Berlinale 2013: Oppenheimer, Klose, Sarasola-Day, Alvarez, Guevara/Jorge
Me la habían recomendado hacía meses y cuando supe que se exhibía en Berlín -algo raro, ya que son pocos los casos en los que Berlín acepta estrenos que no son mundiales- la puse en mi lista de imperdibles. Pero circunstancias que no vienen al caso (me quedé dormido, bah), no llegué a verla en […]
Me la habían recomendado hacía meses y cuando supe que se exhibía en Berlín -algo raro, ya que son pocos los casos en los que Berlín acepta estrenos que no son mundiales- la puse en mi lista de imperdibles. Pero circunstancias que no vienen al caso (me quedé dormido, bah), no llegué a verla en el único horario en el que podía. Y pasó. Pero me obsesioné por conseguirla y terminé recibiendo un link para verla online en Vimeo, via streaming. Apenas llegué a Buenos Aires la vi. Y la experiencia fue alucinante. Ahora ya quedó entre las favoritas del festival. Se trata de THE ACT OF KILLING, documental de Joshua Oppenheimer, sobre mucho más que los violentos crímenes anticomunistas de los años ’60 en Indonesia. Es, digamos, un estudio que parece probar sin duda que la maldad tiene rostro y existe de la manera más descarnada posible.
THE ACT OF KILLING plantea una línea argumental que, a mi entender, no es lo más importante del filme. Lo que hace Oppenheimer es convencer (no le hace falta esfuerzo alguno, parece) a veteranos militares y paramilitares que masacraron a más de un millón de personas en Indonesia, en 1965, acusándolos de comunistas, de «recrear» esos crímenes en forma de ficción. Esto es: podrían rehacerlos como comedias, musicales, dramas, películas de gángsters, bélicas y policiales. Y allí van, una serie de increíbles sujetos, la mayoría bastante mayores de edad, volviendo a mostrar sus asesinatos patrióticos en cámara, sin pudor, verguenza ni culpa alguna. Al contrario, la «producción» de esos filmes parece causarles mucha gracia y hasta satisfacción. Salvo, al parecer, a uno de ellos, que podría tener ciertos remordimientos respecto a lo que hizo.
Lo que más me shockeó del filme -dejándome literalmente con la boca abierta- es la forma en la que hoy esas personas siguen siendo vistas como héroes, celebrados, aplaudidos y temidos, cómo siguen manipulando al gobierno y generando milicias paramilitares de millones de personas que los adora. Y, peor aún, cómo ellos se vanaglorian de crímenes espantosos y violaciones a niñas de 14 años, cómo pasan recolectando dinero a lo mafioso delante de las cámaras como si fuera lo más normal del mundo, le muestran esas películas a sus nietos como si nada y otras cosas que no convendría adelantar. Bah, presten atención al momento en el que se menciona a la dictadura argentina…
Uno ha visto documentales y noticieros sobre criminales y genocidas, pero en general en esas situaciones se los ve, si no arrepentidos, al menos justificándose, poniendo excusas, diciendo que eran parte de un sistema o lo que sea que les permita tratar de aparecer como víctimas ante los demás. Aquí, no. Aquí, esperan que los aplaudan y festejen. Es como imaginarse a los torturadores de la dictadura argentina riéndose ante las cámaras de algunos de sus crímenes, recreándolos para una ficción con lujo de detalles (la escena, aquí, en la que recrean cómo le prenden fuego a un pueblo entero frente al llanto «ficticio» de los niños es tremenda) y diciendo que lo volverían a hacer cuando sea necesario.
Las delirantes producciones cinematográficas que imaginan para celebrar sus crímenes, casi todas de influencia hollywoodense, hacen preguntas incómodas sobre el rol de la violencia en el cine en el mundo real, entre otras miles de preguntas sobre la condición humana (el fanatismo, el sentirse único dueño de la verdad, la convicción de que todo vale «por la causa») que este asombroso filme plantea. Acaso, lo único que no me convenció es el personaje «arrepentido» de la película, el que marca un poco la línea central del guión. No le creo nada, literalmente, me parece que se muestra «torturado» para la cámara que mira con tanto cariño. Igual, si le llegara a creer, su arrepentimiento no me movería un pelo.
THE PIRATE BAY: AWAY FROM KEYBOARD, de Simon Klose. El juicio que Hollywood le hizo a The Pirate Bay, la compañía de intercambio de archivos (via Torrent) de origen sueco es el centro de este intenso y bastante frenético documental que opone a tres jóvenes tecnohackers suecos frente al poder político, económico y cultural sueco y de los Estados Unidos. Poniéndose de su lado pero también dejando entrever su confusión y contradicciones, Klose logra poner en juego los conflictos ligados a la piratería dándoles un rostro humano. Veremos las idas y vueltas, las acusaciones, las defensas, las peleas y separaciones entre los miembros del grupo, su defensa de la internet libre y la inevitable caída en desgracia. Los «torrents» siguen funcionando, pero por momentos da la sensación de que algo cambió en los últimos años, al menos en el Hemisferio Norte, con el crecimiento de los streamings y las descargas legales. Para nuestros países, ver cómo los tres amigos suecos operaban este «imperio de la piratería» con unos aparatos del tamaño que entrarían en un canasto no sorprende. Sólo hay que irse a La Salada y chusmear un poco. De cualquier modo, la historia que cuenta TPB: AWK -como se conoce a la película, que pueden ver acá mismo en el sitio, con subtítulos en inglés- vale la pena para seguir discutiendo el rol de internet, de los derechos de autor y de la circulación de bienes culturales. Como bien dice uno de ellos, para saber si no es hora de aceptar lo que internet permite y encontrar un nuevo modelo de negocios.
