Diario de Valdivia 3: «La última vez que vi Macao», o la infancia como país extranjero
Tal vez no tan conocida como la estructura del «falso documental», uno podría proponer que LA ULTIMA VEZ QUE VI MACAO, de Joao Pedro Rodrigues y Joao Rui Guerra da Mata es una suerte de «falsa ficción». La historia de una travesti en peligro y su amigo, Da Mata, que regresa a la ex colonia […]
Tal vez no tan conocida como la estructura del «falso documental», uno podría proponer que LA ULTIMA VEZ QUE VI MACAO, de Joao Pedro Rodrigues y Joao Rui Guerra da Mata es una suerte de «falsa ficción». La historia de una travesti en peligro y su amigo, Da Mata, que regresa a la ex colonia portuguesa -ahora parte de China- a rescatarla, es sólo la excusa narrativa que usan para plantear lo que en el fondo es un documental ensayístico sobre la historia de Macao, más cerca de Chris Marker -con tigres en lugar de gatos- que de los filmes previos del realizador de MORIR COMO UN HOMBRE.
El filme abre con Candy, la drag queen, cantando el tema de la película de 1952 MACAO, que dirigió Josef Von Sternberg con Jane Russell de protagonista. La excelente -y sí, muy «rodriguense» escena- da paso a otra que también se asemeja a su filme anterior: un combate muy militarizado de lo que parece ser paint-ball pero que termina con la muerte de uno de los participantes. Cuando todo parece que seguirá la línea de MORIR…, Rodrigues y Guerra dan un radical giro y dan comienzo a la verdadera película.
Mientras se ven imágenes de Macao, se escucha la voz de un hombre (Da Mata, aunque también Rodrigues habla por momentos) que nos cuenta que regresa a ese lugar, donde pasó su infancia, por primera vez en 30 años. Esa voz se mantendrá a lo largo de casi todo el filme, aunque nunca veremos del todo a la persona que la dice. Digámoslo así: el protagonista nunca aparece por completo en la película. Es esa voz, esa cámara que recorre la ciudad, un brazo, una pierna y no mucho más. Lo que viajan -los protagonistas- son los directores.
El hombre en cuestión viene a rescatar a una Candy que está en peligro y le pide ayuda. A lo largo de una serie de días, Da Mata (bah, su voz) la buscará por la ciudad y sus alrededores, excusa narrativa perfecta para que la película nos muestre a la Macao de hoy, la compare fotográficamente con su pasado colonial reciente y la voz nos vaya contando detalles, observaciones y reflexiones varias sobre la ciudad. Todo eso a partir de intentos frustrados de encuentro, llamadas telefónicas amenazantes de mafias chinas y algún cruce epistolar.
La película es, fundamentalmente, una exploración de Macao que va del «orientalismo» hollywoodense de Candy a la ya dejada de lado historia colonial para enfrentarse a esta ciudad hoy considerada la «Las Vegas china», con sus cambios, sus contradicciones, sus zonas oscuras y sus paseos, todo mostrado siempre bajo la óptica entre nostálgica y analítica de este preocupado «investigador» de ciudades. La historia tomará cada vez ribetes más extraños, pero siempre seguirá siendo la excusa para conocer otros escenarios y personajes de ese mundo.
En más de un sentido, MACAO se parece a TABU: en el uso de clásicos de Hollywood como referencia y en la voz en off permanente, sí, pero más aún en el análisis del pasado colonial portugués. Tal vez ambas cosas se juntan: esa imagen idealizada del pasado tiene mucho que ver con el cine. Una ciudad que fue ocupada física y culturalmente por portugueses y americanos, y que hoy tiene una nueva identidad y nuevas formas culturales que al protagonista le cuestan entender.
Es así que la ciudad y la historia se enrarecen cada vez más: la trama del filme abandona la lógica del noir para entrar en una más «oriental» para el punto de vista del protagonista (los problemas de vida o muerte de Candy surgen a partir de algo, digamos, inesperado), y lo mismo sucede con el tono y el ritmo de la narración, hundidos cada vez más en la cultura del lugar.
Al no tener un correlato dramático central a la manera de MORIR COMO UN HOMBRE, se trata de una película menos emocional y más distante. La voz en off, sin embargo, logra que ese personaje -al que no vemos más que en unas fotos de lo que parece ser su infancia- cobre vida: su voz cansina de viajero confundido nos llega, nos introduce en la ciudad y en su búsqueda de una historia personal y una nacional. Un lugar que no es lo que era y que hoy, convertido en una urbe incomprensible, nos engaña y nos confunde a cada paso. La frase aquella de que «la infancia es un país extranjero» en este caso no es sólo simbólica. Es real, concreta y angustiante.