«Mad Men»: el espacio entre las cosas

«Mad Men»: el espacio entre las cosas

por - Críticas
02 Jul, 2013 01:46 | comentarios

Terminó la sexta temporada de MAD MEN y sólo falta una para que concluya la serie, en mi opinión una de las mejores -si no la mejor- serie que se emite hoy y, sin dudas, una de las mejores de la historia de la televisión. Para los que no la vieron -o no la terminaron […]

mad-men-season-6-posterTerminó la sexta temporada de MAD MEN y sólo falta una para que concluya la serie, en mi opinión una de las mejores -si no la mejor- serie que se emite hoy y, sin dudas, una de las mejores de la historia de la televisión. Para los que no la vieron -o no la terminaron de ver- no hace falta que aclare que este post estará lleno de spoilers. Así que de aquí en adelante hablaré con los que vieron hasta el final o con los que no les importa demasiado enterarse detalles de la trama. Están advertidos…

Hay algo en MAD MEN que para mí funciona contra los spoilers. Por más que su creador, Matthew Weiner, se obsesione hasta lo imposible con que no se conozcan detalles de las temporadas o de los episodios específicos, MAD MEN es una serie en la que es poco lo que debería importar el concepto de spoiler. Si hay algo logrado en la serie -centrada en una agencia de publicidad a lo largo de la década del ’60- es que no hay «plot points» argumentales que sean demasiado relevantes: no hay villanos que vencer, muertes demasiado espectaculares (salvo alguna que otra) y los cambios que sufren los personajes no son otra cosa que los cambios normales y naturales que se dan en la vida cotidiana: unos se divorcian, otros se enamoran, unos renuncian a su trabajo, a otros los ascienden, uno tiene mala relación con sus hijos, el otro se muda a una casa que odia, y así… Nada que no suceda en la vida real.

Mad Men (Season 6)Y eso, para mí, es una de las cosas más fascinantes de la serie, especialmente en estos tiempos de consumos fragmentados o bulímicos. MAD MEN no es una serie para ver sin involucrarse pero tampoco es una serie que exija al espectador una atención ni una dependencia de esas que obligan a muchos a ver tres o cuatro episodios seguidos. Es, casi, un producto fuera de época. Da la impresión de que aún las mejores series de la actualidad (se me ocurren dos como BREAKING BAD y HOMELAND) requieren que el espectador siga una trama policial y/o de espionaje de una manera detallista y argumentalmente comprometida. Otras series -la mayoría de las sitcoms- siguen, como lo han hecho históricamente, siendo programas de consumo casual y fragmentado. MAD MEN no es una cosa ni la otra. En ese sentido se me ocurre compararla con una gran novela.

Y como esas novelas de miles de páginas, MAD MEN nos mete en un mundo completamente configurado pero no nos fuerza a permanecer en él de manera tramposa: no nos tiene de la oreja entre episodio y episodio para ver cómo se resuelve algún asunto puntual ni nos obliga a tomar apuntes para no perdernos detalles de la trama. No, para nada. Nos crea un mundo, nos acomoda y nos invita -si queremos- a permanecer en él, a instalarnos como Don Draper en la famosa imagen de apertura, poniendo nuestro brazo en el sillón y acomodándonos para verlo avanzar, de a poco.

mad-men-season-6-jon-hamm-vincent-kartheiser-john-slatteryEs que los cambios y avances dramáticos de MAD MEN también funcionan, en cierto punto, como los cambios y avances de una novela o -si se quiere- de la vida real. Los personajes cambian, se equivocan, van para un lado, vuelven, se equivocan otra vez. Y así. Es hasta difícil contarle a otro lo que sucede en un episodio, salvo los eventos más o menos grandes que toda temporada tiene. En un momento entre el octavo y undécimo episodio de la sexta temporada -si no recuerdo mal- tenía la sensación de que nada pasaba y todo pasaba en la serie, que podría seguir así durante años y años, extendiendo las desventuras de Don Draper y de Sterling Cooper hasta la actualidad. Y que sería perfecta.

Pero las series terminan y el contrato de Weiner con AMC, aparentemente, se acaba en la próxima temporada, por lo que ciertos eventos dramáticos tienen que suceder. Esta temporada, se podría decir, marca el viaje más oscuro por las profundidades de Draper y su aparente salida, sobre el final. El viaje empieza con sus pesadillas mortuorias -y su lectura del Dante- en el primer episodio. y bien se podría pensar en la temporada entera como su viaje por los infiernos, infiernos que implican -como siempre en su caso- infidelidades varias, peleas con su esposa, complicaciones con sus hijos y su ex y, en esta ocasión, la sensación de que ya no es el «Master of the Universe» que solía ser en su trabajo. Ni siquiera le queda esa «tranquilidad»: da la impresión que el caos de su vida personal empieza a afectarlo en su vida profesional.

madmen-season6-ted-peggyY no sólo eso: ya en 1968 -año en el que transcurre la temporada- ya Draper no tiene tan en claro el pulso social, ya no está tan «al día» con lo que sucede, de la manera que un creativo publicitario debería estar. Se nota ya en su atuendo, que sigue siendo casi el mismo de cuando empezó la serie, en 1960: sombrero, traje y corbata. Alrededor suyo el mundo cambia -solo basta echar una mirada por la oficina, desde el decorado hasta el mobiliario, y ni hablar de los más jóvenes miembros de la agencia- y Draper hace como que se adapta pero no lo logra del todo, algo que queda clarísimo en el episodio en el que viaja a Los Angeles. Y ni hablar de su declarada convicción de que la solución para el país es Richard Nixon: en 1968 es la manifestación que ya no le queda casi nada de «hipster» y que es parte de la «mayoría silenciosa» que sostenía entonces a aquel discutido presidente en el poder.

