Estrenos: «Boca de pozo», de Simón Franco
La vida cotidiana de un trabajador de los pozos petroleros del sur del país es el centro de la acción de BOCA DE POZO, segundo largometraje de Simón Franco. El protagonista es Pablo Cedrón, encarnando a Lucho, un hombre que enfrenta con cierto desgano su mecánico trabajo cotidiano, pasando buena parte de su tiempo conversando […]
La vida cotidiana de un trabajador de los pozos petroleros del sur del país es el centro de la acción de BOCA DE POZO, segundo largometraje de Simón Franco. El protagonista es Pablo Cedrón, encarnando a Lucho, un hombre que enfrenta con cierto desgano su mecánico trabajo cotidiano, pasando buena parte de su tiempo conversando con su colega chileno Gary (Nicolás Saavedra), más joven pero igualmente aburrido y mecanizado como él. Entre mates, videojuegos y charlas van matizando las horas de duro trabajo hasta que una huelga los envía de regreso a sus casas. Y allí veremos el otro lado de sus vidas.
Lucho está casado y tiene un hijo, pero la relación con su mujer no parece ser muy buena. Tiene, además, otras peculiaridades que la película explorará cuando lo siga a través de sus recorridos por Comodoro Rivadavia. Gary tampoco parece pasarla del todo bien y el encuentro de ambos en la ciudad mostrará más detalles de su relación, que van la compraventa de un auto a una noche de fiesta y karaoke.
No hay grandes eventos en BOCA DE POZO, pero lo que sí parece haber es mucha verdad. Cada recorrido, cada situación, cada diálogo –a excepción de algunas escenas «familiares» de Lucho con su mujer y su madre– destilan una cualidad casi documental, de esas que parecen surgir entre los personajes casi naturalmente, sin mediación de la actuación y/o el guión. Esto es especialmente notable en un par de conversaciones entre Lucho y Gary –el el trabajo y en el boliche– en el que los dos personajes van pasando de contarse anécdotas más o menos banales a hablar de cosas que les preocupan, todo en largos planos secuencias que los pintan a la perfección.
La película no intenta ir más lejos que eso: es la descripción de unos días en la vida de Lucho, un trabajador petrolero. Hay una curiosa relación entre la aparente comodidad económica del personaje (tiene un buen auto, cobra un aparentemente muy buen sueldo) y la callada angustia que lo acompaña todo el tiempo: un trabajo que lo agobia, una mujer con la que no se termina de entender, una posible salida que no se atreve a explorar.
El escenario es otro elemento clave de un filme que se toca, tangencialmente, con otras sagas patagónicas minimalistas como LA RECONSTRUCCION, NACIDO Y CRIADO y hasta las películas de Carlos Sorín basadas allí. El frío y los paisajes desolados le otorgan al filme un aura triste, casi angustiante, dejando claro desde la primera escena que el clima es un elemento fundamental para entender algunos de los comportamientos: la soledad, el hastío, el alcohol, una suerte de vacío existencial.
La película se estrena sin casi recorrido por festivales (se vio solo en Pantalla Pinamar) por lo que para muchos es una verdadera sorpresa, una «tapada» como se dice. No vi la anterior película de Franco (TIEMPOS MENOS MODERNOS) pero escuché muy buenas cosas de ella. A juzgar por BOCA DE POZO, más allá de su no muy afortunado título, es claro que se trata de un cineasta con un mirada y un oído muy atentos y curiosos, que sabe pintar el universo en el que vive con inteligencia (matices, sutilezas, detalles) y que entiende claramente que en el cine la verdad hay que construirla y sostenerla cada segundo.