Cannes 2014: el año de la diversidad
En 2008, el cine argentino desembarcó en Cannes de una manera inédita en la historia del festival. Dos películas en competencia (LEONERA, de Pablo Trapero y LA MUJER SIN CABEZA, de Lucrecia Martel), otras dos en la Quincena de Realizadores (LIVERPOOL, de Lisandro Alonso y SALAMANDRA, de Pablo Agüero) y una en la Semana de la Crítica […]
En 2008, el cine argentino desembarcó en Cannes de una manera inédita en la historia del festival. Dos películas en competencia (LEONERA, de Pablo Trapero y LA MUJER SIN CABEZA, de Lucrecia Martel), otras dos en la Quincena de Realizadores (LIVERPOOL, de Lisandro Alonso y SALAMANDRA, de Pablo Agüero) y una en la Semana de la Crítica (LA SANGRE BROTA, de Pablo Fendrik), además de un corto de Marco Berger y una coproducción con Uruguay (ACNE, de Federico Veiroj) lograron una representación superior a todas las previas y no repetida desde entonces.
Este 2014 trae una representación igualmente generosa, si bien levemente menor a aquella. Una película en competencia (RELATOS SALVAJES, de Damián Szifron), una fuera de competencia (EL ARDOR, de Pablo Fendrik), una en Un Certain Regard (JAUJA, de Lisandro Alonso) y otra en Quincena de Realizadores (REFUGIADO, de Diego Lerman), con dos de los cuatro realizadores veteranos de la edición 2008. Hay dos jurados (Pablo Trapero en Un Certain Regard y Pablo Giorgelli en la Semana de la Crítica) y un corto de Natalia Garagiola dentro del programa de la Nordic Factory en la Quincena. Hay otras películas en el Mercado y en acuerdos específicos con Cannes (Blood Window, BAL, etc), pero eso no cuenta como parte oficial del programa del festival por más que se lo intente vender así localmente.
Este año, además, se da la particularidad casi inédita de que, con la excepción de un filme colombiano en la Semana de la Crítica, la cuadruple representación argentina es casi la única representación latinoamericana, lo cual en cierto modo magnifica la importancia de la delegación local. Este tipo de participación da pie a intentar todo tipo de análisis respecto a la actualidad del cine local, que van desde la salud de la industria nacional a la pura casualidad pasando por analizar las películas específicas y entender las razones por las que están ahí.
Creo que el acercamiento apropiado es el segundo o el último. No creo que el cine argentino en general esté pasando por un momento extraordinario sino que, como sabíamos ya desde hace tiempo, 2014 era un año en el que buena parte de los más reconocidos directores argentinos iban a estrenar sus filmes. El año pasado fue igual con el cine chileno y el mexicano –la presencia argentina fue mínima en grandes festivales– y probablemente el año próximo vuelva a pasar lo mismo. Sí, claro, hay tendencias y movimientos, pero tomando en cuenta que los directores argentinos no son novatos cuyos filmes fueron descubiertos por los festivales (medida algo más realista para saber cuando una cinematografía nacional está «de moda»), es más justo y probable hablar de coincidencia que de otra cosa.
No hay que olvidar que el cine argentino produce una cantidad de películas enorme dentro de los parámetros internacionales. Y aún cuando dos terceras partes de esas películas sean olvidables, hay una línea de directores establecida que entrega cada dos o tres años películas de indudable solidez. En un sentido, las cuatro películas presentadas en Berlín podrían dar una idea aún más saludable respecto al cine nacional que las de Cannes ya que, salvo por la presencia de Celina Murga, los otros tres directores que estuvieron allí (Benjamín Naishtat, María Inés Barrionuevo y Matías Lucchesi) eran debutantes y uno de ellos (Naishtat) logró entrar en la competencia oficial con una opera prima.
