«Phil Spector»: el beneficio de la peluca
En algún punto de su carrera (los Pacinófilos lo sitúan entre DICK TRACY, GLENGARRY GLENN ROSS y, especialmente, su actuación ganadora del Oscar en PERFUME DE UNA MUJER), Al Pacino empezó a dejar de ser ese actor neoyorquino minimalista «del Método» para comenzar un derrotero de personificaciones una más histriónica y grandilocuente que la otra. Esa transición fue […]
En algún punto de su carrera (los Pacinófilos lo sitúan entre DICK TRACY, GLENGARRY GLENN ROSS y, especialmente, su actuación ganadora del Oscar en PERFUME DE UNA MUJER), Al Pacino empezó a dejar de ser ese actor neoyorquino minimalista «del Método» para comenzar un derrotero de personificaciones una más histriónica y grandilocuente que la otra. Esa transición fue muy difícil de soportar para sus fans, y hoy -luego de más de una década con poquísimas actuaciones sobresalientes y muchísimas películas olvidables- deben ser pocos los que recuerdan lo gran actor que Pacino fue y puede seguir siendo.
Más o menos lo mismo sucede con Phil Spector. Durante los ’60 e, intermitentemente en los ’70, Spector produjo muchos de los más gloriosos tesoros de la música pop, ayudando a componer y creando en el estudio «pequeñas sinfonías para adolescentes», gemas melódicas como BE MY BABY, SPANISH HARLEM, YOU’VE LOST THAT LOVING FEELING o RIVER DEEP, MOUNTAIN HIGH que recibían su célebre tratamiento de la «Pared de Sonido», con cientos de instrumentos construyendo sólidas y casi operísticas bases sobre las que esas canciones podían volar. Algunos lo recordarán como el más discutido productor de LET IT BE, de los Beatles; DEATH OF A LADIES’ MAN, de Leonard Cohen, o END OF THE CENTURY, de los Ramones, tres grandes discos que se beneficiaron de su producción -según algunos- o sufrieron a causa de sus excesos -según otros-. Pero los que desconocen ese pasado lo reconocerán por las noticias: es ese excéntrico y bastante ridículo sujeto que está en la cárcel, condenado por asesinar a una mujer en su casa, en 2003.
Si bien se trata de «decadencias» incomparables en sus dimensiones reales, al menos en lo simbólico ese pasado lejano célebre y este presente más problemático tienen sus similitudes y ellas juegan un rol muy curioso en PHIL SPECTOR, la película que se centra en una etapa del juicio al productor por el asesinato de Lana Clarkson. Pacino encarna a Spector como una suerte de príncipe decadente de la realeza del pop, un veterano y muy peculiar personaje que vive casi encerrado en un castillo, por momentos taciturno y tembloroso, y en otros arrollador y agresivo. Es una personificación más que adecuada, ya que Pacino logra transmitir la fragilidad que se esconde bajo las pelucas ridículas, los atuendos excesivos y los modales de millonario caprichoso de Spector. Si hay un alma, un corazón, debajo de esa parafernalia (la que pudo haber compuesto la bellísima SPANISH HARLEM, digamos), Pacino la encuentra. Y, en el mismo movimiento, aún para los desconfiados que ya no creen en su capacidad como actor, parece encontrar la suya.
Hay algo shakespereano en el personaje y Pacino -que en algún punto de su vida empezó a obsesionarse con el mítico bardo- lo sabe, haciendo de Spector una suerte de Ricardo III encerrado en su palacio, desconfiado de todo el mundo, regodeándose en su propia mitología como «el hombre que llevó la música negra al público blanco» y el inventor de decenas de estrellas. Desde ahí, Spector observa un mundo de supuestos enemigos que quieren vivir a costa suya aunque nadie lo recuerda demasiado bien. Uno supone que, de no ser por su extravagante aspecto, su fama turbulenta y su llamativo estilo de vida, sólo Spector -y un grupo de periodistas de rock y obsesivos de la cultura pop- creería en el mito Spector.
