Retromanía (Parte 1): 1987

Retromanía (Parte 1): 1987

por - Críticas, Música
18 Ago, 2012 03:36 | comentarios

«You got the peaches, I got the cream Sweet to taste, saccharine ‘cause I’m hot, say what, sticky sweet From my head, my head, to my feet» («Pour Some Sugar On Me», Def Leppard, 1987) Tengo la edad suficiente como para recordar 1987 perfectamente. Tenía 18 -luego 19- años entonces y era lo que se […]

«You got the peaches, I got the cream
Sweet to taste, saccharine
‘cause I’m hot, say what, sticky sweet
From my head, my head, to my feet»
(«Pour Some Sugar On Me», Def Leppard, 1987)

Tengo la edad suficiente como para recordar 1987 perfectamente. Tenía 18 -luego 19- años entonces y era lo que se podría llamar un aficionado a la cultura pop, especialmente al cine y a la música, por lo que muy pocas referencias de esa época se me escapan. Era, también, un aficionado a los rankings y conocía qué películas funcionaban mejor en la taquilla y qué discos eran los más vendidos. En ese entonces era bastante más fácil estar al día con la cultura pop y, a la vez, sentirse parte de una misma movida. Parece irónico: comparado con entonces, el contacto con el mundo ahora no sólo es más sencillo, es instantáneo, inmediato. Pero la cultura pop está tan diversificada, tan extendida y dividida en distintos nichos, que resulta más complejo determinar en concreto cuáles son los hitos de un momento determinado. Tengo la sensación de que en cine es aún posible. En TV, menos. En música, casi nada.

Vuelvo a 1987 por dos motivos. Uno tiene que ver con que uno de mis libros de cabecera en los últimos meses está siendo Retromanía, de Simon Reynolds, que analiza en profundidad los distintos fenómenos relacionados con la cultura retro y las formas en las que se manifiesta actualmente, al punto de poner en peligro -asegura él- cualquier tipo de evolución o renovación real ya que todo lo que se consume parece ser una combinación de distintos elementos del pasado regurgitados de mil formas diferentes, desde bandas haciendo shows en vivo de un disco específico a ediciones aniversario y hasta regrabaciones de clásicos. El habla mayormente de música. Tengo la sensación de que en cine es exactamente igual, sino peor. Ya lo sabemos: remakes, secuelas, películas basadas en programas de TV, etc, etc. La lista podría ser interminable.

Pero estamos en 2012, y acaso por eso -o por casualidad, aunque no creo que lo sea- es que tengo la sensación de que el año en boga es 1987. Es decir: exactamente 25 años atrás. Es obvio que los artistas musicales lo tienen muy en claro y en estos meses estamos viendo reediciones en formato extendido de discos clásicos como Graceland, de Paul Simon, o Document, de R.E.M. Pero no es el único caso. Lo que trasciende, lo que parece sentirse, en un regreso a íconos de esa época de una manera masiva.

A partir de ver LA ERA DEL ROCK y LOS INDESTRUCTIBLES 2 no sólo tuve la sensación de un furor de la cultura retro, sino la idea de retornar claramente a un momento determinado y específico como fue 1987. Uno podría extender la moda del «glam metal» y de los «héroes de acción» durante más años que ése (generalizando, la segunda mitad de los 80), pero claramente el central fue 1987. Veamos algunos datos de ese año.

Un repaso de algunas de las películas más taquilleras de 1987 incluye a DEPREDADOR y CARRERA CONTRA LA MUERTE (ambas con Arnold Schwarzenegger), HALCON (Stallone), AMOS DEL UNIVERSO (Dolph Lundgren), EL GRAN DRAGON BLANCO (Van Damme) y otros títulos del mismo universo, como ROBOCOP, ARMA MORTAL, así como secuelas de BOND, TIBURON y SUPERMAN. Si uno amplía sólo un poco la búsqueda y suma a los años 1986 y 1988 se topa con COBRA (Stallone), FUERZA DELTA (Chuck Norris), TRIPLE IDENTIDAD (Arnold), RETROCEDER NUNCA, RENDIRSE JAMAS (Van Damme), AGUILA DE ACERO -por citar algunos de 1986- y, en 1988, RAMBO 3, DURO DE MATAR (Willis), NICO (Steven Seagal), SALA DE ESPERA AL INFIERNO (Clint Eastwood), AL ROJO VIVO (Arnold), DESAPARECIDO EN ACCION II (Norris) y varias más.

