte el culo durante años con tu películita, vas a un lugar en el cuál un jurado (en el mejor de los casos integrado por gente que conocés y hasta respetás) te dice: la tuya me gustó más que las otras. Y a eso no hay con que darle: es una sensación hermosa. No desestimes ver la cara de tu vieja cuando le das el troféo, aunque sea el Tatú Mulita del Casupá Film Festival. Además, en algunos casos te ganás una plata que ayuda a las producciones flacas del sur. Digamos Tokio es un festival del orto, pero te da 100 mil dólares de premio y cómo que ante esa cifra todo es relativo, no?
Más allá de esto: los premios ponen a las películas en una suerte de elite anual que les asegura en casi todos los casos distribución en territorios que sin el premio no se lograrían. Está claro que una película es igual de buena o mala antes que después de tener la cocarda y que es una idiotez eso de dar premios, pero no más idiota que dar estrellitas o clarincitos.
Los festivales tienen una parte de «evento» que hace necesario que hayan competencias y jurados y que parezca que pasa algo más allá de las películas. Eso sin duda es una lástima, pero es lo que hay, valor!
Gané premios. Me emocioné. Nada cambió en mi vida.
Me sigo emocionando, igual, pero se que no importan demasiado.
Como caricia al ego sí, claro. Pero eso es otro tema.
Yo gané (en algunos de los festivales que mencionñas en el post) y sí, me cambiaron la vida.