El cine versus las series de TV: ¿una batalla de formatos?

El cine versus las series de TV: ¿una batalla de formatos?

por - Críticas
27 Ago, 2012 06:18 | comentarios

Uno de los fenómenos más llamativos de estos últimos (cinco, diez) años es el gran crecimiento en la valoración crítica de las series de televisión, algo que viene sucediendo en todo el mundo y que ya alcanzó un grado de verdad indiscutible. No lo voy a poner en duda: soy parte de los seducidos por […]

Uno de los fenómenos más llamativos de estos últimos (cinco, diez) años es el gran crecimiento en la valoración crítica de las series de televisión, algo que viene sucediendo en todo el mundo y que ya alcanzó un grado de verdad indiscutible. No lo voy a poner en duda: soy parte de los seducidos por ellas, los que las celebran y festejan, los que las siguen semana a semana. Y soy de los que se suman a la idea de que, en comparación con lo que produce el cine hollywoodense, las series están mostrando un nivel de excelencia a años luz de la mayoría de las películas.

Es cierto que la lógica del mercado televisivo es muy distinta a la del mercado cinematográfico y la mayoría de las series que admiramos podrían ser comparadas al cine independiente de los Estados Unidos. Es ese, en definitiva, su mercado y su público. En internet todas las series son iguales (archivos de un peso determinado), pero su inserción en el mercado no es pareja. Una serie de HBO, FX o AMC puede tener mucha repercusión crítica y un muy amplio público para ese mercado, pero siempre será muy inferior al de la gran mayoría de las series que se pasan por las grandes cadenas. Y las «series de aire» que mejor repercusión tienen en la crítica no suelen ser las más vistas ni mucho menos. Esto es así ahora y lo ha sido siempre.

De cualquier manera, sin ponernos a analizar serie por serie y década por década, convengamos que es cierto, que la televisión estadounidense pasa por una Edad de Oro y que el cine de ese país, no. Los motivos son muchos y generalmente tienen más que ver con la economía que con otras cosas (presupuestos, masividad, nichos de público, mercados, etc.). Pero también hay diferencias estructurales, narrativas, que han hecho crecer a las series frente a las películas, como es la posibilidad de acceder a una historia más rica, compleja y generosa (en tiempos y personajes) que se desarrolla a lo largo de mucho mayor tiempo que en el cine. Lo hemos dicho en otras ocasiones, pero lo podemos repetir: el cine tiene por lo general la «extensión» de un cuento, una serie de varias temporadas tiene las de una gran novela.

Sin embargo -y aquí vienen los problemas a los que intento referirme en este post-, tengo la impresión de que «no todo es color de rosa» en el universo de las series. Y no me refiero a que haya series malas (las hay, muchísimas, uno sólo selecciona un pequeño grupo de ellas) o al hecho de que, aún las que vienen precedidas de una enorme expectativa, no las cumplan (como, para mí, es el caso de THE NEWSROOM) sino a algo intrínseco a su estructura narrativa.

Todo esto comenzó por un comentario en un post que alguien hizo aquí mismo, hace más de un mes. Sus palabras, inesperadas, me empezaron a hacer dudar de muchas de mis certezas con respecto a las series. El comentario respondía a otro comentario, en un debate sobre EL CABALLERO DE LA NOCHE ASCIENDE, en el que alguien decía que la película le había parecido larga. La respuesta decía así: «Ultimamente a todo el mundo las películas se le hacen largas. Lamentablemente, una película suele durar más que una serie de HBO».

El comentarista (un tal H) se refería, claramente, a un episodio de una serie (no a una temporada). Y creo que tiene razón. Me pasa a mí, cada vez más, que las películas se me hacen largas, y si superan las dos horas, eternas. Más allá del agotamiento o el cansancio que genera esta profesión, el comentario me hizo sentir que había algo en la lógica narrativa atada a una duración específica de las series que iba ganando fuerza en el público. Si uno se empieza a acostumbrar a un desarrollo narrativo que se extiende entre los 48 y los 60 minutos (margen de duración que suelen tener las series dramáticas; las comedias van entre los 22 y 25, aproximadamente), es inevitable que los filmes de 100 minutos o más empiecen a «hacerse largos».

