Homeland: la paranoia, la obsesión y la locura

Homeland: la paranoia, la obsesión y la locura

por - Críticas, Series
14 Mar, 2012 05:59 | comentarios

Nunca vi 24. No soy excesivamente fanático de las series de televisión tipo thrillers en el sentido clásico. Alguno podría decir que THE WIRE o BREAKING BAD son, a su manera, thrillers, pero no estoy de acuerdo. Son series que se centran en la construcción de personajes, esencialmente, a quienes luego hacen jugar situaciones que, […]

Nunca vi 24. No soy excesivamente fanático de las series de televisión tipo thrillers en el sentido clásico. Alguno podría decir que THE WIRE o BREAKING BAD son, a su manera, thrillers, pero no estoy de acuerdo. Son series que se centran en la construcción de personajes, esencialmente, a quienes luego hacen jugar situaciones que, por la tensión que generan, podrían considerarse «de thriller». No creo que sea lo mismo.  ¿Por qué no veo series así? Siempre pensé que ya veo demasiadas películas que siguen ese formato de suspenso y lo que me interesa de las nuevas series de televisión es más la capacidad, a lo largo del tiempo, de profundizar en personajes, comportamientos. Digámoslo de otra manera: un thriller de 12 horas de duración puede ser un exceso, una historia con grandes personajes puede durar el tiempo que sea necesario.

Claro que esta autolimitación me ha hecho perder, seguramente, grandes series. Pero me mantengo fiel a mis principios. No quiero ver «plot, plot, plot» («pasó esto, lo otro, después otra cosa más y así»), prefiero investigar lo que las series tienen de «novelesco», su posibilidad de profundizar en personajes, en mostrar sus contradicciones, sus idas y venidas, sus cambios. Si hay algo en lo que siento que se diferencian las buenas series del cine es que en las películas, por lo general, el «arco psicológico» de los personajes suele ser, más allá de algún traspié, bastante directo. Van del Punto A al Punto B. Y no hay mucho misterio en el medio. Claro que hay excepciones, muchas, pero por lo general pasa eso.

La serie televisiva, la posibilidad que tiene de que conozcamos decenas de personajes a lo largo de horas y horas de ficción, permite que esos personajes crezcan, cambien, retrocedan, giren, den las vueltas que el guionista sea capaz de imaginar. Claro que esto puede ser potencialmente peligroso. Todos hemos visto telenovelas de años y años en los que los personajes ya pasan a ser cualquier otra cosa de  lo que fueron en un principio. No me refiero a eso. Me refiero más bien a un crecimiento de personajes en el que se exhiban sus contradicciones, sus zonas grises, y que esas tengan una relación más o menos lógica con lo que venimos viendo y no sean trucos, trampas, «manotazos de ahogado».

Cuando me topé con HOMELAND no sabía muy bien en cuál de estos dos registros me paraba. Me daba la impresión en los primeros episodios de que estaba ante un thriller político en el cual los personajes alcanzaban el normal grado de desarrollo que deben tener para sostener nuestra atención a lo largo, en este caso, de doce capítulos. Pero no mucho más. No pensé, no supuse, que la serie escarbaría más y más a fondo en las personalidades de sus personajes, al punto de que la trama sobre si el marine norteamericano que volvió tras ocho años de encierro en Afganistán se transformó en un terrorista, pasó -al menos para mí- a ser algo secundario. En realidad, no es un tema secundario, sino que es un asunto que se volvió más atrapante a partir de conocer las contradicciones de los personajes.

Por un lado, claro, está el Marine Brody (Damien Lewis), pero principalmente -al menos para mí- la serie alcanza sus mejores momentos en manos de Carrie (Claire Danes) y Saul (Mandy Patinkin), los dos agentes de la CIA que tratan de descubrir si hay o no alguien tratando de cometer un acto terrorista en los Estados Unidos, si puede o no ser Brody, y cuál sería ese acto que intenta cometer. Pero más allá de eso, lo que nos atrapa de la serie es la distintiva personalidad -y los problemas- de cada uno, y la particular relación padre/hija que mantienen.

SPOILERS DE TODO TIPO DE AQUI EN ADELANTE, ESTAN AVISADOS.

