Diario de la Berlinale: Día 0

Diario de la Berlinale: Día 0

por - Críticas
08 Feb, 2012 12:04 | comentarios

Si mi memoria no me traiciona, fui seis veces al Festival de cine de Berlín. La primera, en 2001, fue la que marcó la aparición en el mapa de Lucrecia Martel, que ganó el Alfred Bauer Award con su opera prima, LA CIENAGA. Después volví en 2005 y repetí hasta el 2007, festivales en los […]

Si mi memoria no me traiciona, fui seis veces al Festival de cine de Berlín. La primera, en 2001, fue la que marcó la aparición en el mapa de Lucrecia Martel, que ganó el Alfred Bauer Award con su opera prima, LA CIENAGA. Después volví en 2005 y repetí hasta el 2007, festivales en los que participaron y recibieron premios EL CUSTODIO y EL OTRO, respectivamente. Después volví a tomarme unos años de descanso y repetí 2010 y 2011, donde estuvieron en competencia películas como ROMPECABEZAS y UN MUNDO MISTERIOSO. Esto es: hoy arranco mi séptima Berlinale en doce años. A Cannes también fui siete veces, pero en un lapso mayor de tiempo (en 15 años) y a Venecia fui solo cuatro, con lo cual el de Berlín es uno de los festivales que más y mejor conozco (no cuentan Bafici y Mar del Plata en este asunto).

Hay algo bastante curioso con la Berlinale. Raramente es un festival que está a la altura de los otros de su misma categoría en términos de calidad, pero de cualquier manera siempre resulta placentero y estimulante ir. Uno sabe que la competencia oficial tiene baches insalvables y salvo que le toque ser jurado (yo tuve que serlo dos veces), uno se permite dejar en ocasiones la competición de lado y explorar otras cosas. Y la enorme cantidad de filmes que hay en la Berlinale siempre te permite la posibilidad de encontrarse con perlitas, todavía más que Cannes y Venecia, festivales más acotados en su estructura. Berlín tiene cientos de filmes desparramados en las paralelas, y siempre hay una abundante cantidad de filmes asiáticos, de documentales, de películas experimentales, que permiten dejarse llevar hacia zonas diferentes. Claro que la «curaduria», en su amplitud, también genera una buena cantidad de decepciones, pero raramente uno no tiene cosas para ver.

Berlín es apasionante, también, por un dato si se quiere banal: está extraordinariamente bien organizado. Muy pocas veces algo ha fallado o ha estado fuera de lugar. Es muy raro tener un problema y no poder solucionarlo. Las reglas son claras, uno las sigue y las puertas se abren (o no) según las circunstancias. No hay que torcer ningún rumbo, hacerse amigo de nadie, pedir favores. Nada. Todo está -o no está- de manera muy clara y sin grises.

Claro que tiene cosas en contra: el frío puede ser mortal, las películas no siempre nos motivan a madrugar y muchas veces uno se encuentra encerrado en esas diez cuadras con forma de rompecabezas que tiene Potsdamer Platz, zona de la ciudad donde transcurre casi todo el festival, y de la que uno puede casi no moverse si así lo desea o lo obligan sus compromisos fílmicos. De hecho, siempre digo que por más que haya pasado, técnicamente, más de dos meses de mi vida en Berlín, siento que conozco poco y nada fuera de los cines y la zona que rodea al epicentro del festival. Algunos restaurantes más alejados, tal vez, pero las cenas tampoco cuentan demasiado. Uno no tiene una perspectiva real de la ciudad.

No me imagino a Berlín en verano, por ejemplo. Es decir: he visto fotos, sé que existe, pero no logro concebirla. Para mí es una ciudad siempre fría y nevada, donde oscurece antes de las 5 de la tarde y hay que vivir amoldándose entre el frío de la calle y el calor infernal que hace en  todos los espacios cerrados. En el último año me han puesto en un hotel más cercano al festival (antes estaba lejos y tenía que ir y venir en taxi), pero lo cierto es que esas 9/10 cuadras que me separan del Palast pueden volverse un infierno si uno pretende caminarlas, a la noche, con 10-15 grados bajo cero.

Uno siempre termina la Berlinale cansado y ligeramente decepcionado: con los premios, con las películas, con el festival en sí. A la hora de hacer cuentas, luego, se da cuenta que muchas de las grandes películas del año las vio ahí (en 2011, Bela Tarr, Asghar Farhadi y Ulrich Koehler, para empezar nomás) y al año siguiente, si se da la posibilidad, decide volver. También, claro, la posibilidad de salir un poco del agobiante calor de un febrero porteño es algo prometedor: con 35 grados de calor uno piensa que 10 bajo cero suena maravilloso. A las 48 horas se da cuenta que no es tan así…

Este es un año que, en principio, ofrece la misma mezcla no demasiado apetecible, en principio, entre películas menores de Hollywood, autores de segunda línea y algunos preestrenos con figuras famosas. Claro que después está el Forum y Panorama para sorprendernos, pero la Competencia -salvo las excepciones de Miguel Gomes, Christian Petzold, Brillante Mendoza y algún que otro más- no despierta demasiada fascinación. Pero hay nombres ahí que pueden sorprendernos, que conocemos poco (Fliegauf) o nada (Spiros, el griego de apellido impronunciable), y que pueden asombrarnos cuando menos lo pensamos, como pasó el año pasado con Farhadi sin ir más lejos.

La participación argentina es pequeña este año. ESCUELA NORMAL, de Celina Murga, en Forum. La cordobesa SALSIPUEDES, de Mariano Luque, también en Forum. Y la salteña NOSILATIAJ-LA BELLEZA, de Daniela Seggiaro, en Generation 14 Plus. Las vi las tres y son muy buenas películas: arriesgadas, creativas, más o menos complejas, interesantes de explorar. Las últimas dos, claramente, tienen ese «plus» que le dan sus escenarios y personajes del interior profundo de la Argentina (un look tercermundista que rinde muy bien en Europa), pero las películas no son simplemente eso. Son filmes que intentan ir más allá del mero detalle, si se quiere, «folclórico», para ofrecer relatos estructurados de manera muy peculiar y con algunas escenas notables.

Hablaré más a fondo luego de las películas argentinas, de las de la programación que ya vi (bah, creo que LA DAMA DE HIERRO ya dije que es horrible y no creo que haga falta repetirlo) y de las que iré viendo en mis días allá (ocho nada más, me volveré antes esta vez). Así que, si el pronóstico del tiempo no lo impide, arranca otro año con el festival de Berlín. Allá vamos…