Diario de Valdivia 2: «Leviathan», la criatura submarina

Diario de Valdivia 2: «Leviathan», la criatura submarina

por - Críticas
04 Oct, 2012 04:12 | 1 comentario

LEVIATHAN es un intento de llevar la lógica del filme documental más hacia la experiencia pura que al registro a distancia. Los mismos directores lo llaman “documental sensorial” y es una definición indiscutible: con la cámara encima de la acción al punto de transformar la imagen, muchas veces, en formas, líneas y colores indescifrables, el […]

LEVIATHAN es un intento de llevar la lógica del filme documental más hacia la experiencia pura que al registro a distancia. Los mismos directores lo llaman “documental sensorial” y es una definición indiscutible: con la cámara encima de la acción al punto de transformar la imagen, muchas veces, en formas, líneas y colores indescifrables, el filme se centra en las actividades de un barco pesquero con el fragor, el nervio y la confusión de una experiencia en un frente de batalla.

Utilizando las posibilidades del video digital al extremo –las cámaras pequeñísimas, muchas veces accionadas a control remoto; la capacidad de obtener una excelente definición pese a un movimiento constante y una cercanía perturbadora-, Lucien Castaing Taylor y Verena Paravel -codirectores, cada uno por separado, de SWEETGRASS y FOREIGN PARTS, respectivamente- prácticamente reformulan la idea del “estar ahí” en un documental. Es como si el concepto del primer plano desapareciera hasta que los objetos, personas, paisajes y animales se transformaran en un juego de formas y colores, una sinfonía de movimiento constante más cercana al cine experimental que a la mayor parte de los documentales.

No hay una trama per se más que acercarse a compartir la experiencia de estar en un barco pesquero en alta mar, sacudiéndose de un lado a otro en una sinfonía de movimientos, ruidos, cadenas, maquinarias, ojos de peces que nos miran, aves que se nos vienen encima y el negro profundo de la noche. La experiencia puede ser comparable a escuchar música industrial durante horas o, para los que se marean fácil, a una tortura de proporciones infumables. No es sencilla LEVIATHAN para los espectadores, pero es absorbente. Nadie se movió de una sala bastante llena, algo raro para un filme no sólo no narrativo sino, por muchos momentos, casi un caos atronador de imágenes y sonidos.

Imaginaba, mientras trataba de descifrar qué eran esos rojos, amarillos y negros que danzaban en la pantalla, que LEVIATHAN abre camino hacia experiencias documentales que casi podrían emparejarse a filmes de acción, pero no en el manejo del corte frenético, sino a partir de la idea de poner la cámara encima, en el cuerpo de los protagonistas, haciendo que su experiencia sea la nuestra. Si bien no es algo nuevo en el cine, lo que las cámaras digitales logran es que ese continuo de sacudidas se transformen en imágenes y texturas nuevas, más ricas cinematográficamente que la sensación que uno podía tener cuando dejaba su cámara de video prendida sin darse cuenta mientras estaba en movimiento y luego se encontraba con un montón de imposibles nudos visuales.

Es de suponer que hay mucho trabajo de posproducción de imagen y sonido en lo que vemos, pero eso no invalida los logros del filme. En una entrevista, los directores contaban que utilizaron cámaras de las que se usan para filmar deportes extremos y se ubican en los cascos o en el cuerpo de los atletas. Y en cierta manera LEVIATHAN reproduce esa sensación de estar viendo la pesca en alta mar como un deporte extremo, intenso y no del todo fácil de aprehender.

Es cierto que hay riesgos en este tipo de películas: su éxito crítico puede contribuir a una larga línea de imitadores que terminen por agotar el mecanismo, de una manera similar a la que incontables películas de terror tipo ACTIVIDAD PARANORMAL destruyeron la novedad en pocos años. Pero no sería culpa de los realizadores. Su búsqueda es más amplia que la mera novedad sensorial.

LEVIATHAN, como su nombre lo indica, termina siendo una especie de película de monstruos, de terror, una inmersión virulenta en un mundo salvaje, en el que el hombre y la naturaleza parecen enfrentarse de maneras por momentos despiadadas, pero con extraños espacios también para la belleza. En algún lugar, Werner Herzog ya se está agenciando esas camaritas…