DESHORA, de Bárbara Sarasola-Day (Panorama) La opera prima de Sarasola-Day se centra en una pareja de cuarenta y pico que viven en una finca salteña y que reciben la visita de un primo, de origen colombiano, que viene a quedarse con ellos en plan de rehabilitación de drogas. Ella está buscando un hijo sin suerte y la llegada de este joven entre misterioso y seductor empezará a despertar tensiones en la pareja de maneras que no serán necesariamente las más esperadas. En cierto modo, ese triángulo sensual más que sexual que se conforma entre los tres deseantes protagonistas también podría ser visto como la mirada entre deseosa y temerosa de esta pareja recatada de argentinos frente a la llegada más desinhibida de alguien que, al parecer, se maneja con mayor seguridad y confianza respecto a su sexualidad. Prolijamente contada, con un crecimiento dramático y varias sorpresas importantes en la última parte, pero con algunos problemitas de actuación (el actor colombiano telegrafía demasiado evidentemente sus intenciones) y de simbolismos simplistas con animales varios, DESHORA es una más que sólida opera prima argentina, una de las dos dirigidas por mujeres que llegaron a la Berlinale.
HABI, LA EXTRANJERA, de María Florencia Alvarez (Panorama) Otra opera prima dirigida por una mujer, HABI cuenta la historia de una joven de unos 20 años, de provincia, que recorre Buenos Aires haciendo deliveries de artesanías y que, en una de sus visitas, se topa con una comunidad musulmana y decide instalarse en una pensión e ir integrándose al grupo. El universo y el choque son fascinantes, lo mismo que las sensaciones que empieza a atravesar «Habi» (Martina Juncadella, con un muy buen acento entrerriano) cuando conoce a un hombre allí que le interesa, pero debe habituarse a formas de relacionarse entre hombres y mujeres algo particulares. El filme pierde algún interés en la relación entre la protagonista y una vecina de la pensión, y el conflicto que se planteará luego (algo relacionado al nombre que eligió usar para «hacerse pasar» por musulmana) no es tan fuerte como para convertirse en el centro del relato. Pero más allá de esas debilidades argumentales, el filme tiene grandes momentos de comedia y observa con calidez un mundo que para muchos argentinos es desconocido.
TANTA AGUA, de Ana Guevara y Leticia Jorge (Panorama) De la misma «familia» (estética y de producción) que filmes uruguayos como WHISKY y GIGANTE, la opera prima de Ana y Leticia cuenta unas vacaciones de unos días que un padre divorciado hace con sus dos hijos a las Termas de Arapey, cerca de Salto, donde nada sale como estaba planeado. Primero, porque llueve casi todo el tiempo y no se pueden usar las piscinas. Segundo, porque hay muy poco para hacer alrededor (las salidas posibles son muy poco atractivas). Y, tercero, porque las propias actividades del lugar no parecen, al principio, muy tentadoras. Pero ese aburrimiento e irritación familiar se va modificando cuando cada uno de los protagonistas va generando su propia aventura. El padre, en apariencia, con una chica del lugar. El niño más chico, yéndose a jugar con un vecino. Y la adolescente, la verdadera protagonista de la historia, empezando a coquetear con chicos, fumar, tomar cerveza y salir a bailar con las consecuencias que se pueden imaginar. Con una mirada perceptiva para esos detalles y momentos que dan realismo a las escenas (la dirección de arte es perfecta y, por más que la historia suceda en el presente uno tiene la sensación de que el lugar se quedó detenido en el tiempo allá por 1978), con un humor muy sutil y asordinado para describir la suma de absurdas situaciones que atraviesan los personajes, TANTA AGUA es un notable filme que si no sorprende es porque ya el cine uruguayo nos ha acostumbrado a este tipo de pequeñas gemas de humor tristón a lo Kaurismaki. Un punto extra va para la canción de Pixies en los créditos de cierre.
The Act of Killing es LA película de Berlinnale y de cualquier festival en que se dé. Abrazo. RK
Va a FICUNAM, Rogelio?
Koza parece el abogado de The Act of Killing, la defiende en todo lugar, jajajajaja
Es que la película es impresionante. La ves y no la podés creer de principio al fin.
Es como filmar EL MAL, así con mayúsculas.
Tanto el, como vos, me ponen las expectativas muy altas !!!
Espero que venga al Bafici, asi la veo…
Es mejor que las de Rithy Pahn sobre el Khmer Rouge ?
Mejor, no lo sé. Más impactante, seguro.