Diario del Festival de Berlín – Parte 1
Me resulta difícil entender del todo a la Berlinale. Juro que hago esfuerzos, que intento explicarla y explicármela, justificar las películas que están en función de criterios de programación que ni yo mismo entiendo, pero creo que sigo sin lograrlo. Cuando la cosa se pone realmente fastidiosa, siempre pienso que -a diferencia de Cannes y […]
Me resulta difícil entender del todo a la Berlinale. Juro que hago esfuerzos, que intento explicarla y explicármela, justificar las películas que están en función de criterios de programación que ni yo mismo entiendo, pero creo que sigo sin lograrlo. Cuando la cosa se pone realmente fastidiosa, siempre pienso que -a diferencia de Cannes y Venecia- se trata de un festival para el público, no sólo para la industria, y que ciertas películas entran en ese «marco de amplitud», de pensar que «a alguien le puede gustar». Pero, claro, eso no justifica cualquier cosa. El BAFICI es un festival para el público y, sin embargo, no se ven las películas impresentables que a veces pasan por acá.
Dicho esto, hoy no fue un día del todo malo en el festival. Pero, en cierto sentido, fue peor que eso. Fue por momentos intrascendente. Pasarse un día entero de un festival viendo películas intrascendentes de directores poco importantes es bastante parecido a perder el tiempo. Prefiero ver una mala película de un gran autor, o un zarpado ejercicio de un desconocido. Pero cuando uno ve una película sosa, mediocre, de esas que «se dejan ver» y se olvidan rápido, que no son ni lo suficientemente malas como para marcharse ofendido ni buenas como para entusiasmarse demasiado, queda una sensación de vacío. El «cine correcto» es uno de los grandes problemas de ciertos festivales de cine. Y Berlín tiene mucho de eso…
Digamos, mis primeras seis películas (sí, seis… bah, cinco y media) pueden entrar en una categoría de «películas que no están mal» (bah, pensándolo bien, una sí está muy mal…). Son propuestas distintas, algunas más comerciales, otras más jugadas estéticamente, pero ninguna lo suficientemente potente como para ser muy recordable, o del todo lograda en su propuesta. Veamos…
La única película que vi el día que llegué (jueves) fue A MOI SEULE, de Frédéric Videau (Competencia), una película centrada en una adolescente que se escapa de la casa en la que un hombre la tenía secuestrada y encerrada desde niña. El filme es muy distinto a MICHAEL, que toca un tema parecido: el secuestrador no es un abusador de niños, lo que quiere es compañía, que la chica lo quiera, que se enamore de a poco de él. En ese sentido, no está ni el miedo, ni la intensidad, ni el morbo de la película austríaca que estuvo en Cannes el año pasado. Y además, de entrada sabemos que la chica sale de ahí. Lo que la película cuenta, en dos tiempos, es cómo fue la vida de la chica allí y cómo se adapta ahora a «la libertad» cuando en realidad está internada en una especie de clínica psiquiátrica.
MICHAEL era irritante porque ponía al espectador a ser partícipe, casi «socio» de este abusador de menores. Aquí eso no sucede, pero la distancia no crea ningún otro clima ni efecto superador. Como exploración psicológica es por lo menos obvia -corre por los caminos del «síndrome de Estocolmo», digamos- y su evolución narrativa es entre predecible y tediosa. No creo que nadie recuerde este filme en unos meses y, lo peor es que me hizo revalorizar MICHAEL, película que odié en su momento, pero que ahora al menos noto que tenía un punto de vista más fuerte y más claro. Discutible, obvio, pero propio.
Entiendo que, en algún lugar, me contradigo. Siempre me fastidió la «película impacto», esa que se vende en festivales a partir de una idea fuerte y supuestamente escandalosa. Y ahora parece que me quejo de lo opuesto, de un cine blando y sin riesgo. Pero no creo que sean opuestos tan sencillos y directos. Entre una película «escandalosa» y una «anodina» hay un universo cinematográfico posible.
