«Los miserables»: el musical grunge
Mientras veía la película, un poco aburrido del asunto debo decir, pensaba posibles títulos para la crítica. O bien, posibles formas de resumir en una sola frase qué tipo de película es LOS MISERABLES. Una posible forma de entender esta película de Tom Hopper es considerarla la versión “grunge” del célebre musical: una versión cruda, […]
Mientras veía la película, un poco aburrido del asunto debo decir, pensaba posibles títulos para la crítica. O bien, posibles formas de resumir en una sola frase qué tipo de película es LOS MISERABLES. Una posible forma de entender esta película de Tom Hopper es considerarla la versión “grunge” del célebre musical: una versión cruda, sucia y desgarrada de la historia, en la que la obra de Broadway basada en la famosa novela de Víctor Hugo es transformada en un espectáculo realista y violento, con los cantantes pifiando montones de notas en pos de una puesta en escena “verdadera” en la que las emociones sean creíbles y en donde la actuación sea más importante que las habilidades como vocalista de cada intérprete.
Esto es evidente en la manera en la que Hopper encuadra y edita, con planos largos que dejan en claro que los cantantes están cantando (en vivo, se asegura) y con una cámara móvil y enérgica que recuerda por momentos una película de acción más que un musical clásico, algo similar a lo que sucedió a fines de los ’40 cuando Gene Kelly revolucionaba el formato musical de entonces cantando y bailando en locaciones reales y demostrando que su talento no necesitaba de montajistas avezados. Que era real, verdadero, honesto.
Esa es, claro, la idea subyacente a este filme épico y de enorme producción. Una idea arriesgada y si se quiere noble, pero que no termina de funcionar del todo. LOS MISERABLES, como muchos sabrán, fue adaptado a la manera de EVITA, casi sin diálogos dichos de manera tradicional. Esto es: no sólo las canciones sino casi todo lo que se dice en la película está cantado. Esa tensión entre un formato excesivamente “teatralizado” y el corte realista de la puesta en escena genera permanentes cortocircuitos. El primero y más obvio es la sensación de que, si toda la puesta en escena, los personajes y la manera de cantar tiene que ser “creíble”, lo que hace ruido, de hecho, es que todo se cante todo el tiempo. La exigencia de realismo hace fricción permanente con la estilización que implica un musical cantado de punta a punta o con actores usando acentos británicos para personajes franceses del siglo XIX. En ese sentido uno podría decir que LOS MISERABLES apuesta a un “realismo conveniente”.
Ese choque debería resolverse aceptando la forma de cantar no tradicional de los protagonistas, pero no siempre es así. Parte del placer de musicales como éste, y de la ópera, están ligados inevitablemente a los talentos vocales de los intérpretes. Hay emociones que, a falta de poder usar todos los recursos interpretativos del actor, quedan ligadas a alcanzar determinadas notas en determinados momentos. Aquí no se termina de lograr ni una cosa ni la otra. Los actores, claro, trabajan más con su cuerpo y su rostro que los tradicionales y perfectos cantantes de Broadway o del West End londinense (solo basta usar YouTube y compararlos), pero no logran que un instrumento reemplace del todo al otro.
Hay claras excepciones, como el solo de Anne Hathaway en “I Dreamed A Dream”, acaso el ejemplo perfecto de lo que Hooper quería y que, tengo la impresión, sólo le salió allí a la perfección (Samantha Barks cantando “On My Own” es otro momento logrado). Hooper lo filma en un solo primer plano, encima de la cara de la actriz, que más que cantar bien en el sentido tradicional, se desgarra la voz y llora impactando a los espectadores con esa entrega emocional. Ahí el proceso funciona: no es perfecto, es real; no es académico, es honesto. Está, si se quiere, vivo.
Este mismo sistema Hooper lo repite en varios momentos “solistas” de la trama, consiguiendo buenos resultados. Pero el proceso no tiene la misma fuerza en escenas masivas, o en diálogos, o cuando cantan de a pares o en grupos. Da la sensación, en esas escenas, que se fuerzan emociones desde la puesta en escena (movimientos de cámaras espectaculares mezclados con otros “dardennianos”) para cubrir los baches musicales de los intérpretes.
Ese “forzamiento” es algo que Hooper repite una y otra vez, como tratando de insuflar a este elefante blanco de algo parecido a una fuerza vital. Lo logra en el sentido del ritmo, ya que pese los 160 minutos que dura el filme raramente se vuelve aburrido o pesado. Lo que uno no puede dejar de ver es el esfuerzo para que los actores estén todo el tiempo con la yugular a punto de explotar y los ojos fuera de sus órbitas.
No voy a contar aquí de qué va el filme porque muchos lo saben y otros se enterarán al verlo, pero no hay grandes diferencias con el musical, más allá de alguna reducción y el agregado de una canción nueva. La trama del enfrentamiento entre Valjean y Javert todavía tiene peso y resonancia, lo mismo que el trasfondo político, aunque la historia de amor queda opacada por esta puesta en escena “de batalla”.
Difícil es, con este tipo de puesta, dar un veredicto sobre los intérpretes. Es que aquí la exigencia no está en lo vocal sino en integrarse a la idea general, y en ese sentido tal vez lo más interesante es lo que hace Russell Crowe, tal vez el peor cantante de todos técnicamente. Con una voz limitada y en lo que parece ser una imitación de Scott Walker, Crowe representa la idea de lo que quiere Hooper para el filme, por más que aquí y allá te haga doler los oídos. El más “profesional” Jackman, en cambio, me convence menos, ya que no es lo suficientemente bueno como para competir con un cantante hiper-profesional, pero la exigencia es la misma y, a diferencia de Crowe, él parece no darse cuenta de sus limitaciones.
La gran revelación para mí es Eddie Redmayne, que funciona en lo actoral y en lo vocal. Y Hathaway, que tiene solo tres o cuatro escenas, pero logra la misma conjunción de forma y fondo, dándole a la película un grado de emoción que nunca volverá a tener en las dos horas que restan tras su participación. Una pena, la próxima vez la pueden vestir de hombre y darle el papel de Valjean, seguramente lo hará muy bien.