TV: «Fargo» (Temporada 1)
Series como FARGO generan respuestas contradictorias. Por un lado, la potencia narrativa y la efectividad de muchas de sus escenas son innegables, al punto que se convierte en ese tipo de serie que pide ser vista de un tirón y se lo hace con mucha tensión. Pero, por otro, su lógica es tan forzada y […]
Series como FARGO generan respuestas contradictorias. Por un lado, la potencia narrativa y la efectividad de muchas de sus escenas son innegables, al punto que se convierte en ese tipo de serie que pide ser vista de un tirón y se lo hace con mucha tensión. Pero, por otro, su lógica es tan forzada y su tono es tan irritante que es imposible no fastidiarse todo el tiempo cuando se la mira. Y aún más después, cuando se la piensa, tomando cierta distancia de su empuje dramático.
(NOTA: el texto habla de toda la temporada así que hay SPOILERS por todos lados. Están avisados!)
Lo que me sucedió con FARGO es algo que, no casualmente, me suele pasar con muchas películas de los hermanos Coen: me fastidian y me atrapan, me irritan y me fascinan, apreciás su enorme talento para ciertas cosas y no podés creer que sean tan ignorantes respecto a otras. Esa Paradoja Coen podría tranquilamente ser una de las tantas que pronuncian los personajes de la serie, muy afectos a las parábolas, metáforas, anécdotas, acertijos y fábulas para «contextualizar» los violentos sucesos que tienen lugar en un marco más amplio donde el Bien, el Mal, «el Hombre enemigo del Hombre», el Hombre como Animal (lobos, especialmente) deberían convivir.
Ese es uno de los problemas –muy irritantes– de FARGO: nunca se cree a sí misma como serie de suspenso, como una narrativa acerca de una serie de asesinatos y los fallidos intentos por atrapar a los criminales. Siempre se pone arriba de eso: es una serie sobre el Bien y el Mal, o algo por el estilo, y todo lo demás parece secundario. Algo similar sucedía con la reciente TRUE DETECTIVE, pero esa serie al menos tenía una trama y una estructura narrativa temporal (el tema del narrador no confiable) que ameritaba esa ampulosidad discursiva. Además, claro, todo eso siempre estaba en boca de un personaje muy particular como el de Matthew McConaughey. Acá está en boca de Lorne Malvo (Billy Bob Thornton, el asesino sádico, el Mal en Estado Puro), pero también en la de muchos otros personajes sin más motivos que la necesidad de hacer rascar la cabeza al espectador. ¿Qué me habrá querido decir con lo del conejo, lo del lobo, lo del guante, lo del donante de órganos o lo de los miles de tonos de verde?
FARGO es una serie ingeniosa, pero no inteligente. Es canchera, no es necesariamente brillante. Sus juegos visuales llaman la atención sobre sí mismos y están hechos para que uno aplauda y no están nunca integrados ni a la historia ni a un sistema narrativo claro. En los episodios 6 y 7 hay una serie de masacres apiladas que impactan por su propia factura (una está hecha en medio de una tormenta de nieve por la que no se ve nada, otra con un plano secuencia afuera del edificio donde transcurren, otra con un hombre atado a un arma mediante un estrambótico dispositivo y una con pescados cayendo misteriorsamente del cielo), pero no tienen consecuencias dramáticas importantes. A los personajes de las dos últimas escenas jamás los volvemos a ver (toda la subtrama del Rey de los Supermercados está ahí para ocupar tiempo y nada más, jamás se integra a nada), la Masacre del Sindicato tiene algunas repercusiones pero no demasiado importantes (ahí mueren 22 personas que nunca vemos y cuyo asesinato nadie parece investigar) y la única que, en cierto modo, tiene peso dramático es una en la cual Gus (Colin Hanks) le dispara a Molly (Alison Tollman), lo que empuja de una vez por todas su relación hacia otro nivel.