El viernes empezó, a las 9 de la mañana, con AUJOURD’ HUI, una película del franco-senegales Alain Gomis (Competencia). Recuerdo que sus dos anteriores, L’AFRANCE y ANDALUCIA pasaron por BAFICI y me habían gustado bastante. Aquí apuesta por un estilo de autor, elegíaco, a lo Theo Angelopoulous, o cierto cine autoral de los ’60/’70 en los que un personaje repasa de alguna manera toda su vida a lo largo de un día. A eso, súmenle ese tono medio impostado, tirando a teatral o «cuentito» que tienen muchos cines africano y la combinación podría ser indigesta. No lo es -salvo algunos momentos- y eso es lo que la torna, de vuelta, «una película que no está mal». Y punto.
La excusa argumental es que un hombre se levanta y todos le dicen que al fin de ese día morirá. No se sabe si es un ritual, un sacrificio, una premonición o un llamado de los dioses. El protagonista es un hombre joven y sano, pero se ve que en ese pueblo la muerte avisa con anticipación para que uno tenga tiempo de despedirse y arreglar algunas cuentas personales. Y eso es lo que él hace. Encarnado por el actor y poeta estadounidense Saul Williams (que casi no habla en toda la película, es más bien testigo de lo que los demás le hacen o dicen), este hombre es llevado por sus amigos y vecinos a recorrer el barrio y luego se larga por la ciudad y visita a viejos amigos, a una ex novia, al enterrador y a su mujer e hijos, con los que parece no estar mucho en contacto.
Un dato no menor es que el hombre ha vuelto a su país después de estudiar en los Estados Unidos y que esa «muerte» bien puede ser la idea de volver a un lugar en el que nada puede pasar. Pero, en realidad, el filme va hacia un recorrido interior del personaje y llegará a su mejor momento sobre el final, cuando conozcamos más de su vida personal. Allí la película por fin hace un poco de silencio y ese tono elegíaco puede sentirse intensamente. Pero llegar hasta ahí por momentos es arduo, especialmente si uno es un espectador al que no le fascina particularmente esa especie de «sobreactuación para la cámara» que marca el ritmo y el tono de buena parte del filme. Pero, de vuelta, la película no está mal…
De todas las que vi, la más arriesgada y personal, la que se aleja más del tono «se deja ver» que vengo manejando, es KID-THING, de los hermanos Zellner (en el Forum), que tenían una película llamada GOLIATH que desconocía. Es una película bastante extraña (alguien la definió como a mitad de camino entre Harmony Korine y Terrence Malick y no es del todo una mala definición) y se centra en una nena de unos diez años que anda sola en una casa de campo bien white trash en Texas. Su padre es un inútil a todo servicio y se la pasa perdiendo el tiempo con un amigo (los interpretan los directores), y la nena no hace otra cosas que tirar objetos, disparar armas, hacer llamadas telefónicas agresivas e investigar lo que pasa en un enorme pozo en el que encontrará una sorpresa, acaso la más bizarra de todas.
La película es original, curiosa, divertida por momentos, muy amarga en otros, y con ideas visuales interesantes. También es errática, fallida y peca por reiterativa, como la vida sin mucho sentido de este maravilloso grupo humano. Con sus dificultades, sin embargo, es la película que más me gustó de todas las que vi. Prefiero una película irregular y fallida por arriesgarse a tirar ideas y ver si algunas salen bien, que películas a las que no se le cae una sola idea propia en dos horas.
La cuarta película que vi es la que pintaba para ser la mejor del día, pero se me fue cayendo en el camino. Se trata de KEEP THE LIGHTS ON, de Ira Sachs, un veterano de la movida «indie» norteamericana, con filmes como DELTA y FORTY SHADES OF BLUE. Este filme (en Panorama) arranca como una versión menos clínica y más «empática» de SHAME, pero con un protagonista gay y su intensa vida sexual. Es 1997 y este buen hombre (Erik, un documentalista de origen danés que vive en Nueva York) termina conociendo a un joven que trabaja en una editorial, un rubiecito con peinado Justin Bieber, del que se enamora. El filme seguirá las idas y vueltas de esta pareja, pero siempre desde el punto de vista de nuestro protagonista, por lo cual resulta difícil conocer del todo bien a quien él considera «el amor de su vida» y a los espectadores le puede parecer alguien remoto, ajeno, que no amerita los esfuerzos que el protagonista hace para mantener la relación.
