MAD MEN: el «Barcelona» de las series

MAD MEN: el «Barcelona» de las series

por - Críticas
14 Jun, 2012 06:12 | comentarios

Es raro lo que me pasa con MAD MEN. No salgo a verlo desesperadamente la misma medianoche del domingo, ni siquiera el lunes a la mañana. Claro que no me olvido de «conseguirlo», pero lo puedo dejar días y días hasta verlo. Por circunstancias, puedo acumular dos o tres episodios y verlos después. Y, cuando […]

Es raro lo que me pasa con MAD MEN. No salgo a verlo desesperadamente la misma medianoche del domingo, ni siquiera el lunes a la mañana. Claro que no me olvido de «conseguirlo», pero lo puedo dejar días y días hasta verlo. Por circunstancias, puedo acumular dos o tres episodios y verlos después. Y, cuando finalmente los veo, tampoco tengo la necesidad de ver uno tras otro en plan maratón. Al contrario: veo uno, lo dejo madurar un tiempo, veo el otro, y así. Eso podría darme la impresión de que no se trata de una serie que me apasiona, que no me absorbe ni me mete en la necesidad de avanzar en el relato. Pero cada vez que veo otro episodio o, como ahora, termino una temporada, me doy cuenta no sólo cuánto me gusta, lo complejo y rico que me parece su mundo, sino que tengo la sensación de que ese mismo tiempo que le doy al relato para «avanzar» es el que termina transformando a MAD MEN en una serie no sólo inusual, sino esencial.

Lo que me une a ella no tiene que ver con una cuestión de «plot points»: pocos eventos funcionan en la serie de esa manera. Si los giros narrativos -o los hechos fuertes que suceden a lo largo de la serie- son importantes, lo son por cómo modifican o alteran las vidas de sus personajes, no por los hechos en sí. No hay «cliffhangers» virulentos y raramente un capítulo termina pidiéndote casi de rodillas que pongas el otro a continuación. Al contrario. Matt Weiner parece decir: estas cosas pasaron en este episodio, déjenlas «macerar», que acumulen su peso, y luego seguimos.

Es que, a diferencia de la mayoría de las series que veo, MAD MEN maneja un formato de avance narrativo que no es frontal, ni directo, no acelera salvo en momentos muy específicos (que no son necesariamente los típicos o esperables) y gira -de eje, de personaje y de situación- de una manera acompasada, como si la circulación de la información y de las sensaciones fueran parte integral del placer de verlo. En ese sentido, uno podría decir que MAD MEN es el Barcelona de las series de TV: más allá de que llegue o no llegue a «convertir», es un placer verlo jugar, ver cómo circula mágicamente ese balón entre personajes, como va hacia adelante y vuelve para atrás, dando la apariencia de que el secreto de su funcionamiento está, finalmente, en ese pase corto, en la posibilidad que cada personaje tiene de ser parte de un todo y, a la vez, tener sus momentos de lucimiento y «explosión» personal.

Esa forma de avanzar en bloque, lenta y cadenciosa, otorga a los episodios de MAD MEN una belleza intrínseca, una enorme cantidad de contradicciones (dos pases para adelante, uno para atrás; mucho «toque lateral», algunos rotundos «cambios de frente») y da la sensación de que casi ninguno de sus elementos puede desprenderse del todo solo. Y aún cuando se agregan nuevos personajes (jugadores, para seguir con la comparación futbolística), como es el caso de Megan Draper, que tuvo una inesperada participación este año, da la sensación de que el «balón narrativo» sigue fluyendo elegantemente, incorporándolos. Así, cuando llegan los momentos fuertes, «los goles», se aprecian mucho más: no fueron un golpe de suerte, un impacto, sino el resultado de un trabajo muy sutil que se fue armando de a poco. De la misma manera, como el «Barsa», hay veces que se puede volver reiterativa y obvia, transitando por caminos ya conocidos y probados, pero uno siempre tiene la sensación que aún en esos momentos «pedestres» un toque de magia puede aparecer.

