No-estrenos: «The Canyons», de Paul Schrader
A lo largo de su dispar y extraña carrera como director, Paul Schrader ha mantenido siempre un evidente interés por personajes solitarios y un poco alienados. Desde TAXI DRIVER (película de Martin Scorsese con guión suyo) hasta su anterior y muy poco vista ADAM RESURRECTED, pasando por algunos de los títulos clave de su filmografía […]
A lo largo de su dispar y extraña carrera como director, Paul Schrader ha mantenido siempre un evidente interés por personajes solitarios y un poco alienados. Desde TAXI DRIVER (película de Martin Scorsese con guión suyo) hasta su anterior y muy poco vista ADAM RESURRECTED, pasando por algunos de los títulos clave de su filmografía como director –GIGOLO AMERICANO, MISHIMA, DIAS DE FURIA, THE CONFORT OF STRANGERS o LIGHT SLEEPER-, Schrader ha mantenido un fuerte interés por personajes desconectados y enigmáticos, que pueden volverse abrasivos y violentos ante cualquier circunstancia inesperada. Personajes, como bien lo dice Christian (James Deen) en el filme, que necesitan «controlar todo».
Buena parte de la carrera del realizador estuvo ligada a otras obsesiones temáticas, algunas de las cuales -como la religión- no figuran aquí, tal vez porque el guionista de THE CANYONS no es otro que Bret Easton Ellis y la historia de un multimillonario fascinado por el sexo y obsesionado por los celos le cae a la perfección al mundo del escritor de AMERICAN PSYCHO, además de enganchar muy bien con los de Schrader, quien ha hecho de las compulsiones romántico/amorosas y las relaciones perversas otro eje importante de su errática carrera, cuyo último punto recordable fue la controversia armada en torno a su precuela de EL EXORCISTA, de 2005.
THE CANYONS despertó un interés inusitado debido a la elección de Lindsay Lohan como protagonista, en el rol de la «esposa trofeo» del tal Christian, una mujer bastante dañada tras sus intentos de triunfar en Hollywood y que, en un momento de su vida, decide que la opción más sencilla de «vivir la gran vida californiana» es casarse con un millonario y listo. Lohan viene atravesando caídas públicas desde hace ya años (adicciones y escándalos varios) y entre idas y vueltas a rehabilitación intentó una rehab cinematográfica con este filme independiente y de bajo presupuesto. Una nota de rodaje publicada hace meses por The New York Times contando lo caótico que fue rodar con ella (se puede leer en inglés aquí) reavivó las altas expectativas de este filme financiado vía Kickstarter.
Schrader no se aparta demasiado del estilo algo seco y gélido de gran parte de su cine, algo que coexiste a la perfección con el universo y los personajes de Easton Ellis: millonarios por herencia, productores de poca monta, actores frustrados. Todos ellos conviven en una Los Angeles reconocible de largas avenidas, shopping malls, poca gente en las calles, casas en las colinas e incluye una visita a la excelente tienda de música Amoeba’s, en pleno corazón de Hollywood. Es una pintura de la industria que recuerda a SUNSET BOULEVARD y MULHOLLAND DRIVE en su mezcla de lujos, miserias y secretos, todo un subgénero del cine estadounidense. La única diferencia es que a los personajes de este filme -a diferencia de Schrader, que deja en claro su obsesión por el tema con los constantes y casi arbitrarios planos de cines abandonados-, las películas parecen importarles poco y nada. Aún las que ellos hacen…
La trama se centra en los celos de Christian para con su esposa Tara (Lohan), con la que comparte una vida sexual bastante «creativa» (invitan hombres, mujeres y parejas a su casa), pero a la que no deja casi respirar fuera de su casa, investigando cada paso que da al punto de contratar a un joven para que la siga ante la sospecha de que ella podría tener un affaire con Ryan (Nolan Funk), un joven actor que, gracias a la sugerencia de Tara, se quedó con el protagónico de la película que Christian está produciendo. Ryan, que está en pareja con Gina (Amanda Brooks), la asistente de Christian (sí, Los Angeles es un lugar enorme, pero en este filme todos se cruzan con todos), había sido novio de Tara pero ella lo dejó por el propio Christian, algo que el celoso marido no sabe. Aún así, la cela. Y lo peor es que tiene razón: el reencuentro entre Tara y Ryan los ha hecho volver a las andadas, aunque Tara por ningún motivo piensa dejar a su millonario marido por este loser, por más sexy que lo encuentre. Y los cruces no terminan ahí, pero no conviene adelantar más.
