SCARFACE y DRIVE: la acción y el gesto

SCARFACE y DRIVE: la acción y el gesto

por - Críticas
06 Mar, 2012 10:23 | comentarios

El otro día veía SCARFACE, que no había vuelto a ver en dos décadas por lo menos, y lo primero que me llamó la atención no fue ni la actuación (o el acento) de Al Pacino, ni la estética tan particular del filme. No. Fue la música. No recordaba con detalle hasta qué punto la […]

El otro día veía SCARFACE, que no había vuelto a ver en dos décadas por lo menos, y lo primero que me llamó la atención no fue ni la actuación (o el acento) de Al Pacino, ni la estética tan particular del filme. No. Fue la música. No recordaba con detalle hasta qué punto la música con reminiscencias «disco» de Giorgio Moroder databa la película en una fecha muy concreta y específica: principios de los ’80. Es el tipo de score que raramente se usa para épicas de este tipo (hasta De Palma tiende a recaer en otro tipo de músicos, como Pino Donaggio) y que le daba un tono y una presencia muy especial a la película. La música de SCARFACE, el «color» de SCARFACE, los tiempos de sus planos y escenas, los planos secuencia ampulosos que son marca registrada del director, le dan a la película un aura muy particular y personal. Me cuesta pensar en otras películas de esa época con un clima parecido (y no hablo de películas berretas ni de series de TV como MIAMI VICE), ya que ni siquiera explora el camino por ese entonces en alza de la edición videoclipera. No, SCARFACE es un extraño engendro de formas estéticas (y actuaciones) de los ’70 con un cierto neoclasicismo pop que empezaba a brotar en los años posteriores, digamos, en la primera mitad de los ’80.

El impacto de SCARFACE me hizo recordar un estreno de la semana anterior que había visto mucho tiempo antes, en festivales. Se trata de DRIVE, de Nicolas Winding Refn, una película que tiene algunos puntos de contacto con la de De Palma. En especial, en lo relativo a la música. DRIVE también tiene un score de tecno-pop o synth-pop (o, digamos, una zona mixta entre la música disco y el pop más electrónico) y también procede a contar la historia con tiempos y formatos que retrotraen a los ’70 y, si se quiere, hasta los años ’60. En ese sentido, DRIVE es un híbrido entre el cine del Nuevo Hollywood de los primeros ’70, con una actitud y un look (y la música claro) de una década después. Todo esto para contar una historia que transcurre en el presente. Esa, tal vez, sea la principal y más notoria diferencia entre ambos filmes. Lo que en uno es «contexto» en el otro es una decisión estética que se hace notar por su sola presencia.

Lo que en SCARFACE es una reacción lógica a la estética específica de una época, en DRIVE es entonces una decisión «retro». No hay nada «retro» en SCARFACE: es así porque alguien habrá pensado que era la forma más actual y efectiva de filmarla. DRIVE, en cambio, se inscribe en el apartado filme homenaje, filme ejercicio. La opción de DRIVE no es necesariamente criticable: el retro o los filmes que imitan u homenajean un estilo y una época en particular no son condenables per se. Pero lo que Refn no consigue hacer, al menos para mí, es que esa cruza de referencias no cronológicas (algo parecido pasaba con el mix & match de EL ARTISTA, que usa la música de VERTIGO, de 1958, para una película muda que transcurre tres décadas antes) consiga vida propia, sea creíble, respire naturalmente. Es una película de gestos, una imitación a filmes de samurais, al Alain Delon de las películas de Jean-Pierre Melville, a los Steve McQueen, los CONTACTO EN FRANCIA y siguen las firmas. Aunque «lookeada» de manera ochentosa…

El «gesto», la cita, la referencia de DRIVE funciona por momentos, pero el viaje del «héroe» (Ryan Gosling) termina siendo como un juego de sombras, una pantomima que nunca logra salir de ese universo «metalinguístico». No termina de haber vida en DRIVE. Lo que hay es «imitación de la vida». O, para ir más lejos, «imitación del cine». Y entonces uno aprecia algunos momentos, valora algunas secuencias, le divierten ciertas escenas y personajes (como Albert Brooks), pero le cuesta conectarse con las supuestas «emociones» a las que la película va intentando llegar en su desarrollo.

SCARFACE, en ese sentido, funciona de manera opuesta. Nunca es del todo cool ni medida. Siempre es excesiva, bordea la autoparodia, se desata y se va de los márgenes «apropiados». Pero esa misma exageración (de todo, desde los sets a las actuaciones, a lo que hacen los protagonistas y a cómo la cámara los filma) es la que le da un impulso vital, operático, que DRIVE no tiene. Y así es que la película medida, densa y ajustada pierde por nocaut con este desfile de freaks que termina siendo SCARFACE, «freaks» que nos importan, más allá de que sus acciones sean repulsivas, especialmente frente al «conductor» del filme de Refn, que parece tener códigos morales más férreos.

Es cierto que es una comparación algo injusta: son dos películas que poco tienen que ver más allá de ciertas cuestiones específicas. Pero el estreno casi simultáneo de ambas me lleva a compararlas. Un tema no menor es que Refn es danés y para ellos (los europeos en general, no los daneses específicamente) el cine americano es menos algo que -de alguna u otra manera- refleja «la vida» y más un catálogo de gestos y poses icónicas. Un universo que empieza y termina en el cine. En SCARFACE, más allá de la confesa cinefilia de Brian de Palma, la película se roza todo el tiempo con eso que podemos llamar «realidad», por más estilizada que sea la forma. Hay un contacto ahí, una conexión, que a los cineastas norteamericanos se les da de manera casi natural y los europeos transforman bastante habitualmente en «referencias».

No se hacen hoy películas como SCARFACE ni como DRIVE, por distintos motivos. La primera, se escaparía de los cánones de lo aceptable para una gran producción comercial. Y DRIVE se maneja en ese enrarecido segmento de filmes (ver EL AMERICANO, del holandés Anton Corbijn, con George Clooney, que tiene algunas características similares) que funcionan como espejos/reflejos de un cine que se hizo en algún momento y al que resulta «cool» homenajear. SCARFACE no quiere ser «cool»: el tiempo, en cierto sentido, la transformó en eso. DRIVE busca serlo desde el primero de sus planos. Y eso, al menos da la impresión ahora, queda excesivamente en evidencia.