Esto, para mí, va más allá de la calidad o no de las series, de lo bien o mal que manejen esa estructura episódica. Lo cierto es que la mayoría de ellas va formateando a un espectador que se acostumbra a arcos narrativos de 48 minutos, a «beats dramáticos» armados en función de los cortes televisivos -o de ir manteniendo a un espectador sentado sin que quiera cambiar de canal-, a desarrollos de personajes medidos casi con un mapa de minutos y segundos. No digo que el cine hollywoodense no haga lo mismo, pero el arco de formas es un poco más amplio y generoso. No sólo por los tiempos diferentes que puede tener una película, sino porque existe todavía la idea de que el espectador cinematográfico pagó una entrada y no se irá en la mitad del filme. Esperará, tendrá algún tipo de paciencia, para que cada filme despliegue su estructura narrativa específica.

Es cierto, me podrán decir, que el consumo cinematográfico es cada vez más hogareño y una película vista por cable puede ser abandonada cuando las cosas no se resuelven con el «beat» esperado (cuando se hagan «largas», «aburridas»), pero todavía creo que hay un gran margen de «consumo elegido» en el cine, y que si uno alquiló, compró, pagó un «pay per view» o bajó una película por internet, generalmente la ve entera. Es un producto en sí mismo («stand alone», dirían en la jerga) y si no satisface al cliente, el problema se acabó ahí. Una serie tiene que seducirte a largo plazo: no sólo gustarte hoy sino «engancharte» para la semana que viene, con los recursos específicos que eso implica. No comprar «el producto» en una serie, implicaría abandonar en el primero o segundo episodio un consumo que debería ser de meses y/o años.

Todos estos requerimientos económicos involucran -por lo general, hay excepciones- un sistema de convenciones de estructura narrativa que el espectador va, de a poco, asimilando. Y es ahí donde las películas nos empiezan a parecer largas, donde los tiempos cinematográficos a muchos les resultan pesados, aburridos, lentos. Y si eso sucede cuando hablamos de películas de Hollywood -el debate nació hablando de EL CABALLERO DE LA NOCHE ASCIENDE-, no quiero ni pensar qué le sucederá al espectador consumidor de series cuando se enfrenta a un cine de autor, algo más exigente, menos estructurado, que despliega su ritmo narrativo propio, no necesariamente formateado por nada.

Reconozco que el planteo que hago es, en cierto sentido, contradictorio. Las series tienen un tiempo más extendido que permite a los personajes y sus historias ganar en complejidad, pero cada episodio de esas mismas series suele ser un relojito de «plot points» (y las temporadas también, pero eso ya es otra historia) que, en comparación a muchas películas, es bastante más armado y fijo. Estoy seguro que los comments van a hacer mención de las series que no son así y estarán en lo cierto. A mí me fascina LOUIE porque se caga, literalmente, en ese tipo de convenciones y estructuras. Y siento que MAD MEN, por ejemplo, tampoco parece muy «perseguido» por ellas. Pero aún otras series que me gustan mucho (ahora me sale pensar en BREAKING BAD o HOMELAND) precisan de estos mecanismos serializados para funcionar por episodio y entre episodios.

El debate «cine versus televisión» podría seguir eternamente. No sólo la estructura narrativa cambia, también los diálogos, el manejo del espacio, la ausencia de determinadas estéticas, la dominación del «realismo psicológico». La televisión se ha vuelto «cinematográfica», dicen muchos, pero sigue teniendo un sistema que es propio. El problema está cuando uno quiere trasladar ese esquema al cine, o se va acostumbrando tanto a él que lo cinematográfico le empieza a resultarle ajeno, extraño.

Me reconozco adentro del problema. No sólo las películas se me hacen cada vez más largas, sino que hasta cuando una serie dura 58 minutos en lugar de 45 (como es el caso de THE NEWSROOM) ya uno siente que algo sobra aunque no sabe bien qué. Es como volver a la idea de la canción pop de 3 minutos. Nadie duda que muchas de las mejores canciones de la historia duran eso o menos, pero el problema es que un tema de 5/6 minutos nos empiece a resultar insoportable; y que determinadas melodías nos parezcan molestas porque no se adaptan a lo que nuestros oídos esperan.