Philip Seymour Hoffman (1967-2014)
En casi todas las películas en las que participó, Philip Seymour Hoffman parecía ser un tipo que la estaba pasando mal. Y no es esta una lectura atravesada por la noticia de su muerte ni tiene ningún componente psicoanalítico. Me refiero a su trabajo en cine. Hoffman se caracterizó por interpretar a personajes dolientes, sufridos, […]
En casi todas las películas en las que participó, Philip Seymour Hoffman parecía ser un tipo que la estaba pasando mal. Y no es esta una lectura atravesada por la noticia de su muerte ni tiene ningún componente psicoanalítico. Me refiero a su trabajo en cine. Hoffman se caracterizó por interpretar a personajes dolientes, sufridos, confundidos, extraños y bastante oscuros. Se sentía a sus anchas en ese terreno, podía encontrar miles de variables para expresar esas sensaciones. Y esas variables eran pequeñas, ajustadas. Eran detalles, pero eran importantes. Los personajes de Hoffman la pasaban mal y muchas veces hacían pasar mal a los otros, pero nunca lográbamos odiarlos ni desentendernos de su suerte. De cierta manera, Hoffman proyectaba esa sufrida humanidad a los espectadores y nos hacía cómplices de ella.
Los críticos de cine hemos patentado, últimamente, una especie de extraño desinterés por los actores. Especialmente por esos «actores-actores» que parecen trascender todo el tiempo lo que está en la pantalla. Tiene alguna lógica. Amamos el cine y muchas veces creemos que algunos actores se aman más a sí mismos que a las películas en las que participan. Tendemos a pensar que, en especial esos actores intensos (de las diversas variables del Actor’s Studio, digamos), no entienden demasiado cómo funciona el cine o no les importa («lo verdaderamente importante es el teatro», suelen decir). Pero Hoffman no entra dentro de estos parámetros. No brillaba porque pensaba que las películas eran un envase a partir de las cuales lucirse, sacar las plumas y explayarse. Brillaba desde adentro, como una implosión, como una respiración nerviosa que hacía que todas las películas con Hoffman fueran películas donde nunca se sabía bien lo que iba a suceder.
Los críticos, muchas veces, tendemos a preferir a los actores eficientes y efectivos, discretos, esos que no se plantan por arriba de la historia ni pelean por más diálogos, sino los que se integran al todo que es una película y dejan que sea ella la que brille. Unos pueden pensar que Hoffman no era eso, que era el «Señor Actor» a quien todo el mundo admira, teme y deja volar como solista sin orquesta. Yo nunca lo vi así. Siempre tuve la sensación de que era alguien incómodo de estar ahí, fastidiado por las luces, tratando de entender cómo hacer algo que no sea igual a lo que ya había hecho mil veces. Trabajaba para sus películas, no en contra de ellas.
Una evidencia para mí de esa postura está en el hecho de que Hoffman ha hecho durante casi toda su carrera más personajes secundarios que protagonistas. Es cierto, por su look daba más para villano, amigo problemático o persona perturbada, que para héroe de esos con los que «todos nos podemos identificar». Y para esos lo llamaban. Pero era un placer verlo integrarse en elencos tan curiosos y llamativos como los de HAPPINESS, de Todd Solondz; MAGNOLIA, de Paul Thomas Anderson; ALMOST FAMOUS, de Cameron Crowe, o 25TH HOUR, de Spike Lee, por citar solo algunas. Su aparición, en cada caso, era esperada. Siempre había un elemento impredecible en ella, una tensión. Había, es cierto, mucho de eso que llaman «técnica», pero también había una enorme capacidad para trascenderla, para crear personas vivas latiendo por debajo de la tarea del actor.
Es cierto, como casi todos los actores «intensos», «del Método» o como gusten llamarlos, después de un tiempo uno sentía que había un personaje que era claramente suyo. Podía metamorfosearse, pero en un punto era siempre él mismo. No por nada sus personajes tienden a moverse en zonas relativamente parecidas: perturbados, oscuros, intensos, nerviosos, apesadumbrados, depresivos. Las películas las vieron, las conocen. Brillante en THE MASTER y CAPOTE, aterrador en MISION: IMPOSIBLE 3, torturado hasta lo imposible en SYNECDOCHE NEW YORK, enervante en EL TALENTOSO SR. RIPLEY o BEFORE THE DEVIL KNOWS YOU’RE DEAD. Podría seguir y seguir. Es que el tipo en todo estaba bien porque, además, tenía la capacidad de elegir casi siempre buenos directores y buenas películas.
Philip Seymour Hoffman nunca fue una estrella de cine tal vez porque no quiso, tal vez porque no pudo. Pero fue uno de esos actores que entendía que podía jugar en equipo y por eso brillar, que necesitaba de los demás tanto como los demás lo necesitaban a él. Solo basta ver algunas terriblemente intensas escenas que tiene con Joaquin Phoenix en THE MASTER para notar que el hombre tenía resto para dejar el más obvio lucimiento a los otros y complementarse a la perfección. Es terrible pensar que su rostro abrumado, su pesado cuerpo y su mirada triste no aparecerán más en las pantallas de cine.
Qué bello obituario Diego. Medido, sentido, tranquilamente doloroso. Estimo tu homenajeado se habría sentido complacido con él.
Excelente, Diego. R.I.P. Seymour Hoffman.
Tu lo has dicho Diego. Me gustó mucho. A pesar de ser cinéfilo, no me suele «afectar» cuando algo así pasa con alguna figura respetable del cine. En este caso ha sido lo contrario. El gordo se hacía querer …
Muy bueno Diego. A mi se me viene a mente el papel de secretario de Jeffrey Lebowski en el Gran Lebowski. Cortito, impecable, inolvidable.
Impecable. Hermoso concepto y autoconfesión.
todo tan cierto y tan triste. cuando me acuerdo de interpretaciones como la de love liza, tan cercanos, tan vivos y otros muchos tan,
pienso en todos los personajes a los que no les podrá poner el cuerpo. ni el alma. brillaba como una implosión, que certeras las palabras que elegiste.