Con el correr de la serie veremos que Brody y Carrie entablan una relación enfermiza. Hasta muy tarde no sabremos cuánto uno sabe del otro y entre ellos hay un juego que va del interés real (los dos estuvieron en «Middle East» y se entienden en ese aspecto) a la sospecha permanente. Carrie está casi segura que Brody se ha pasado a Al-Qaeda y será el que cometerá el atentado, mientras que él de a poco va revelando sus cartas y recién al final sabremos qué es lo que quiere y porqué. Es decir, el hombre intentará cometer un acto violento, pero por motivos un poco más complejos que el simple «fanatismo islámico» al que se habría convertido. Brody, en su encierro y tras experimentar la violencia estadunidense en Medio Oriente, en realidad planea una especie de ataque «moral» contra sus propios jefes. Martirizarse, en un punto, en función de limpiar el nombre de sus amados Marines y de un país que ha adoptado y hasta aceptado la tortura y la delación como métodos válidos.

Esa complejidad política que va desarrollando la serie en su segunda mitad fue, para mí, importante. Siendo una adaptación de una serie israelí, durante la primera parte me parecía que -más allá de sus intentos por no ser excesivamente incorrecta en lo político-, la serie parecía justificar el espionaje sin permiso, el chantaje emocional y era inevitable sentir que, más allá de las vueltas de la historia, uno se quedaba con la sensación de que todo musulmán era potencialmente sospechoso. Por suerte, en este aspecto, la serie pegó un giro sobre el final que pone las cosas en una zona bastante más gris, en la que los políticos y militares norteamericanos son prácticamente los mayores responsables del caos que se vive.

Pero la serie no sería lo que es si no fuera por el personaje de Danes. Una mujer muy inteligente, obsesiva y solitaria, Carrie es además bipolar. Está medicada y controlada, pero la enfermedad en la última parte de la temporada hará su aparición de una manera tal que ya no se la podrá ocultar. Tanto Brody como sus jefes y hasta su compinche Saul empezarán a mirarla con sospecha, empezando a pensar hasta qué punto lo que dice es sensato o está en pleno delirio causado por la falta de medicamentos. Esto llevará a una de las situaciones más densas de la serie en los últimos dos capítulos, en los que Carrie sabe (y sólo el espectador comparte esa información con ella) lo que va a pasar, pero es inevitable, y hasta comprensible, que la tomen por loca. Por más que insista sobre los planes criminales de Brody, hay muchas cosas que impedirán que le crean: la relación entre ambos que terminó mal, por un lado, y la necesidad de ella de volver a ser tenida en cuenta por la CIA.

Hay, sí, exceso de vueltas de tuerca (uno de los males endémicos de las series de largo aliento, que sí o sí necesitan tirar «un gancho» al espectador de episodio a episodio, llegando a tirar muchas veces de más de la  «cuerda de lo plausible»), pero lo que me interesó en particular de HOMELAND es que, a diferencia de muchas series que arrancan profundizando sobre personajes para luego ir centrándose cada vez más en resolver asuntos de trama, aquí dejaron las revelaciones y complejidades psicológicas hasta el final. De hecho, en los últimos episodios son centrales, si bien se enganchan muy directamente con la trama de suspenso.

Es cierto, como dicen muchos, que HOMELAND tiene algo de THE  MANCHURIAN CANDIDATE (EL EMBAJADOR DEL MIEDO, de 1962, de John Frankenheimer) tanto por su trato de las consecuencias psicológicas de un conflicto bélico, como por el importante «plot point» ligado a un intento de asesinato con armas de largo alcance a una figura política. Pero creo que logra separarse de ese modelo gracias a los personajes que construye, entre los que hay que destacar especialmente, como dijimos, a Saul (excelente Patinkin) y al clave personaje de la hija de Brody. Personajes contradictorios, conflictuados, indecisos en cómo ubicarse en esta guerra de nervios.

Como decía antes, lo que me interesó en la última parte de la temporada fue cómo la serie trataba el tema médico, que cobró tanta importancia como el desenlace político (si bien está directamente relacionado, claro). El «descenso» a la manía de Claire, que es bipolar, deja una fuerte huella en el espectador que se ha acostumbrado a verla y cree conocerla a partir de lo que vio de ella en los episodios anteriores. Más allá de lo que se pueda opinar del «show off» actoral de Danes (a mí me gustó mucho, pero entiendo que a algunos su excesivo «look at me, I’m acting here!» los agote), la sensación de ver a un personaje querible entran en esa zona frágil e indefensa es muy duro. Y el final de la temporada -la última escena- es contundente por eso: más allá de dar una pista de cómo la trama va a seguir, no tenemos idea de cómo ella va a salir de semejante situación. «Acordate de eso», se dice Carrie en el quirófano, cuando recuerda algo que linkea a Brody a Al-Qaeda y cuando está perdiendo la conciencia y a punto de entrar en una zona «ISLA SINIESTRA» de la serie.

¿Cómo volverá en la próxima temporada?