La relación entre Christian y Tara, y la de ambos con el mundo exterior, queda clara en la primera escena en la que cenan en el Chateau Marmont con Ryan y Gina, y en la que nuestros protagonistas se la pasan mirando sus celulares. Al volver a su paradisíaca casa llaman a un chico para hacer un trío, con la indolencia de quien levanta el teléfono para pedir una pizza. Christian, claro, graba todo con el teléfono, pero nada parece importarle demasiado. Tal vez por las limitaciones del actor (una estrella real del cine porno), a Christian todo parece darle lo mismo, ni siquiera su propia furia y celos lo sacan de su desinterés cool de heredero millonario.
Tara no es igual, y allí es donde la película juega su carta más fuerte: en la piel de Lohan Tara es una mezcla de emociones que van del miedo a la desesperación, del desgano sexy a la depresión. Tal vez por conocer el «backstage» del filme y el personaje, uno no puede evitar pensar que hay algo crudo y personal puesto en juego en cada una de esas escenas, de la misma manera en la que uno ahora ve las últimas películas de Marilyn Monroe y no puede evitar sentir que todos esos volatiles y sufridos personajes son ella. Verla también hace recordar a esas divas que no están en su mejor momento: excedida de peso, de maquillaje y de botox, como anestesiada y con dificultad para recordar sus diálogos, Lohan es el nervio entumecido de la película, al punto que da una sensación algo incómoda escucharla pronunciar con detalle la palabra «Rohypnol».
Es que Tara parece ser la única a la que las cosas que suceden le afectan emocionalmente: el desinterés de todos por las películas que hacen («¿cuándo fue la última vez que fuiste al cine? Premieres no cuentan», le pregunta en un momento a Gina, casi una crítica en voz alta hecha por Schrader a la industria), los fracasos de su ex pareja y actual amante Ryan, la agresividad disimulada de su marido. Sólo una cosa tiene clara, y en eso no parece haber sentimientos de por medio: Tara no quiere volver a «pelearla» y hará lo imposible para sostener su fachada matrimonial aunque sus sentimientos vayan por otro lado. Aún ser un juguete sexual en orgías que, evidentemente, un poco la incomodan (al personaje y a la actriz, obviamente).
Así es que THE CANYONS se vuelve una historia de celos y obsesión, de miedo y angustia, en un medio donde el cinismo y cierta apatía cool parecen ser moneda corriente. Es como si Schrader quisiera mostrar que los que miran con aire indolente su celular en todo momento en realidad están disimulando su obsesión y necesidad por controlar todo, por estar en varios lados a la vez. Deen y Lohan traen a sus roles sus respectivos bagajes de actor porno y estrella juvenil en decadencia, algo que encaja a la perfección con la intención por momentos formal de Schrader de hacer de la película un cuestionamiento sobre una industria cada vez más preocupada por su propio ombligo que por las películas que hace.
La película puede no ser lo atrapante y cáustica que Schrader puede haber deseado (el filme tiene algo de perdido artefacto de los ’70, tanto en lo temático como en la puesta en escena y el ritmo narrativo), pero THE CANYONS registra como una especie de llamado de atención de parte de los «has-beens» de la industria (el actor porno, el director acabado, el escritor en decadencia y la estrella en recuperación) a los actuales dueños de Hollywood: el abismo está a la vuelta de la esquina.