Woody Allen y la época de oro

Woody Allen y la época de oro

por - Críticas
28 Jun, 2012 10:37 | comentarios

El martes por la noche, antes de entrar al Cine Club Núcleo a ver A ROMA CON AMOR, me crucé en la entrada del Gaumont con un cineasta de unos 31, 32 años que me dijo que le había gustado la película. «Es simpática, la vas a pasar bien», me dijo, sonriente. Se trata de […]

El martes por la noche, antes de entrar al Cine Club Núcleo a ver A ROMA CON AMOR, me crucé en la entrada del Gaumont con un cineasta de unos 31, 32 años que me dijo que le había gustado la película. «Es simpática, la vas a pasar bien», me dijo, sonriente. Se trata de un director de películas bastante experimentales y al que suelen gustarle pocas cosas, por lo que me sorprendió su «sintonía» con Woody Allen. Pensé que el viejo neoyorquino ya no era una referencia cool entre los que son más jóvenes que yo. Le contesté con una mueca que, calculo, expresaba «lo dudo mucho» y entré a la sala.

Tenía razón. La pasé moderadamente bien, me resultó simpática, tonta, juguetona, bastante boba, pero inocente y sin pretensiones de ser otra cosa de lo que es. O, de hecho, si tiene esas pretensiones, están lo suficientemente escondidas en un segundo plano como para que lo que salga a la luz sean los livianos pasos de comedia que la película tiene. A diferencia de MEDIANOCHE EN PARIS, Allen no intenta mostrarnos su conocimiento de «la era dorada» de la ciudad, sino que la usa de fondo para historias que, más allá de ciertas particularidades específicas, podrían suceder en cualquier lado.

Me doy cuenta que, últimamente, las películas de Allen con las que mejor me llevo son las más livianas, zonzas, las que mucha gente tiende a despreciar. Diría que la que más me gustó en los últimos años fue SCOOP, despreciada por todos o casi todos. Tal vez me gustó por esa liviandad, o puede ser que la presencia de Allen le agregue una cuota importante a mi disfrute. Es que el tipo, lo quieras o no, te hace reír cuando aparece y empieza a hablar. Lo comprobé en las tres o cuatro oportunidades en que lo entrevisté. El dice «hoy me levanté un poco resfriado», con cara de preocupación, y todos nos reímos (la mayoría de las entrevistas suelen hacerse en grupos, aclaro). Habla de la muerte sin atisbos de querer hacer broma alguna y es imposible no sonreír. El efecto Woody Allen. O al menos, creía yo, el efecto que Allen produce entre los que crecieron durante su, digamos, época de oro.

De eso, más que de A ROMA CON AMOR, quería hablar aquí. ¿De qué hablamos cuando hablamos de la época de oro de Woody Allen? ¿De los ’70? ¿De los ’80? ¿De la época en la que cada uno lo descubrió y quedó maravillado? ¿La época de oro es la de Woody o es una nuestra, de una inocencia, aprendizaje y juventud en la que lo que él decía sonaba como una especie de música de identificación intelectual para nuestros oídos? ¿Y cuando se acabó esa «época de oro»? ¿Se le acabó a él o se nos acabó a nosotros?

Pensaba todo esto después de ver la película y recordando las palabras que el cineasta de 31, 32 años me había dicho antes de entrar a la sala. «Es simpática, la vas a pasar bien». Imagino que, por su edad, habrá empezado a ver películas de Woody Allen en la época que muchos consideramos como la del comienzo de su decadencia, en la segunda mitad de los ’90. Imagino, también, que habrá recuperado las anteriores películas de Allen en DVD. Pero su impresión inicial tal vez fue, digamos, LADRONES DE MEDIO PELO.

Quizás, a partir de esa primera impresión, para él Woody Allen sea alguien que hace películas simpáticas en las que uno la pasa bien. Para los que empezamos a ver Allen a mediados de los ’80, es otra cosa. Supongo que para los que empezaron a verlo al principio de todo, también es otra. Y los que arrancaron con ANNIE HALL, otra diferente también. Mi primera película de Woody Allen fue BROADWAY DANNY ROSE, seguida por LA ROSA PURPURA DEL CAIRO y HANNAH Y SUS HERMANAS. Ya era 1986 y estoy prácticamente seguro que ahí fui viendo las anteriores tanto en VHS como en algunos ciclos y retrospectivas (olvídense del Torrent). En un punto, a mis 15-18 años yo era un poco como el personaje de Ellen Page en el filme (me tomaba muy en serio a mí mismo y a «mis autores de referencia»), sólo que no me daba cuenta entonces. Y ese Allen se había transformado en una referencia intelectual inevitable en ese momento de mi vida.

