«Germania»: los paraísos perdidos
Cerca del pueblo de Crespo, Entre Ríos (de donde parecen surgir cineastas de abajo de las baldosas), vive una comunidad de inmigrantes alemanes del Volga que siguen manteniendo el idioma (dialecto, en realidad) y las costumbres de un siglo atrás. GERMANIA , de Maximiliano Schönfeld, narra el último día allí de una familia que tiene una granja […]
Cerca del pueblo de Crespo, Entre Ríos (de donde parecen surgir cineastas de abajo de las baldosas), vive una comunidad de inmigrantes alemanes del Volga que siguen manteniendo el idioma (dialecto, en realidad) y las costumbres de un siglo atrás. GERMANIA , de Maximiliano Schönfeld, narra el último día allí de una familia que tiene una granja y que, por la complicada situación económica, decide buscar mejores horizontes. La madre y los dos hijos son el centro de la acción en este filme contemplativo -con un inevitable aire a LUZ SILENCIOSA y otro a LA CINTA BLANCA, además de una leve similitud con el universo de perversión provinciana del cine de Lucrecia Martel- que intenta describir las realidades emocionales de estos dos adolescentes -y su complicada relación fraterna-, además de mostrar la vida en esa comunidad.
Por momentos ese carácter descriptivo se torna en el verdadero eje central del filme, que es más retrato que relato, más interesado en mostrar hábitos y costumbres del grupo que en dar pistas sobre la compleja serie de relaciones familiares que se ocultan bajo esa apariencia de apacibles rutinas: canciones, encuentros con amigos, el trabajo cotidiano, la mudanza y las despedidas.
Minimalista en estilo, de tono siempre bajo y planos largos, GERMANIA es un filme austero y ensimismado, como sus protagonistas, que hablan poco y la mayor parte del tiempo diciendo sus textos con la menor inflexión y entonación posible, especialmente cuando hablan en alemán.
Si un tema recorre a la comunidad es la idea de que esta familia -y el pueblo, junto con ella- podría ser víctima de algún tipo de maldición bíblica, algo que los adultos de la familia toman muy seriamente, especialmente por la peste que está atacando a los animales y por algunas desgracias que vivieron en el pasado. Eso, además de la crisis, parecería ser el motivo de la partida.
En GERMANIA, los choques culturales aparecen todo el tiempo pero nunca se los presenta como tales: ellos siempre han vivido así y tener sus propios grupos musicales y hasta escuchar cumbia en alemán parece lo más natural y normal del mundo, casi un derivado de la polka que escucharán y bailarán luego en una fiesta popular. Ese es un punto a favor del filme, que no hace de esa rareza algo llamativo o sorprendente. Es así como viven y listo. Son los chicos quienes, intentando cruzar esa frontera invisible, se ven obligados a lidiar con otro tipo de emociones.
Los hermanos son, cada uno por su lado y también juntos, los verdaderos protagonistas del filme, navegando entre la tristeza por tener que partir y dejar a los amigos, y por el carácter prohibido de su relación, algo que queda evidente apenas comenzado el filme y se deja en claro promediando el relato. No será el único secreto que guardan los personajes en el filme, como se verá hacia el final.
La película trabaja muy fuertemente por el lado del sonido, generando climas permanentes, una suerte de abstracción sensorial alejada de todo realismo y usada especialmente en situaciones incongruentes, como en el baile en el club social, musicalizado por Jackson Souvenirs en un tono más propio de una película de David Lynch. El naturalismo de los ambientes y la extrañeza sonora generan un clima absolutamente propio.
GERMANIA es una película bellísima en su forma, con cada plano largo en tono ocre/sepia transformado en una especie de foto antigua, recuerdo instantáneo, actualidad y a la vez pasado, algo que está en sintonía perfecta con el espíritu de una película acerca de un paraíso perdido. O, acaso, de uno que nunca existió.