«Villegas»: bajo un manto de estrellas
La noticia de la muerte de su abuelo reúne a Esteban y a Pipa, dos primos que hace mucho tiempo no se ven. El tiempo los ha ido distanciando. Esteban vive en un departamento moderno y parece ser un profesional existoso, mientras que Pipa vive en un PH bastante desordenado y se dedica, digamos, a […]
La noticia de la muerte de su abuelo reúne a Esteban y a Pipa, dos primos que hace mucho tiempo no se ven. El tiempo los ha ido distanciando. Esteban vive en un departamento moderno y parece ser un profesional existoso, mientras que Pipa vive en un PH bastante desordenado y se dedica, digamos, a la música. El velorio y entierro son en General Villegas, bien al oeste de la provincia de Buenos Aires, y la primera mitad de la película se centrará en el viaje que ambos emprenderán, en el auto de Esteban, hasta allí.
A lo largo de ese trayecto irán recuperando historias familiares, escuchando canciones, leyendo la Biblia, contando anécdotas, haciendo una parada en una estación de servicio y, luego, en un restaurante en Junín, que marcarán a fuego el resto del viaje, lo mismo que un desvío nocturno producto de un corte de rutas que les complicará llegar a tiempo a Villegas. En esas paradas irá saliendo a la luz de a poco no sólo las diferencias de personalidad y criterios de ambos, sino algunos secretos del pasado.
Es que Esteban está en pareja (a la que llama todo el tiempo), es más formal y reconcentrado, y parece más preocupado por llegar al pueblo –y volverse rápido- que en el reencuentro familiar. Pipa, en tanto, es músico y mucho más desprolijo en su forma de actuar, algo que irá fastidiando cada vez más a Esteban, comenzando por un largo desplante en un restaurante y siguiendo con una serie de actitudes que marcan claramente sus diferentes personalidades.
Tobal filma esta parte del relato casi siempre dentro del auto, manteniendo la cámara cerca de sus dos protagonistas hasta llevarlos a la explosión. “Cagón de mierda”, le dice Esteban a Pipa, acusándolo de no querer llegar a destino. “Estás hecho un muñeco de torta desde que estás con esa mina”, lo acusa Pipa. Sobrevendrán golpes y la mecánica se volverá aún más dura hasta llegar a la ciudad.
Allí comenzará una segunda parte del filme (arriban al minuto 36 de los 95 que dura la película), en la que el peso del relato estará en las diferentes relaciones entre ellos y el resto de sus familiares reunidos allí. En esa segunda parte, el filme cambiará de aire. Tobal aprovecha para abrir el plano e ir pasando de lo personal a lo familiar y, de allí, a la relación de todos ellos con la ciudad en la que nacieron. Pero, más que nada, la narración seguirá las idas y venidas emocionales de los primos. Pipa, haciendo lo posible por superar el miedo del reencuentro. Y Esteban, reencontrándose con una parte suya que parecía haber olvidado. O que querría ir olvidando…
Es en General Villegas cuando la película –que no es tan road movie como parece al principio- encuentra su tono justo. Los cruces familiares, el entierro, los recorridos “turísticos”, las anécdota y pequeñas historias que salen a la luz (en un tono bajo, sin grandes escándalos) van pintando claramente lo que es la vida de una familia en una ciudad de la provincia y las rispideces que surgen cuando vuelven los que se fueron a Buenos Aires.
En un momento, Pipa y su prima Clara (Lucía Cavallotti) van a la casa del abuelo y empiezan a recorrerla, encontrando archivos y fotos de la ciudad, además de recuerdos y objetos personales. Un disco de Marlene Dietrich, del que se escucha Where Have All the Flowers Gone?, sonará y las tensiones entre todos ellos saldrán, sutilmente, a la superficie.
Lo mismo en la noche de Esteban, que tras tomarse unos vinos y tocar la guitarra en el patio de una casa, se irá a bailar, donde también se topará con una sorpresa, claramente preparada por sus amigos que consideran que el viaje también tiene algo de despedida de soltero. Lamothe y Bigliardi –amigos y compañeros de varios proyectos teatrales en la vida real- tienen una química evidentemente muy natural en sus escenas juntos y Tobal plantea claramente (acaso demasiado claramente) cuáles son las diferencias entre estos primos que fueron distanciándose con el correr de los años.
Todos los encuentros armados por Tobal se muestran sin estridencias, casi como si fueran parte de un álbum familiar, en el que las cosas importantes suceden en las elipsis entre foto y foto, o bien observando y analizando las miradas entre las personas en cuadro. Solo basta ver la secuencia en el campo para notar el procedimiento: simple, sencillo, casi como un Diario de Viaje de alguien que prefiere guardarse las confesiones más íntimas y personales para sí.
Es el espectador el que deberá ir descubriendo esos secretos, pero no necesariamente en lo que no se dice en los diálogos, sino mirando hacia adentro, en su propia historia, en la relación que uno mismo tiene con su pasado, con su familia, con el lugar en que nació y creció. Como dicen en la canción que cantan ambos sobre el final, en un bello momento de agresiva reconciliación entre primos: «Herminia, mi niña/No sé donde voy/Pero estaré soñando tu voz».
Formidable critica…cuando la vi en Bafici me encantò, de lo mejor que vi en ese festival Ahora que lei a Lerer…tengo que verla de nuevo. Para eso sirven las crìticas..para volverse a enamorar.