En un año con muchos nombres, la buena cosecha seguramente seguirá. Hay películas de Matías Piñeiro, Martín Rejtman, Anahí Berneri, Adrián Biniez, Raúl Perrone, entre muchos otros, y una gran cantidad que pasó por BAFICI, Rotterdam (Rosendo Ruiz, Rodrigo Moreno) o Sundance (Natalia Smirnoff) y que luego seguramente tendrá circulación internacional. Siguen exhibiéndose internacionalmente otras que vieron la luz a fines del año pasado (los filmes de Edgardo Cozarinsky, Gustavo Fontán, Santiago Palavecino y José Campusano, entre otros) y que todavía no se estrenaron localmente. Y ni hablar de las sorpresas que pueden aparecer en cualquier momento.
La sola mención de tantos nombres da a entender que la industria del cine local es muy saludable, lo cual es cierto –en un punto– pero no por eso menos complicada, con los problemas de exhibición y otros que constantemente se discuten aquí. La presencia fuerte de películas nacionales disimula esos problemas, pero no los hace desaparecer. Lo que sí es «sano» en ese punto es la variedad de películas argentinas que este año integran la representación local y es ése el eje que considero más importante, el último de los tres que citaba anteriormente.
Todos recuerdan aquella frase de Thierry Fremaux acerca del suicidio del cine nacional. Da la impresión que esta participación es evidencia de cambios en su punto de vista, pero no creo que sea tan así. La película de Damián Szifron en competencia es casi una prueba de lo que él decía, ya que se trata de una película que poco y nada tiene que ver con el tipo de película argentina que usualmente llega a Cannes. Si el suicidio lo estaba produciendo, según Fremaux, un cine que hacía películas demasiado similares entre sí y que respondían a un criterio y modelo de «película festivalera del Nuevo Cine Argentino», el filme de Szifron es una bandera de lo opuesto para el director de Cannes: es una película puramente narrativa, con suspenso y situaciones de alto impacto que no se parecen en nada al promedio de cine argentino que circula por el mundo.
El filme de Lisandro Alonso tal vez sí responda al modelo «suicidado», pero la calidad de la obra y el renombre de Alonso es tal que sería estúpido ignorarlo. De hecho, se puede pensar que su ausencia de la competencia internacional (sección en la que muchos lo imaginábamos) es, en cierto modo, una muestra de que Fremaux sigue poniéndole más fichas a que Argentina haga otro tipo de películas. La de Fendrik, por su parte, podría estar en el medio de ambas ya que si bien tiene un tono autoral fuerte es un filme de género (acción, violencia, estrellas internacionales) que se acerca más al modelo «auspiciado» por el director del festival. La de Lerman está en una sección no programada por Fremaux y su equipo, por lo cual no tiene sentido analizarla en estos términos.
Más allá de lo que opine el director artístico de Cannes, lo mejor que tiene esta generosa representación argentina es que ofrece un panorama amplio del cine que se puede hacer acá, con Szifron y Alonso como polos casi opuestos acerca de los modos de hacer (lo masivo y comercial con un toque autoral frente a la película de autor por antonomasia), con Fendrik y Lerman ubicándose en una zona, si se quiere, intermedia en lo que respecta a estilos y modelos cinematográficos, lo mismo que a su potencial impacto en taquilla.
La posibilidad de que el cine argentino muestre su diversidad más que una unívoca forma y un reiterado modelo cinematográfico exportable es lo mejor que tiene esta participación en el Festival de Cannes 2014 que ya comienza.
Diego, comparto una reseña en mi blog sobre la historia de la participación del cine argentino en Cannes: http://espaciocine.wordpress.com/2014/05/12/argentinos-en-cannes/
Muy buena info.
Gracias,
d
Pareciera que Thierry Fremaux es bastante conservador en su mirada al cine. Mirando, a priori, las películas seleccionadas para la competencia internacional no parece tener una busqueda de un estilo innovador en el festival. Hay grandes directores que presenta sus films, pero salvo la constante busqueda de estilos y formas de Godard no veo algo que pueda romper con lo previsible en el festival. Ojalá me equivoque.