Rápido y furioso: el cine de Tony Scott

Rápido y furioso: el cine de Tony Scott

por - Críticas
22 Ago, 2012 05:42 | comentarios

Como muchos de los que empezamos a hacer crítica de cine en la década del 90, arranqué en esto con la «verdad revelada» de que Ridley Scott era un gran cineasta y su hermano menor, Tony, que se suicidó al saltar de un puente días atrás, un «vendehumo» (en su caso, literalmente). No es ilógico […]

Como muchos de los que empezamos a hacer crítica de cine en la década del 90, arranqué en esto con la «verdad revelada» de que Ridley Scott era un gran cineasta y su hermano menor, Tony, que se suicidó al saltar de un puente días atrás, un «vendehumo» (en su caso, literalmente). No es ilógico haber pensado así. Ridley era el creador de LOS DUELISTAS, ALIEN y BLADE RUNNER, y si bien para fines de los ’80 ya había dejado en claro que su carrera no consistía en una obra maestra tras otra, películas como THELMA & LOUISE (1991) y, mucho después, GLADIADOR (2000), lo mantendrían a la vista de todos en el puesto del hermano talentoso de la dupla, el premiado, el ganador de Oscars, el «Sir» de la familia. Si bien coincido que los tres primeros filmes de Ridley son impecables, nunca fui un gran fan de su cine de ahí en adelante, ni siquiera de THELMA & LOUISE. De toda su carrera posterior, diría, con las únicas películas que me llevo bien son LA CAIDA DEL HALCON NEGRO y, en menor medida, GANGSTER AMERICANO.

Pero con su hermano me pasó lo opuesto. En tanto el cine de Ridley caía en pozos de enorme inanidad (1492, CORAZONES DE HEROES, CRUZADA, LOS TRAMPOSOS, UN BUEN AÑO…), el de Tony parecía volverse más complejo e interesante. EL ANSIA siempre estuvo a mitad de camino entre la película de culto y el placer culposo, pero el resto de las películas de su primera etapa (TOP GUN, UN DETECTIVE SUELTO EN HOLLYWOOD II, REVANCHA, DIAS DE TRUENO) sólo parecían mostrar un talento para el ritmo y la velocidad, y un estilo clipero sacado de su experiencia en la publicidad. Y todo eso en el marco de películas producidas por la entonces temible dupla Simpson & Bruckheimer. Era, por usar una comparación áspera pero bastante realista a lo que se sentía entonces, el Michael Bay de la época.

Entonces fue que llegaron EL ULTIMO BOY SCOUT, ESCAPE SALVAJE y MAREA ROJA, y si bien el interés que despertó en muchos el cine de Tony Scott tenía más que ver con el aporte, oficial o no, de Quentin Tarantino en los guiones, había algo evidente, a nivel estilístico al menos, que demostraba que Tony empezaba a explorar con nuevas formas sin nunca renegar del todo de su apego al estilo «fast and furious» que lo había hecho famoso y que mantendría hasta el final de su carrera. Personajes más complejos, fracturas en la forma y la organización del relato, y el comienzo de su asociación con Denzel Washington, tal vez el actor que mejor incorporaría y transmitiría sus ideas sobre el cine.

Si bien Tony siempre se rodeó de ese tipo de actor americano eficiente y propulsivo que a mí tanto me fascina y que se caracteriza más por poner su talento al servicio del relato que por el lucimiento personal (Bruce Willis, Kevin Costner, Tom Cruise y veteranos de enorme sobriedad como Gene Hackman y Robert Duvall), Denzel ofrece la combinación perfecta de todos esos elementos, otorgándole además una suerte de «seriedad» que está implícita en la personalidad del actor, nunca forzada por el guión o por el «contenido dramático» de la historia. MAREA ROJA es el ejemplo perfecto de esto: casi una pieza teatral sobre la lucha de poder entre Denzel y Hackman que nunca se va para el lado del show-off actoral. Uno podría resumir diciendo que mientras Tony apostó por Denzel, Ridley lo hizo por Russell Crowe, un actor que ha sabido trabajar también en «tonos menores», pero al que hay que controlarlo para que no se dispare hacia la zona UNA MENTE BRILLANTE. Con Denel eso no pasa casi nunca…

Para mí, la película que marca ese «salto de calidad» en el cine de Tony Scott es ENEMIGO PUBLICO que, como dijeron varios tras su muerte, fue un filme «adelantado a su tiempo». Supongo que hoy (post 11/9, Patriot Act, la saga Bourne, etc.) no la veríamos como una película del todo original, pero en ese entonces (1998) su paranoia antigubernamental sonaba excesiva, poco realista, exagerada, para terminar siendo casi realismo puro tres años después. El filme recuperaba el tema y el suspenso de los thrillers políticos de los años ’70 como TRES DIAS DEL CONDOR a los que le sumaba el estilo frenético de edición, los cortes «cliperos» y acelerados (seguía siendo una producción Bruckheimer después de todo) y una intensidad inusitada.

