Festivales: Olhar de Cinema, Curitiba (Parte 1)
Siempre me sorprenden la cantidad y variedad de festivales que hay en el mundo. Pero más me sorprende –gratamente– cuando uno se encuentra con festivales de esos que proponen una programación de riesgo y reciben el apoyo del público, algo que no es nada común. Pero Curitiba tampoco es una ciudad del todo común. Elegida […]
Siempre me sorprenden la cantidad y variedad de festivales que hay en el mundo. Pero más me sorprende –gratamente– cuando uno se encuentra con festivales de esos que proponen una programación de riesgo y reciben el apoyo del público, algo que no es nada común. Pero Curitiba tampoco es una ciudad del todo común. Elegida como una de las mejores ciudades para vivir no solo en Brasil sino en América Latina, es una mezcla rara de influencias inmigratorias que la convierten en un lugar curioso, entre brasileño y alemán, entre latinoamericano y europeo, con una temperatura que hoy es más fría que la de la propia Buenos Aires. No es un lugar pequeño ni mucho menos –tiene casi dos millones de habitantes y es la octava ciudad de Brasil en tamaño–, pero se la siente como una ciudad vivible, a escala humana, amable. Por algún motivo que no logro explicar, me hace acordar un poco a Córdoba.
En esta ciudad poco común existe Olhar de Cinema, un festival igualmente inusual que propone una programación cinéfila a la que podríamos llamar pura y dura, con películas que pasaron previamente por festivales europeos de los considerados «exigentes» como FIDMarseille y CPH:DOX, incluyendo algunos filmes de las recientes ediciones de Roma, Rotterdam y Berlín, además de algunos títulos brasileños recientes. Tanto la competencia internacional como las paralelas aglutinadas bajo el título Novos olhares (Nuevas miradas) tienen una exigencia cinéfila importante, por lo que resulta además muy atractivo ver cómo la gente responde a las propuestas. No diré que explota de gente, pero las tres salas que exhiben los filmes en un shopping de la ciudad suelen estar bastante llenas. Hay otras salas en la ciudad a las que no fui, así que no puedo opinar sobre lo que sucede ahí.
Como suele pasar en los festivales en los que uno es invitado como jurado, no se puede hablar nada de las películas en la competencia que uno está juzgando. Hay en esta competencia (la internacional) algunas películas que ya fueron comentadas en el blog, pero la mayoría son novedades para mí, lo cual hace doblemente atractiva la experiencia. Por otro lado, como la demanda de películas a juzgar no es tanta (mi jurado cubre doce en total), el festival también me permite ver otras películas. Y de algunas de esas voy a hablar acá.
BLOODY BEANS, de Narimane Mari (Argelia/Francia) Casi una obra plástica, una suerte de sesión espiritista mezclada con danza contemporánea en un contexto completamente inusual, la película de Mari es una alegoría política sobre la guerra en Argelia centrada en una figura narrativa bastante simple: el enfrentamiento entre los «combustibles» frijoles que deben comer sus habitantes frente a las comidas lujosas de los franceses. Los protagonistas son un grupo de unos quince niños y adolescentes que se quejan de esa mala alimentación que reciben y se disponen a hacer algo al respecto. Pero ese «resumen» no tiene nada que ver con lo que propone la película, que es algo así como una pieza coreográfica con cuerpos que se enciman, se tocan y se empujan, diálogos que se superponen, una banda sonora omnipresente y una cámara que circula permanentemente alrededor de esta bola de energía humana en movimiento. Una experiencia más que una película en un sentido convencional, BLOODY BEANS atrapa y confunde, fascina e irrita, pero no deja a nadie indiferente: tiene una idea cinematográfica fuerte –trabajar con el espacio y el movimiento como motores de la narración– y la lleva hasta sus últimas consecuencias.
TIME GOES BY LIKE A ROARING LION, de Philipp Hartmann (Alemania) Una película ensayo, una película diario, una película reflexión. Hartmann llega a lo que supone es la mitad de su vida (inicia la película a los 38 años, la expectativa media para alguien como él es de 76) y se pregunta y nos pregunta por el paso del tiempo, la memoria, el pasado, el futuro y eso inexplicable en el medio llamado presente. Hartmann dice sufrir de «cronofobia» –miedo al paso del tiempo– y a partir de esas obsesiones casi matemáticas (la película hasta analiza su propia duración) organiza un discurso a la manera de collage de observaciones, entrevistas, viajes, archivos, material fotográfico familiar y una voz en off que pasa del análisis al humor y de ahí a cierta melancolía, todo apoyado en imágenes que siempre disparan asociaciones curiosas sobre el tiempo, el espacio y la capacidad (o no) del cine para captarlo y transmitirlo. El resultado es la mayoría de las veces fascinante o al menos curioso, intrigante, muy personal, especialmente para los que tienen (tenemos) una relación muy intensa y obsesiva con el tema del tiempo: la película nos interpela constantemente.
LA DISTANCIA, de Sergio Caballero (España) Probablemente Caballero esté completamente loco. O sea un delirante de esos a os que ninguna idea le parece ridícula o absurda. Lo cierto es que su cine es un disparate puro, en términos narrativos, en el que puede suceder cualquier cosa sin lógica alguna y en un tono a mitad de camino entre la seriedad del cine de autor y el ridículo del trash clase Z. Y lo mismo sucede con la manera que filma: LA DISTANCIA es una película imponente y con imágenes potentes que podría pasar tranquilamente como esos ampulosos filmes rusos que suelen estar en competencia en Cannes: los planos son bellos y tienen potencia, los escenarios son majestuosos, el encuadre muchas veces es pictórico, es STALKER mezclado con Aleksei Guerman. Pero narrativamente Caballero trafica delirio puro, en un tono casi lynchiano que por momentos peca por episódico y demasiado casual. Aquí hay tres enanos contratados para ir a un paraje remoto en Rusia a robar una obra de arte guardada dentro de un enorme edificio. En el medio hay tachos de basura humeante que recitan haikus y se enamoran, apariciones masturbatorias, personajes que hablan con la mente y que tienen poderes especiales, artistas encerrados que escriben fórmulas secretas y cosas por el estilo. Acaso todo tenga sentido. Acaso nada. La experiencia vale la pena igual.
at least two movies come from Locarno also…
«Everything» comes from Locarno, jaja! ;)
best,
d