Diario del Festival de Roma: Parte 2

Diario del Festival de Roma: Parte 2

por - Críticas
11 Nov, 2012 07:53 | 1 comentario

Uno debe asumir que Italia se ha vuelto un país extremadamente conservador en lo cinematográfico o que, al menos, la prensa nacional basada en Roma tiene una noción casi retrógrada de lo que debería ser un festival de cine. Es raro que el país que prácticamente inventó la idea del festival de cine (Venecia es […]

Uno debe asumir que Italia se ha vuelto un país extremadamente conservador en lo cinematográfico o que, al menos, la prensa nacional basada en Roma tiene una noción casi retrógrada de lo que debería ser un festival de cine. Es raro que el país que prácticamente inventó la idea del festival de cine (Venecia es el más antiguo de todos) y del que surgieron varios de los padres del cine moderno (Rossellini, Antonioni, Pasolini, etc) actualmente siga más pendiente de las estrellas, las alfombras rojas y las galas que de las cosas verdaderamente ricas que un evento de esta naturaleza tiene para ofrecer.

Más allá de cuestiones políticas que marcaron –y siguen marcando- a fuego la llegada de Marco Müller como director del festival local, lo que se observa en la prensa local es un continuo reclamo por falta de estrellas de Hollywood y de películas “populares”, criticando al festival por lo que consideran una programación demasiado cerrada y cinéfila, más –dicen- del gusto de Müller que “de la gente”. De hecho, las preguntas que le hicieron al director del festival en la conferencia de prensa de apertura tenían más que ver con eso que con otra cosa.

Ahora, si uno se detiene a ver la programación, y lo que pasaron en los primeros días, se daría cuenta que hay que tener una lógica demasiado invadida por el mainstream para pensar que un festival de cine que arranca con películas de Takashi Miike, Victor Erice, Pedro Costa, Aki Kaurismäki y Valerie Donzelli, entre otros, es un festival cerrado y sólo para cinéfilos. Uno imagina que si este grupo se juntara en Mar del Plata, por ejemplo, se lo consideraría no sólo una programación de lujo, sino una abierta y generosa.

La lógica romana de que los festivales deben reproducir la escala de valores que existe en el mercado cinematográfico en lugar de tratar de darle mayor presencia a los filmes que habitualmente quedan marginados de ese mercado me supera. Entiendo que todo festival grande –con enorme presupuesto y muchos sponsors- necesita algunos nombres, títulos y galas, pero criticarlo sólo por el hecho de que hay pocas, o que no está la película de Tarantino (que no está lista siquiera), es de una estrechez de miras notable. En lugar de aprovechar las posibilidades de conocer otro cine, la prensa italiana se fastidia porque no están Brad Pitt o George Clooney.

Viendo el armado del festival uno debe también entender que es complicado hacer conciliar ambos mundos. Roma transcurre, básicamente, en el Auditorio de la Música, un conjunto de tres bellos edificios en los que hay salas de conciertos utilizadas como cines y que está rodeado por una calle en la que, además de una extensa alfombra roja, hay un enorme paseo lleno de sponsors, marcas de lo que sea, un estudio de la RAI a la calle, con público y artistas en vivo, etc. Es un contexto armado para un show de características más cercanas a lo que espera la prensa: estrellas, flashes, la idea del festival de cine como una foto de los años ’50 con Sofía Loren, del glamour excesivo como un componente fundamental del evento.

Armado para el espectáculo, el festival parece requerir ese mismo exceso, ese mismo show, adentro de las salas. Pero lo que muchos nostálgicos de los  ’50 o ’60 no parecen recordar es que, detrás de las fotos glamorosas de Rossellini e Ingrid Bergman, o de Antonioni y Monica Vitti, había películas duras como “Un viaje a Italia” o “La aventura”, filmes que seguramente no vieron los que se quejan hoy de la falta de estrellas. Filmes que, seguramente también, hoy también rechazarían por pretenciosos o los considerarían “sólo para cinéfilos”. El tiempo los transformó en clásicos. En su momento fueron incomprendidos y maltratados.