JUEGO DE ESPIAS era una película eficiente, pero no del todo destacable, y HOMBRE EN LLAMAS era violenta, intensa y cruda, como correspondía al material original, aunque cierta pirotecnia propia de Scott parecía más interponerse en el camino que «ayudarlo». DEJA VU, en cierto sentido, continúa la saga «paranoica» de ENEMIGO PUBLICO, mezclando policial y ciencia ficción con una trama de esas que parecen existir «cinco minutos en el futuro». Allí, el uso habitual del corte furioso, de las decenas de cámaras, de la relación entre lo «real» y lo «filmado» (lo que se hace y lo se ve hacer dentro del relato, forma de seguimiento y estructura narrativa que volvería con todo en LA TOMA DEL METRO 123 e IMPARABLE) estaba directamente incorporado a la trama, parecía ser la puesta en imágenes del estado mental del protagonista más que una imposición estilística del director, como había sucedido otras veces. Es, sin duda, su obra maestra, la combinación perfecta de todos los elementos que hicieron grande su cine.

Tengo la sensación de que de allí en adelante, Scott entendió que esa cualidad de su cine tenía que ser algo intrínseco a sus temáticas (uno podría pensar hasta que punto el estilo desarrollado por Paul Greengrass en sus dos películas Bourne no lo puso un poco celoso) y realizó dos películas que calificaría como experimentales: LA TOMA DEL METRO 123 e IMPARABLE. Imagino que pocos las verán como tales, pero son claramente experimentos en velocidad, en movimiento, en estructura de relato en acción. Diría que poco importan aquí las convenciones dramáticas y psicológicas (si bien se ocupa de plantearlas, son secundarias) y que lo que Scott hace en muchos momentos es intentar ejercicios de lo que muchos llaman «cine puro»: que las posibilidades narrativas de la imagen, el sonido y el montaje se ocupen de la narración.

Es cierto que a la luz de ciertos modelos contemporáneos del cine de acción, las últimas películas del sexagenario Tony Scott podrían considerarse casi clásicas en lo formal. Si lo son o no es algo que se verá en el tiempo (el clasicismo, para mí, es una idea mutante y no fija), pero lo interesante de estas tres últimas películas es como se funden a la perfección con lo que se está contando. Como si Scott, en sus últimos años, hubiera logrado hacer coincidir el tiempo de sus historias con el tempo de sus relatos. No por nada mucha gente comparó su cine con la serie 24, donde «tiempo» y «tempo» son sinónimos. De hecho, se lo rumoreó como posible director de la película que se hará (o se iba a hacer) con esa serie.

Scott -como Walter Hill, como Michael Mann, como James Cameron, como Kathryn Bigelow- es un heredero de esa tradición americana  de cine seco, frontal, eficiente e intenso, tradición que atraviesa la historia del cine (Hawks, Hitchcock, Peckinpah, etc), más allá de las diferencias específicas que hay entre todos estos realizadores. Es una tradición que, usualmente, se aprecia con el tiempo y la distancia (la contemporaneidad de ese tipo de relatos muchas veces atenta contra su cabal análisis), pero también una que se agranda cuando sus realizadores logran sacar un poco la cabeza del centro de la tormenta hollywoodense y, algo más desprendidos de la obligación de ser primeros en la taquilla, se permiten jugar con lo que saben hacer. Y eso, los hace mejores.

No me importa mucho descifrar la psicología de Scott y tratar de entender los motivos de su suicidio. Por lo que leí, da la impresión de que se trató de una puesta en escena (con acción, suspenso y violencia) que el propio director montó como si su vida y su muerte fueran, en muchos sentidos, una película de las suyas: urgente, feroz, impactante y misteriosa. Ahora aparecen «videos» sobre su salto al vacío, pistas que dejó en diversas notas e informaciones falsas en lo que parece un acto de «performance art» absurdo, o un «experimento» llevado demasiado lejos, hasta sus últimas consecuencias. Hasta los títulos de sus películas parecen premonitorios: MAREA ROJA, EL ULTIMO BOY SCOT, HOMBRE EN LLAMAS, IMPARABLE. Uno podría, poniéndose ácido, sumar también DEJA VU, pero sonaría un poco cínico. RAPIDO Y FURIOSO, acaso, sea el que mejor le quede. Vida y cine unidos en un mismo instante.