El Woody Allen de los ’80, si se toma la década de manera integral, es el más serio de todos (o así lo veíamos). En los ’70, más allá de INTERIORES y en cierta medida MANHATTAN, buena parte de sus filmes son mayormente cómicos. En los ’80, seguramente coincidiendo con alguna etapa suya, el elemento cómico baja un poco y sale afuera algo más oscuro. Los ’90 fueron confusos, perdidos, con algunas muy buenas películas (MARIDOS Y ESPOSAS, TODOS DICEN TE QUIERO, LOS SECRETOS DE HARRY) mezcladas entre otras bastante flojas y más cómicas, pero que igualmente uno recuerda con cariño porque las podía considerar sólo como «divertimientos».

Salvo MATCH POINT y en cierto punto EL SUEÑO DE CASSANDRA, la última década es de comedia bastante simple y turismo cultural. Vemos a Allen transformado en una versión cómoda y hasta perezosa de sí mismo, que reproduce con menor y menor efecto, cada vez, los chistes sobre Kierkegaard y Dostoyevsky que funcionaban -o nos funcionaban- en los ’70 y ’80, pero hoy nos parecen tan simplotes como las citas del personaje de Page. Y las risas del público de Núcleo -carcajadas- me hacían pensar que estaba ante quienes descubrieron y amaron al Allen del principio y hoy, como él (son casi de la misma edad), se sienten cómodos y seguros en ese mundo de referencias culturales «sofisticadas», humor de salón y paseo por la Fontana Di Trevi.

Así como en MEDIANOCHE EN PARIS esas risas me fastidiaron, en A ROMA CON AMOR me pasó algo diferente: me relajé y la disfruté. No sé si tanto como ellos, pero la pasé bien. Y fue ahí mismo que me quedó claro nuevamente que, tal vez, Woody Allen jamás fue ese gran, profundo y complejo cineasta que el mito popular creó. Pudo haber flirteado con Bergman y Fellini (cliches, casi, de la «profundidad en el cine» para ciertas generaciones), pero su universo es el del «shtick», el del humor (judío, stand up, etc) vuelto «yeite», convertido en «figura retórica», más cerca de Billy Crystal que de Michelángelo Antonioni. Es un comediante que ha tenido momentos de particular brillantez y otros de poquísima lucidez, pero su fuerte siempre han sido ciertas bromas que, en un contexto adecuado, funcionan a la perfección. Hace 35 años lo hacían con la elite cultural de entonces. Hoy, lo hacen con el público de Núcleo. De hecho, es probable que sean las mismas personas…

Hay un Woody Allen para cada generación y la mía -la que se lo tomó muy, demasiado en serio- es la que debe terminar por relajarse y acostumbrarse a que Allen es un simpático y algo envejecido comediante que nos tira algunas amables bromas sobre el estado de su mundo (la fama, los amores perdidos y encontrados, el sexo, ya saben…), con algunas observaciones lúcidas pero no especialmente agudas y con un timing cómico que le debe más, especialmente en esta película, a la «comedia a la italiana» que al humor neoyorquino. Ese espejo en el que A ROMA CON AMOR se refleja (aceptamos la convención de que este tipo de humor nos cierra mejor si transcurre en Italia y con bastantes actores italianos) hace que aceptemos -bah, que yo acepte- la película mejor que la «pretensión» con la que Allen se quería poner a una imaginaria altura de lo que para él es la cultura francesa en MEDIANOCHE EN PARIS.

Hoy veo una serie como LOUIE y veo en Louis C.K. a un comediante que conecta con una zona de humor similar a la que Woody conectaba en los ’70. El estilo es distinto, pero como Louis dirige, escribe, actúa y produce su propia serie, es inevitable compararlos. Quizás, en 40 años, si no es olvidado, Louis CK se vuelva un acto de cabaret de sí mismo, regurgitando bromas que en su momento fueron tópicas y que en el 2050 sean nostálgicas, viejas y banales. El tiempo de nuestros comediantes es nuestro tiempo y vamos envejeciendo con ellos. La época de oro de la comedia será, para algunos, la Italia de los ’50, para otros la norteamericana de Allen, Neil Simon y Mel Brooks, la de Saturday Night Live y sus primeros capocómicos para otros (ahí entro yo) y la de los posteriores para los de 30 y menos. La generación que creció con Allen, o la que sigue prefiriéndolo antes que a Bill Murray, Steve Martin o Will Ferrell, es la que seguramente mejor conectará con sus filmes. Los comediantes que hacen sus rutinas en función de su conexión con el mundo que los rodea -escribo esto recién enterado de la muerte de Nora Ephron- quedan bastante marcados por el tiempo en el que viven y la cultura con la que se conectan. No es fácil trascender esa conexión. Pocos lo han hecho (hablo de comediantes/humoristas, no cineastas como Sturges, Lubitsch o Wilder) y en Allen se nota fuertemente esa desconexión. Lo que queda es el «shtick». Si vieron a Billy Crystal conducir los Oscars, saben a lo que me refiero con eso…

 

PD: A ROMA COM AMOR fue la primera película de Woody Allen que fui a ver con mi hijo Tomás, de 17 años. No era la primera película suya que él veía, pero sí la primera que veíamos juntos. Se río, pero poco. Le pregunté si no le había gustado. Me dijo que sí, pero que no le había parecido una comedia.