Fueron los años de la productora Cannon y de la presidencia de Ronald Reagan, los últimos años de la Guerra Fría y de un cine que todavía no había incorporado los efectos especiales digitales y ponía sus fichas en la fuerza y poderío que podían darle a las películas las personas «reales». Especialmente estos «actores aumentados de tamaño» que hacían de la potencia física su mayor virtud, si bien Bruce Willis y Mel Gibson empezarían a inaugurar lo que sería la etapa siguiente. Eran blockbusters a escala humana, con un tipo de escenas de acción que hoy podríamos considerar como plausibles, casi minimalistas.

Este estilo de películas -la mayoría no eran las más taquilleras de cada año, pero tenían un público fiel, consistente y, aunque parezca irónico por su temática tan «americana», internacional- iba a empezar a decaer por varios motivos. Los efectos digitales de TERMINATOR 2 y, luego, los de JURASSIC PARK llevarían al mercado a buscar otro tipo de emoción kinética (más cercana a la velocidad que al poderío físico), mientras que el fin de la Guerra Fría (1989) sería otro elemento importante, lo mismo que la llegada al gobierno, en 1993, del demócrata Bill Clinton. Por otra parte, el arribo -o el regreso con todo- de los superhéroes, con el estreno en 1989 de la primera BATMAN, de Tim Burton, marcaría otro cambio de eje en el cine de acción. Y, finalmente, fue el mismo género el que empezó a agotarse y ya en EL ULTIMO HEROE DE ACCION, Schwarzenegger lo parodiaba, mientras que Clint Eastwood abandonaba su saga de HARRY EL SUCIO para sacar LOS IMPERDONABLES, cambio radical que deja muy en claro cuál era la lógica de lo ’80 frente a la de los primeros ’90.

Para mediados de los ’90, casi todos los héroes de acción que hoy rescata la saga LOS INDESTRUCTIBLES estaban en decadencia. Revisen la filmografía de Seagal, Van Damme, Stallone, Norris y hasta el propio Arnold de 1995 en adelante y verán a qué me refiero. No es el caso de Willis, que se diversificó mucho más. Ni, claro, el de Jason Statham, que ni siquiera había empezado. Pero el grueso de la iconografía -las caras, el estilo, el tipo de película, el conflicto, la acción sangrienta- son tomadas del libro del Héroe de Acción de los ’80. Y más específicamente de este subgénero que se extiende, digamos, desde RAMBO hasta, digamos, TANGO & CASH.

Ahora, con la distancia que da el tiempo transcurrido, con una generación de cinéfilos y entusiastas del cine de acción -que no vivieron el esplendor del género en su momento y que ahora lo recuperan un poco con ironía y otro poco con el placer que da ver filmes de acción sin tanta digitalización-, con los cuarentones nostálgicos que quieren ver en qué andan sus viejos ídolos de la adolescencia, resulta no sólo lógico que películas como LOS INDESTRUCTIBLES 2 funcionen bien, lo mismo que rever aquellos viejos éxitos de… 1987. Esos 25 años incluyen una generación entera y los adolescentes de entonces pueden hoy ver esas mismas películas con sus hijos, que podrían ser adolescentes hoy.

Con la música pasa exactamente lo mismo y es por eso que aparece LA ERA DEL ROCK. Si la película fracasó tal vez sea porque, bueno, no es una buena película (mientras que LOS INDESTRUCTIBLES sí cumple con lo que promete), o porque es un tipo de fenómeno (las bandas de «hair/glam metal» y el pop-rock americano de fines de los ’80) que se presta más para la recreación teatral tipo Broadway -o los festivales musicales- que para el cine.

Como sucede con el cine de acción que rescata Stallone, el «glam o hair metal» es otro fenómeno masivo y popular de mediados y fines de los ’80 que nunca fue respetado por la crítica ni es tomado muy en cuenta por los historiadores del rock más serios. Es más lógico hacer historia del cine con las obras maestras y los movimientos notables de una época, pero son los géneros y películas populares las que suelen permanecer en la memoria de la mayoría. Y con la música es lo mismo: seguramente que para la historia del rock la segunda mitad de los ’80 incluirá al hip hop, a la movida indie americana (Replacements, REM, Sonic Youth), a la de Manchester, a solistas como Prince y así. Pero pocas historias de «lo mejor de…» o de la evolución de la música rock recuperarán, más allá de algunos que trascendieron al subgénero por motivos de masividad (Def Leppard, Bon Jovi, Whitesnake, Mötley Crüe) o de una historia que supera a la época (Kiss, Guns N’ Roses, Aerosmith, Alice Cooper, Van Halen, Scorpions, entre otras), a bandas como Poison, Warrant, Skid Row, W.A.S.P., Cinderella, RATT, Europe, Night Ranger, Quiet Riot, White Lion, Extreme, Vixen, etc, etc, etc.