Claro que MAD MEN tiene su Messi y ese es, obviamente, Don Draper. Es la figura que atrae la atención, el eje por donde la trama tiene que pasar muchas veces para «electrizarse», para aportar lo inesperado, lo magnético, lo fascinante. Este año se podría decir que Draper estuvo más medido que en otras temporadas (pensaba dejar la comparación futbolística acá, pero ahora pienso que fue una temporada «muy Iniesta» de Draper y que Roger Sterling o Pete Campbell tuvieron momentos más «electrizantes»), pero de cualquier manera sigue siendo el centro del universo MAD MEN, el personaje con el que los demás se miden en relación: si los personajes crecen, si no crecen, si reinciden o no reinciden, todo se ve a través del prisma de Don y de la relación que los demás tienen con él.

Así, en las diez horas de narración que nos dejan estos 13 episodios de la quinta temporada de MAD MEN, vemos pasar un año en la vida de una docena o más de personajes (hay más, pero digamos que una docena de ellos «se pasan la pelota») y, contextualmente (a través de las noticias, de algunos episodios que invaden la narración o de los mismos cambios culturales de los personajes, o de arte y vestuario) vemos cómo los ’60 van apareciendo en todo su esplendor, ya con Beatles y Kinks en una banda sonora que hasta hace muy poco sólo traía standards y temas de jazz de los ’50 y primeros ’60.

MAD MEN es tiempo. Tiempo en movimiento. Avances y retrocesos. Contradicciones. La eterna pregunta si podemos o no cambiar. Las evoluciones e involuciones. Los dilemas morales de sus personajes. Las culpas que manejan. Lo que muestran, lo que ocultan. Siempre encuentro fascinante la manera en la que todos los personajes (antes era Draper, ahora son más Campbell o Sterling) pueden cometer actos irresponsables, estúpidos o directamente maliciosos y, en el mismo momento, dejarnos la puerta abierta a que los entendamos, aún sin justificarlos. «Cada uno tiene sus razones», decía en una frase ya repetida hasta el hartazgo el cineasta Jean Renoir. Y de alguna manera citarla acá es central: como el cine de Renoir -me viene a la memoria LAS REGLAS DEL JUEGO pero pueden ser muchas más-, tenemos a varios personajes en una narración en cierto sentido circular y donde todas las fuerzas que se cruzan o se oponen pueden ser igual de válidas. Dependerá, claro, del espectador y de su propio universo de sentido, darle más entidad a unas o a otras.

 

EL PARRAFO SIGUIENTE TIENE BASTANTES SPOILERS!!!


Hay varios episodios fuertes en la temporada: el suicidio de Pryce, que Joan sea «convencida» de prostituirse para conseguir una cuenta, el viaje de LSD de Sterling, el crecimiento laboral, la pedantería y el complicado «affaire» de Campbell, la partida de Peggy, la obesidad y los conflictos que eso le provoca a Betty Draper, la sorprendentemente ambiciosa Megan Draper, y la cada vez más «complicada» hija de Don, por citar sólo algunos de los personajes y conflictos claves de la temporada. En el centro, más como distribuidor de juego esta vez (por eso lo de Iniesta, o Xavi…) que con situaciones obviamente jugadas que atravesar, estuvo Don Draper, casi implotando por sus contradicciones morales y personales.

El final de la temporada da pie a pensar de que Don volverá a ser quien era, o que al menos está tentado a serlo. Y ese pequeño «cliffhanger» es suficiente para tenernos enganchados hasta el año que viene. En el interín, en todos los meses que vienen, de a poco, con esos tiempos más «humanos» que «de concentración dramática» que la serie en muchos momentos tiene, la temporada terminará por calzarnos en toda su medida. Y los que seguramente cambiaremos también seamos nosotros. En esa dialéctica, en ese discurrir de sus vidas y de las nuestras, está el secreto de esa gran, enorme, serie que es MAD MEN.