Esta temporada de la serie concluye con Draper sacando la cabeza, por el momento, del fango. La complicada relación con su hija tras que ella lo descubre «consolando» a su vecina -en la única escena «oh!» de toda la temporada- está en un punto crítico y en la oficina deciden darle unas vacaciones forzadas tras que el hombre arruinó un par de potenciales contratos al hablar de más en reuniones con clientes. Su esposa, además, ya no lo soporta demasiado (a él parece no interesarle mucho tampoco) y parecen encaminados a una separación de hecho o a un divorcio. Es entonces que él decide contarles a sus hijos su verdadera historia (que en realidad tomó el nombre de otra persona, en el punto de partida más «novelístico» que tiene la serie, pero sobre el que no se insiste por suerte todo el tiempo) y empezar a vivir una vida más honesta, consigo mismo y con los demás.

Mad Men (Season 6)Parece difícil que lo consiga: la serie -como queda bien en claro en la secuencia de créditos- cuenta la caída en desgracia de Draper y esta actitud positiva en su vida parece de corta duración. Habrá que ver la última temporada para estar seguros, pero no parece que haya un camino de redención posible para Don, salvo que la elección de la serie sea priorizar su vida personal y su honestidad en su vida privada, dejando de lado el «mentiroso y falso» éxito profesional. Pero parece difícil que la serie se resuelva por ese lado.

Alrededor de Don el mundo sigue girando, la agencia se funde con otra, aparecerá una nueva historia de amor para Peggy, Pete se irá convirtiendo cada vez más en el «comic relief» de la serie, mientras que otros personajes como Roger y Joan tendrán una menor participación, y aparecerán otros nuevos. Es una temporada bastante «Don-centrica» y si bien hay una larga serie de extraordinarios personajes que lo acompañan en sus desventuras, no hay dudas que miramos la serie por él y para saber qué será de su vida. Los cambios de la década se registran mejor siguiéndolo a Draper, es casi un espejo inconmovible sobre el que el resto de las cosas se reflejan. Y el efecto es, digamos, «pavloviano».

mad-men-season-6-kiernan-shipkaUna diferencia que noté en esta temporada y que no me convenció del todo fue que, a diferencia de las anteriores, los eventos sociales y políticos del año estuvieron más en primer plano: la guerra de Vietnam, los asesinatos de Martin Luther King y Bobby Kennedy, las protestas sociales, etc. Si bien es entendible -después de todo 1968 fue un año fuerte en noticias importantes-, una de las cosas que siempre me gustó de MAD MEN era que los grandes episodios de los ’60 los tocaban tangencialmente. Se sentían sus efectos y consecuencias pero pocas veces se los veía enfrentarlos directamente y menos hablando de ellos. En este caso, evidentemente, los eventos eran demasiado fuertes y continuos como para ignorarlos.

El placer que da ver MAD MEN como un continuo en el que el viaje es más importante que los concretos episodios dramáticos es poder ir observando cómo las cosas van cambiando, lenta pero progresivamente. Lo decía antes: los peinados, las ropas y la decoración de las casas y oficinas es lo primero que se nota. Pero también los hábitos, las formas de relacionarse de las personas, las convenciones sociales, etc. Esos choques culturales aparecen más y más y se hacen especialmente fuertes cuando uno compara las distintas generaciones de los personajes y cómo se adaptan a dichos cambios.

Si uno estuvo trabajando en una misma oficina durante muchos años -yo lo hice durante 20- es doblemente fascinante ir viendo cómo un mismo espacio físico se va alterando, lenta pero sustancialmente, con el tiempo. Cómo cambia la tecnología, las personas que entran y salen, y cómo se modifica todo lo que te rodea, cotidiana e imperceptiblemente, a partir de eventos que transcurren fuera de esas paredes. Pero, más que nada, la riqueza de MAD MEN es ver cómo cambian las personas que se mueven por esos espacios. No sólo por los hechos más obvios -envejecen, crecen, se divorcian, se casan, tienen hijos, mueren- sino en las sutiles maneras que esas modificaciones se van dando, en cómo todos somos los mismos y no lo somos en el transcurso de unos cuántos años compartidos. Esa es la grandeza de MAD MEN: en centrarse en «eso que pasa cuando estás ocupado haciendo otras cosas», como decía aquel tema de los Beatles. En el espacio negativo, donde no hay nada pero está todo.