Con ciertas trampas estilísticas (en la misma bolsa de pop/rock radial, en LA ERA DEL ROCK meten a bandas «de otro palo» pero también de casi nula reputación crítica como Foreigner, Journey, R.E.O. Speedwagon, Styx, que venían de antes y de un género que puede denominarse «arena rock» o «AOR», por las siglas de Rock Orientado a Adultos), el filme transcurre en 1987 y sólo hay que pegarle una rápida mirada a los rankings de la revista Billboard para darse cuenta que la elección es perfecta.

Ese año, entre los discos más vendidos (algunos salieron en 1986, pero en esa época un album exitoso pasaba más de un año en los rankings) estuvieron Slippery When Wet, de Bon Jovi; Look What the Cat Dragged In, de Poison; Night Songs, de Cinderella; Whitesnake, de Whitesnake; Appetite for Destruction, de Guns N’ Roses; Hysteria, de Def Leppard; Pride, de White Lion; Dancing Undercover, de RATT; Shot in the Dark, de Great White; The Final Countdown, de Europe; Girls, Girls, Girls, de Mötley Crüe, entre muchos otros.

Si uno amplía un poco la búsqueda en años (’86 a ’89) y en bandas de hard rock/metal se topa con discos muy vendidos de Heart, Aerosmith, ZZ Top, Ozzy Osbourne, Judas Priest, Rush, David Lee Roth, AC/DC, Robert Plant, Joe Satriani, Metallica, Megadeath, Dokken, Kiss, Joan Jett, The Cult, Van Halen y una lista que podría seguir ad eternum. A lo que quiero llegar con esto es que la segunda mitad de los ’80 fue una época pródiga para el heavy metal en todas sus variantes, si bien la que más «fechada» quedó fue la llamada Glam/Hair, que no es precisamente la más interesante de todas ellas. La fama y el éxito del género sigue hasta hoy en todas sus variantes, pero no creo que ninguna época haya tenido a tantas bandas con éxitos de ventas.

Parte del éxito, claro, se debe a que muchas de estas bandas se especializaban en canciones pop sencillas y de letras por lo menos simplistas que tenían más que ver con lo que se escuchaba entonces por la radio -y lo que se veía en MTV: los videoclips eran muy populares- que con la tradición, si se quiere, más severa del heavy metal. Sólo hace falta oír los arreglos y escuchar con atención las canciones -especialmente las famosas «power ballads» de la época- como para notar que poco y nada de «metal» hay allí, más allá de algunos solos de guitarra y cierta actitud sobre el escenario. La cultura «spandex» alcanzaba a fines de los ’80 su pico de popularidad y comenzaba su decadencia, internamente (con el éxito de Guns N’ Roses, que se distanciaba con un sonido más crudo, y con el éxito de bandas de metal más «puras y duras» como Metallica, que sacaba And Justice For All… en 1988) y, externamente, por la llegada a principios de los ’90 del grunge y de la llamada «música alternativa» (Nirvana, Pearl Jam, etc.) además del propio agotamiento de la fórmula.

Ese subgénero, como el de los héroes de acción, nunca desapareció del todo. No sólo porque los nostálgicos los mantuvieron a flote sino porque alcanzaron niveles de popularidad muy importantes que se traspasaron por generaciones (los canales tipo VH1 tienen mucho que ver con esto también), más allá de su muy poco respeto de parte de la crítica. Estos dos rescates ochentosos específicos (hablar de los ’80 como un todo único de estilos musicales y cinematográficos es un absurdo) tienen que ver entre sí y no. Los une el ser populares y poco respetados, y hasta cierta actitud que hoy podríamos definir como «machista» (no en los looks del «glam metal», pero sí en las letras), pero no imagino a Chuck Norris en spandex ni al cantante de Poison eliminando enemigos a los tiros. Ni siquiera podríamos decir que el glam metal musicalizaba esas películas. De hecho, el cine de acción de los ’80 tenía una estética que uno asociaría con un estilo americano de rock clásico, jeans, camisas y guitarra eléctrica a la manera de Bruce Springsteen, John Cougar, Bryan Adams o Tom Petty, por citar algunos ejemplos.

Buscando material del libro de Simon Reynolds sobre este tema, me doy cuenta que prácticamente no hay mención alguna al fenómeno del «glam metal». Tal vez sea porque no hay demasiadas bandas que lo hayan rescatado estilísticamente con éxito más allá de The Darkness y alguna que otra banda sueca. O, por la misma razón que mencionaba antes: es un estilo musical -y lo mismo pasa con el subgénero cinematográfico- que sigue siendo marginal para los libros de historia, aunque no lo sea para mucha gente.