«Los amantes pasajeros»: caer sin estilo
A veces las películas no suceden. Los elementos están ahí, pero la película no. Hay algo -probablemente intangible- que no aparece, que no está. Algunos solemos interpretarlo como falta de «respiración», como si alguien se hubiera ocupado de armar el motor del auto pero no lograra nunca ponerlo en funcionamiento, o se le detuviera cada […]
A veces las películas no suceden. Los elementos están ahí, pero la película no. Hay algo -probablemente intangible- que no aparece, que no está. Algunos solemos interpretarlo como falta de «respiración», como si alguien se hubiera ocupado de armar el motor del auto pero no lograra nunca ponerlo en funcionamiento, o se le detuviera cada dos minutos. Es una especie de soplo de vida el que está ausente, el que no es de la partida. Casi una metáfora perfecta para el viaje en avión trunco que narra la película, LOS AMANTES PASAJEROS nunca vuela. Se pone en marcha, tose un poco, amenaza con tomar altura pero pronto nos damos cuenta que el vuelo cinematográfico tiene tan poca fortuna como el que cuenta la trama y que, tras dar unas vueltas buscando aeropuerto donde detenerse, debe aterrizar muy cerca del lugar donde salió.
Es un viaje cortito, sin fuerzas y sin consecuencias, el de LOS AMANTES PASAJEROS. Un problema doblemente raro en el caso de Pedro Almodóvar, ya que su cine puede gustar más o menos, pero nunca le falta fuerza ni riesgo. Cortando con una racha cinematográfica integrada por dos películas notables como LOS ABRAZOS ROTOS y LA PIEL QUE HABITO, el realizador español entrega una de sus películas más desabridas en años, una comedia dramática que ni siquiera se permite dejarse atravesar del todo por la evidente amargura que la rodea.
Es que el filme es claramente un intento de Almodóvar de hablar de la crisis económica y política de su país a través de una metáfora simple pero interesante que nunca logra desarrollar del todo. La trama se centra en un avión que sale de Madrid a México con problemas en el tren de aterrizaje y pronto todos se dan cuenta que deben aterrizar de emergencia en algún aeropuerto cercano. El filme se centra en una serie de pasajeros de la Primera Clase, ya que para evitar el caos a los de Clase Económica los han empastillado para que se duerman y no molesten.
Los personajes son los dos pilotos (Hugo Silva y Antonio De la Torre), los tres «azafatos» (Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces) y una serie de pasajeros con distintos problemas, desde una mujer psíquica y virgen que puede oler la presencia de la muerte (Lola Dueñas), a una «dominatrix» que ha atendido a toda la clase política española (Cecilia Roth), pasando por un empresario corrupto (Joe Luis Torrijo), un asesino a sueldo mexicano (José María Yazpik) y un actor en problemas (Guillermo Toledo), entre otros, en un amplio elenco que incluye participaciones menores de Penélope Cruz, Antonio Banderas y Paz Vega.
El caos del vuelo servirá para que todos beban y consuman drogas (o las dos cosas a la vez) y nos den a conocer sus historias en medio de una serie de despistes, muchas revelaciones sexuales y hasta algún que otro número musical. Una secuencia mostrando vidas fuera del avión servirá, si se quiere, para airear un poco el relato, pero no le agregará demasiado interés. La película se siente todo el tiempo como buscando algún tipo de ímpetu o de energía a partir de las historias que cuentan los personajes y el aparente desmadre que siempre está a punto de producirse en el avión, pero todo queda reducido a una serie de anécdotas descolgadas y desprovistas casi por completo de gracia.
Resulta muy raro que un elenco de actores habitualmente talentoso y un director con probada capacidad para dirigirlos no logren causar más que dos o tres momentos risueños a lo largo del filme. LOS AMANTES PASAJEROS oscila entre ser cáustica y oscura, por un lado, y convertirse en una especie de comedia juvenil de chistes zarpados, por otro. Y la conexión entre ambas casi nunca funciona: la película jamás tiene la acidez o negrura que necesitaría para volverse realmente potente, y como «humor grueso» se la siente obvia, boba, con una tendencia casi infantil a escandalizar.
Tampoco ayuda mucho el encierro casi de farsa teatral que tiene la película al transcurrir casi toda dentro de esa Primera Clase del avión. Los expansivos personajes pronto se nos vuelven pesadillescos y, como espectadores, nos sentimos como si estuviéramos rodeados de energúmenos en esos pocos metros cuadrados del avión. Y sin auriculares que nos permitan aislarnos un segundo… Tanto Almodóvar como los críticos que celebraron esta película podrán hacer muy lúcidas y sensatas comparaciones (con Fassbinder, con la comedia clásica hollywoodense, con Berlanga, con lo que sea), pero una película jamás es una suma de las intenciones ni de las influencias que pretenda tener. Aquí todas ellas pueden estar en la cabeza del manchego, pero no se convierten por sí solas en una película.
La carrera de Almodóvar ha tenido sus mejores y peores momentos, pero daba la impresión últimamente que había elegido un camino incierto e intrigante que implicaba tomar más y más riesgos. Pero, acaso preocupado por la baja en las recaudaciones, decidió intentar mirar atrás y recapturar algo de la magia de sus comedias zarpadas de los ’80, muchas de las cuales funcionaron más por contexto que por su real valor cinematográfico. El Almodóvar retro tal vez sea el menos interesante. Y el que intenta ponerse sentencioso respecto a la realidad española tampoco es el más recomendable. Esta película junta esas dos cosas y era muy difícil que saliera bien.
De cualquier modo, y más allá de la apuntada chatura del filme (¿será que Almodóvar quiere ahora para sí mismo una «tercera edad cinematográfica» a lo Woody Allen, haciendo reversiones menores de éxitos antiguos?), lo que llama la atención en LOS AMANTES PASAJEROS es, volviendo al principio, la desesperante incompetencia que en muchos momentos exhibe el filme. Si hay algo que Almodóvar sabe hacer es narrar: su cine es una máquina (hasta excesiva) de hacerlo. Aquí lo que parece verse es una serie de sketches pegados entre sí, sin casi ninguna noción de movimiento. Más que una película parece un divertimento de fin de año de compañeritos de una escuela de teatro que se tomaron toda el Agua de Valencia y nos dejaron los somníferos a los espectadores.
Lerer, una vez más coincido plenamente con usted. Al igual que en la crítica de Metegol.
Pd: Se lo extraña en el envío semanal! :)
:)
Pues si, es poco lo rescatable de e crtiticos ste filme.Igual creo que ciertos criticos deberian reconocer lo prescindibles de estad nanerias,que no enganan,que el patriotetismo y chovinismo ofensivo de Argo y La noche.mas oscura,y ,sin embargo,le ven no se que cosa.Por favor,mas criterio