Estrenos: «La tercera orilla», de Celina Murga
El tercer largo de ficción de la directora de UNA SEMANA SOLOS muestra a Celina Murga indagando aún más a fondo en la vida de personajes jóvenes y en su relación –tensa, teñida de desconfianza– con el mundo de los adultos. Como en aquel filme, en LA TERCERA ORILLA Murga observa el comportamiento de niños […]
El tercer largo de ficción de la directora de UNA SEMANA SOLOS muestra a Celina Murga indagando aún más a fondo en la vida de personajes jóvenes y en su relación –tensa, teñida de desconfianza– con el mundo de los adultos. Como en aquel filme, en LA TERCERA ORILLA Murga observa el comportamiento de niños y adolescentes que se sienten muchas veces usados o postergados por los más grandes y que crean un universo con sus propias reglas.
La película confirma algo que para muchos ya es obvio: que Murga es una de las más sutiles e inteligentes observadoras de ese universo juvenil, con un grado de comprensión enorme respecto a sus ambigüedades y tensiones, así como una realizadora con una asombrosa facilidad para construir personajes creíbles y verdaderos, de esos que no se definen fácilmente mediante los requerimientos psicológicos de los manuales de guión sino por su propia y muchas veces contradictoria lógica.
En el centro de la historia está el Doctor Reinoso (Daniel Veronese, el director teatral), un médico que tiene dos familias, una oficial y otra “paralela”. Nicolás (el debutante Alián Devetac, excelente) es el hijo mayor de la “otra familia”, tiene una hermana y un hermano más (todos fruto de esa curiosa unión) y vive esa situación con indudable molestia pero también dejándose llevar por la fuerte influencia de su padre. Es que el severo hombre lo prefiere a él como su sucesor más que a su hijo oficial –menor y más frágil– y le quiere enseñar el oficio, manejar la finca que posee y hasta lo lleva “de putas”. Esa presión paterna irá haciendo estragos en Nicolás, que en los papeles respeta la autoridad paterna pero cuya fidelidad verdadera está ligada a su madre y sus hermanos, incluyendo a su medio hermano a quien protege en el colegio.
Murga no hace demasiado claras las fidelidades familiares ni explica del todo las relaciones interpersonales. Es el espectador quien debe atar los cabos de lo que va sucediendo, de los silencios que rodean a ese secreto juego de lazos familiares al que todos juegan como si la bigamia fuera lo más normal del mundo. Lo que sí hace –y muy bien, con colaboración en el guión de Gabriel Medina– es construir un universo de relaciones masculinas que no por prototípicas o tradicionales dejan de ser brutales y hasta crueles. Esa mirada a un mundo masculino cargado de violencia es la que conecta a su filme al cine de su productor ejecutivo Martin Scorsese, lo mismo que ese sistema cerrado y endogámico en el que se mueven todos los protagonistas y que funciona con sus propias y complejas reglas.
Murga vuelve a dejar en claro que es una extraordinaria directora de actores, especialmente en lo que respecta a su trabajo con chicos sin experiencia previa, logrando con ellos algo casi mágico en la manera en la que sus personajes viven y respiran en la pantalla. Los juegos entre los chicos –sus peleas, su intimidad, los diálogos que mantienen– están construidos a pura verdad, como si la cámara estuviera espiándolos sin ser vista.
Si bien es más narrativa y tensa que sus anteriores películas, Murga sigue manteniendo su preferencia por la construcción más bien impresionista del relato, con escenas que apuestan más por el clima que por la propulsión dramática, sacando al espectador todo el tiempo de la “comodidad” del suspenso. Es una forma de entender el cine que es consistente tanto en la forma como en el tema: nada es del todo lo que parece. Y si las familias que pueblan el filme no son del todo convencionales, tampoco lo serán las tramas que las contienen.