Se ve que Noah Hawley estudió muy bien no solo la película FARGO sino toda la obra de los Coen, ya que aquí no solo se conserva el tono burlón de la película original y sus pocos personajes «salvables» (Molly es la Marge de la serie), sino que se aporta un villano a lo SIN LUGAR PARA LOS DEBILES (Billy Bob Thornton como el Javier Bardem de aquel filme) y se suma la tendencia a la anécdota sin sentido, al desinterés por la suerte de los personajes una vez que se marginan del eje narrativo y a las escenas de alto impacto visual. Pero los Coen, en sus mejores filmes, manejan una poesía del lenguaje hablado y una estilización de la forma audiovisual que hacen que sus películas funcionen en un universo paralelo al real. La serie, no. La serie busca hacerlo, pero es la versión adocenada del sistema. Sí, televisiva.
A la vez, funciona. Uno ve el pacto inicial que vuelve «socios» a Lester (Martin Freeman) y Malvo (Thornton), ve los crímenes que se suceden a consecuencia (la mujer de Lester, el policía, el mafioso Sam Hess) y quiere saber qué pasará con esos personajes. Los dos héroes (Molly y Gus) son lo suficientemente encantadores como para que uno se identifique con sus pobres intentos por convencer a los otros (el grupo policíaco y de agentes del FBI más estúpido de la historia) que están en lo cierto. Y así, más allá de que la lógica de la serie explote por los aires ya a mediados del tercer episodio, la intriga persiste. Lo que no sobrevive es el interés por la suerte de los personajes.
En un punto de la serie pensé que el personaje de Thornton iba a ser pura metáfora, alguna criatura mítica, un sueño de alguno de los otros personajes, ya que nada de lo que hace parece tener consecuencia alguna (en cierto sentido lo es, pero existe). Malvo mata y mata gente, sale caminando de cualquier lugar y nunca nadie lo ve y nunca nada le pasa. Es una serie en la que no parece haber investigación alguna. Sí, son pueblos chicos con policías no del todo bien entrenados, pero el grado de torpeza de la investigación es tal que no resiste lógica y termina fastidiando. Malvo mata 22 personas en un edificio con un solo disparo a cada una y todos mueren, nadie lo reconoce y no parece haber investigaciones serias al respecto. El jefe de Molly (sí, Bob «Better Call Saul» Odenkirk, exagerando su rol de comic relief) niega toda investigación no por estar «comprado» ni nada por el estilo, sino por bobo, optimista, nabo. Y en un punto la parsimonia de las autoridades respecto a lo que pasa deja de ser simpática para volverse irritante y permitirle al espectador burlarse de todo y de todos. Es la típica historia en la que la respuesta automática del espectador es «qué montón de tarados»…
Algunos apuntes narrativos y temáticos son buenos, tienen su sentido. Las preocupaciones de Gus y Molly por saber cómo hacer bien su trabajo y a la vez cuidar a sus familias. La inocencia de Bill (Odenkirk), que gana puntos al confesar al final que se niega a seguir investigando porque no quiere pensar que la vida en su pueblo no es tan tranquila como él quisiera (uno, igual, no entiende porqué es policía y cómo llegó a jefe). El recorrido de Lester de perdedor humillado a hijo de puta con todas las letras. La idea clásica de que bajo todo pueblo en apariencia tranquilo se esconden fuerzas perversas esperando salir. Y así. Cuestiones temáticas que nos llevan a querer saber más sobre las acciones, por más absurdas y poco justificadas dramáticamente que estén.
Eso, más el impacto inmediato de ciertas secuencias, las buenas actuaciones (en un pequeño y gran papel se destaca también Keith Carradine), la querible pareja principal y el clima denso de los helados y desolados parajes hacen que FARGO, pese a no sostenerse de ningún modo por su propia trama, invite al espectador a seguir viendo, a querer saber más. La serie repite la Paradoja Coen, que suelen caer en el mismo eje: el fastidio que producen algunas de sus películas no impiden que uno las vea con muchísimo interés. Con la serie pasa algo similar, al menos en esta estructura relativamente breve de diez episodios. Ahora bien, no estoy muy seguro de querer volver a una segunda temporada…
Hola Diego, a mi particularmente me hubiese gustado que termine con el final del episodio 8. Más allá de sus debilidades es para celebrar este tipo de series.