Los «esfuerzos» tienen que ver con que su pareja es adicto al crack y, pese a varias intervenciones, rehabilitaciones, idas y venidas, no logra salir del todo nunca, con lo cual la relación se vive tensando y complicando permanentemente, siendo siempre Erik el que perdona, soporta y sostiene la relación. Durante la primera hora tuve la sensación de estar viendo una gran película, que había logrado meterme en la intimidad de esta persona con naturalidad y que Sachs manejaba bien los espacios, los silencios, lo que contar y lo que no. Hay algo del cine ligado a la tradición «cassavetiana» del naturalismo neoyorquino que le sienta muy bien y eso es lo que más aprecié en esa hora.
El tema es que la película sigue y sigue, y hay un momento -al menos para mí, como espectador- en que la pareja se vuelve una causa perdida, y lo que antes parecía amor, devoción y paciencia de parte del personaje, ahora ya parece de una fragilidad extrema y casi fastidia verlo seguir luchando por una pareja que no puede funcionar. A esa altura, la imposibilidad de conocer más a su novio se vuelve en contra, ya que es un enigma que no parece ameritar tanto sacrificio y entrega. Me dio pena ver la película caer en esa última media hora, pero de cualquier manera creo que es una película que sí tendrá una «vida comercial y/o festivalera» y me da la impresión que es una extraña opción de «gay date movie», aunque no la recomendaría para una primera cita…
Vi la mitad de la película de Angelina Jolie, IN THE LAND OF BLOOD AND HONEY, por un motivo técnico: estaba hablada en serbio y con subtítulos en alemán, y no manejo ninguno de los dos idiomas. Y luego cerré el día con DICTADO, del español Antonio Chavarrías. Pero de esas dos películas, flojas ambas, hablaré en otro post. Es que todavía no han tenido su estreno oficial en Berlín y además ya se me hizo muy tarde… Es cierto, estas eran las dos películas que justificaban el tema de inicio de este post (ambas son las más anodinas, sosas y «prolijas» de todas), pero hay que dormir también, en la medida de lo posible…
PD. En CLARIN hoy verán un texto mí sobre TAN FUERTE Y TAN CERCA. Ya la había visto en Buenos Aires, antes de salir, aclaro…
Este año no estoy allí para aguantar el frío polar ni la maratón de películas.
Mi consejo a la distancia: menos cine y más cerveza y schnitzel.
Hay que cuidar la batería mental. Si te la gastás toda en los primeros días con malas o flojas películas, después no hay formar de recargarla.
Gran abrazo, mande saludo a Wolf, Monteagudo & Cía, y muy buena la cobertura!
El problema es el jet lag. Si no empiezo a dormirme antes de las 3am, no hay forma de recuperar baterias.
You know!
Querido Diego: mi impresión, en parte fundamentada por trabajar para otro festival alemán, es que el cine americano y el que se parece a éste es el cine que gusta al público alemán (y a muchos de sus programadores y críticos). Alguien como Kluge, Syberberg, Karmakar, por citar algunos directores excepcionales, pertenecen a otro paradigma, y, si bien hay excepciones, incluyendo sectores liberados de la misma Berlinnale, los festivales alemanes piensan en demasía en el público, lo que no resulta muy distinto que subestimarlo.
Los críticos de Hamburgo, por ejemplo, siempre eligen títulos americanos cuando tienen que elegir el premio que le corresponde dar a ellos. El año pasado lo hicieron una vez más, aunque en esa ocasión, justo era una que estaba buena: Take Shelter. Literalmente, allí el cine se concibe como un arte de contar historias, y para ellos, el modelo es el americano, y no precisamente el cine clásico americano.
Lógicamente, hay cinéfilos, pero mi impresión es que hoy son minoría. Sigo leyendo y esperando por esas películas que siempre están escondidas y que un buen ojo como el tuyo sabe detectar. Saludos desde México. Abrazo. RK
Ojalá pueda. El problema es que no puedo evitar esas películas… Bah, problema cuando son flojas. No me molesta si hay buen cine comercial. El tema es que lo que acá eligen suele ser tirando a malo.
Igual, vengo de doblete Taviani y Petzold que ya me hizo el día…