Luego de esta pequeña “descarga” de fastidio, pasemos a las películas de los primeros días. El festival “sólo para cinéfilos” empezó para mí con “Lesson of Evil”, una masacre de 120 minutos del japonés Takashi Miike. No sé si está entre sus mejores películas, pero esta historia de un maestro de escuela amable y querible que resulta ser un asesino maníaco tiene una organización narrativa cercana a “13 asesinos”, si bien no está a su nivel. El filme va descubriendo las capas y trampas de este hombre durante su primer hora y, como aquella película de samurais, en un momento se entrega a la matanza (en este caso, de estudiantes) casi sin descanso. Se puede decir que la segunda hora del filme es una sesión de masacre continua, que termina siendo graciosa por lo absurda y que por momentos es narrativamente poco coherente, pero que nunca pierde el nervio ni el ritmo. Para los amantes del “shock cinema” japonés extremo, la película de Miike es una fiesta.

De ahí pasé a “Centro Histórico”, el más conocido de los filmes que se presentan aquí hechos por la ciudad de Guimaraes, Portugal, elegida la capital de la cultura europea de 2012. En Cannes se conocerá el filme en 3D de Jean-Luc Godard –también parte de esta propuesta- que promete, por lo que me contaron aquí, ser bastante original.

“Centro Histórico” incluye cortos de Aki Kaurismäki, Pedro Costa, Víctor Erice y Manoel de Oliveira, y los tres primeros están aquí presentándolos. El filme de Kaurismäki es una breve muestra de su mundo, con un solitario hombre finlandés que tiene el más mísero de los bares de Guimaraes, en el que atiende a dos viejos borrachos mientras escucha fado en la radio. Sus problemas con el menú del almuerzo (y la rivalidad de un más lujoso restaurante vecino) serán el centro de este pequeño y muy simpático corto de Aki.

Lo de Pedro Costa es, sí, bastante diferente a lo que uno está acostumbrado a ver de él. El filme empieza con una serie de personas buscando a Ventura –personaje de anteriores películas de Costa-, quien finalmente aparecerá dentro de lo que parece ser un ascensor de carga manteniendo una especie de imaginaria (entre real, onírica y recordada) conversación con un soldado, encarnado por un hombre pintado de verde e inmóvil como si fuera un enorme soldadito de juguete. La conversación versará sobre las luchas revolucionarias y los roles que ambos jugaron en la ocasión, y durante gran parte del tiempo, las palabras se dirán en off, como si fuera un diálogo de fantasmas… Que eso son, en definitiva.

Monólogos de fantasmas podrían ser los de «Vidrios rotos», la película de Víctor Erice que se centra en los testimonios de trabajadores de una histórica fábrica de Guimaraes que cerró en 2002. En realidad, como en algunas películas de Eduardo Coutinho, los testimonios no son necesariamente de los verdaderos trabajadores sino, en muchos casos, escritos por ellos pero dichos por actores, o por otras personas. Ese juego de narraciones y el repaso, detallista y obsesivo, de una foto de las épocas de gloria de esa enorme fábrica, generan un mediometraje (dura más de media hora, es el más largo de todos) potente y poético a la vez.

El filme de Manoel de Oliveira que cierra el compilado, para mi gusto, es menor: un chiste breve a partir de filmar a un guía que conduce a un grupo de turistas recorriendo Guimaraes y «conquistando» con sus cámaras a los «conquistadores» que fundaron Portugal. Simpático, pero no mucho más que eso.

Otro grupo de cortos de ese proyecto están en el compilado «Historias de Guimaraes», de los cuales me gustó mucho el de Joao Nicolau, sobre un hombre que trata de ver qué le pasa a una «princesa» que no para de llorar, un poco menos el de Tiago Pereira, casi una sinfonía de tambores, y casi nada el de Joao Botelho, que combina danza, música e historias en un todo indigesto. De ese mismo grupo de filmes vi «O fantasma do Novais», de Margarida Gil, mezcla de documental y ficción centrados en la figura de Joaquim Novais Teixeira, un periodista, escritor y crítico de cine portugués que fue amigo de Buñuel, García Lorca, Manoel de Oliveira y, en su rol de crítico, ayudó al descubrimiento del Cinema Novo portugués (y fue también presidente de Fipresci…), en una vida de epopeya que parece la de un Forrest Gump de la cultura del siglo pasado. El problema del filme es haber creado una historia de ficción para envolver esa trama, que no tiene ningún interés y que solamente distrae.