Cannes 2013: «Venus in Fur», de Roman Polanski (Competencia)
Roman Polanski ha dedicado los últimos años de su carrera a proyectos que, en mi opinión, no están a la altura de su fama ni de su talento. Están los más logrados y los menos logrados (a mí me gusta particularmente THE GHOST WRITER en esta etapa), pero ninguno realmente podría sumarse al canon de […]
Roman Polanski ha dedicado los últimos años de su carrera a proyectos que, en mi opinión, no están a la altura de su fama ni de su talento. Están los más logrados y los menos logrados (a mí me gusta particularmente THE GHOST WRITER en esta etapa), pero ninguno realmente podría sumarse al canon de las grandes películas del mítico realizador polaco de BARRIO CHINO.
Y en VENUS IN FUR, Polanski repite lo que había hecho en UN DIOS SALVAJE: adaptar una obra de teatro reciente y llevarla a la pantalla sin demasiados agregados que uno podría definir como «cinematográficos». Esto es: son las piezas dentro de cuatro paredes (poco más , poco menos) y en formatos que no parecen muy distintos a los de las originales. Como si a esta altura de su carrera sólo quisiera embarcarse en proyectos que no le impliquen demasiadas complicaciones o mucho presupuesto.
VENUS IN FUR transcurre en un teatro en el que un autor, adaptador y director interpretado por Mathieu Amalric está haciendo un casting del personaje de Vanda para llevar a escena una versión de VENUS IN FURS, la novela del siglo XIX de Sacher-Masoch, a la que se considera como una de las que fundaron lo que hoy conocemos -por su culpa- como masoquismo. A lo largo de los casi 100 minutos que dura el filme veremos cómo la relación entre estos personajes va modificándose y cómo los juegos de poder de ese ensayo irán imitando a los de la novela en cuestión. Esa es, claramente, la idea de la obra. Y la película la sostiene e ilustra.
El juego en cuestión es sencillo: el director está yéndose de la sesión de casting frustrado, según dice a alguien en el teléfono, por que las actrices eran todas pésimas y no entendían el rol. En la puerta se encuentra con Vanda (sí, se llama igual que su personaje), una mujer de unos cuarentaypico (Emmanuelle Seigner) que llegó tarde, por culpa del tráfico y la lluvia, y le suplica audicionar. El no quiere, no sólo por cansancio sino porque la mujer en cuestión (vestida vulgarmente y hablando con una jerga muy de la calle, exactamente lo que el director decía odiar) no parece adecuada bajo ningún punto de vista.
Pero apenas se calza la ropa del personaje y vuelve a insistir, Amalric a regañadientes, acepta. Y Vanda se transforma, literalmente, en la Vanda de Sacher-Masoch, dejándolo boquiabierto. De ahí en adelante, los actores irán pasando de sus personajes en la obra a sus personajes como director y actriz en el casting, jugando todo el tiempo con cuestiones de poder en las relaciones y, a la vez, descubriendo una atracción mutua que puede o no ser parte del juego de seducción de la inesperadamente multitalentosa actriz.
La obra en sí es medianamente interesante en su primera mitad, en la que las cartas se van poniendo sobre la mesa y los roles van girando sobre sí mismos, acomodándose. Una vez que se establece el patrón, la idea de hacia dónde va la película y cómo lo hará, no hay mucho más que seguir viendo cómo los roles de dominador/dominado cambian en la relación «teatral», así como en las de ellos en tanto hombre y mujer, con los conceptos de Sacher-Masoch siempre en primer plano.
Polanski filma todo sin una planificación visual demasiado interesante, más allá de algunas simpáticas ideas de dirección de arte (el decorado de fondo es el de una versión musical del western LA DILIGENCIA), pareciendo estar siempre detrás de los movimientos de los personajes, con los consabidos close ups ante momentos intensos y cortes siempre funcionales a los diálogos.
No hay duda que los temas son esencialmente «polanskiano»: el encierro, las relaciones de poder entre los sexos, la perversión, la sospecha y el engaño, siempre en personajes muy ácidos y hasta siniestros que casi nunca dejan caer la guardia. Es, en definitiva, un «showcase» para la actuación de Seigner, esposa de Polanski en la vida real, y uno puede hasta imaginar que fue ella quién lo convenció de hacerla.
Es que su Vanda es una de esas interpretaciones para el lucimiento de la protagonista, yendo y viniendo de la actriz al personaje, pero también «imitando» a la que supone es la mujer de Amalric, a otras actrices y mostrando lo que muchos gustan llamar «variedad de recursos», ya que debe pasar de sensual a tímida, de vulgar a elegante, del siglo XXI al XIX, con todo lo que eso implica. Ya pueden empezar a pensar quién la haría en una versión local en un teatro de la calle Corrientes…
Y de Amalric, lo mejor que se puede decir es que está soprendentemente parecido al propio Polanski -hasta lo peinaron igual-, por lo que uno hasta puede imaginar a la propia película como una especie de terapia de pareja en público. O algo así…