David Mamet (otro de pasado notable y presente problemático) hace evidente su deuda de honor con Shakespeare: en la puesta en escena casi teatral (por momentos, cuando Spector ensaya su testimonio en el juicio es literalmente teatral), en su elección por soliloquios en espacios cerrados y por circunscribir la trama a una serie de diálogos entre Spector y el personaje que funciona como puerta de entrada de los espectadores a las cavernas de este Minotauro contemporáneo: Linda Keeney Baden, la abogada que toma el caso cuando su anterior representante legal deja a Spector, interpretada por Helen Mirren.
Como en la reciente HITCHCOCK, Mirren es la «straight woman» que tiene que lidiar con un personaje excesivo. Allá era el gran realizador y aquí el gran productor, pero en concreto lo de la actriz es vérselas cara a cara con dos divos del cine como Anthony Hopkins y Al Pacino. Y Mirren -que no es menos diva, digámoslo- funciona dándole a ambas situaciones una pátina de realismo que ayuda y mucho a que nos creamos lo que estamos viendo, por absurdo que parezca. Sin ella como sparring, ambos actores podrían haber disparado hacia lugares insoportables.
Linda lo va conociendo y se va convenciendo, de a poco, que Spector puede ser excéntrico, raro y hasta violento, pero no está segura de que sea un asesino. El dirá que fue suicidio accidental (Lana se puso el arma en la boca y se disparó por error, asegura) y la prueba es que la ropa que Phil tenía en el momento de su muerte casi no estaba manchada. Su caso se sostendrá en un detalle técnico menor, pero tanto los testimonios como la propia apariencia del acusado le juegan en contra. La película puede ser vista como una defensa de la inocencia de Spector -muchos involucrados en el caso están enojadísimos con el filme y con Mamet-, pero en realidad la principal apuesta del director de CASA DE JUEGOS es presentar la posibilidad de una «duda razonable» y criticar el juicio sumario que buena parte del público y la prensa suelen hacer con las celebridades que caen en desgracia.
Mamet es, finalmente, el principal elemento de este filme, inusualmente oscuro y ambiguo para lo que es un producto televisivo (PHIL SPECTOR es un filme para HBO). El título, de por sí, es engañoso: la película no sólo no se centra en la vida ni en la obra de Spector sino que apenas menciona su pasado, más que nada a partir de la auto-celebración del protagonista de la historia. Esto es, más que otra cosa, un THE PEOPLE VS. PHIL SPECTOR, ya que su eje está en el juicio y en el circo que lo rodeó. Mamet (o HBO) se cubre de cualquier disputa legal al poner, de entrada, que esto es «una obra de ficción y no una basada en hechos reales», aunque es obvio -por los hechos que se cuentan- que está claramente inspirada en lo que pasó realmente. La «ficción», llegado el caso, está más ligada a que Mamet -como cualquier guionista- debió imaginarse cómo fueron los diálogos y decisiones dentro de «la defensa». Pero es más una excusa que otra cosa…
Defensa o no defensa, justificación o no justificación, lo cierto es que PHIL SPECTOR plantea de forma efectiva la idea de que aún el personaje más siniestro y sospechoso tiene derecho a una legitima defensa, que ni la excentricidad ni la agresividad son penadas por la ley (o al menos no de la misma manera que un asesinato). Mejor aún, Mamet logra aprovechar a Pacino por lo que hoy Pacino es, haciendo un eco memorable entre actor y personaje, y pidiéndole al espectador, al Pacinófilo frustrado, que vea por debajo de los gritos y la excentricidad. Pacino sigue estando ahí y el ser humano late debajo de la peluca.
(«PHIL SPECTOR» se emite por HBO)
Buenas. Comparto algo lo que decis respecto de Pacino, pero, si bien empezó a dejar de ser ese actor neoyorquino minimalista “del Método”, dejo un par de actuaciones, en mi opinion, minimalistas como en Insomnia de Nolan, o, quizas no tan minimalista, pero que solo el puede realizar como en Angels in America. De todas maneras, creo que no es que el dejo de ser un gran actor, sino que dejaron de existir peliculas que requieran ese tipo de actuaciones, mas que nada de un tipo ya grande. Pero, creo, es el caso de Robert de Niro. Un abrazo.