Estrenos: «Lore», de Cate Shortland
LORE es la segunda película sobre las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial en estrenarse en pocas semanas en la Argentina después de IDA. Ambas películas tienen muchos puntos en común. Por un lado, llevan por título el nombre de sus protagonistas, en ambos casos dos chicas (en el caso de IDA un poco mayor […]
LORE es la segunda película sobre las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial en estrenarse en pocas semanas en la Argentina después de IDA. Ambas películas tienen muchos puntos en común. Por un lado, llevan por título el nombre de sus protagonistas, en ambos casos dos chicas (en el caso de IDA un poco mayor que aquí) que, en circunstancias muy distintas, se van enterando de la verdadera naturaleza y brutalidad de la situación. Por otro, una puesta en escena personal que trata de diferenciarse de la mayor parte del clásico formato «qualité» utilizado para acercarse al cine histórico, especialmente el ligado con el de los horrores de la guerra.
LORE, dirigida por la australiana Cate Shortland, pone su centro en los hijos de una pareja alemana que, al terminar la guerra, ve como su mundo se derrumba. El padre, un oficial nazi, vuelve al hogar y junto con la madre se ven obligados a destruir toda evidencia de su pasado ante la mirada extrañada de Lore, la hija mayor, para luego mudarse a una cabaña. El padre vuelve al frente y suponemos que muere allí, a la madre no le queda otra que entregarse a las autoridades y a la hija mayor le queda una misión por cumplir: atravesar 500 millas hasta Hamburgo para llevar a sus cuatro hermanos (una niña, dos niños y un bebé) a la casa de la abuela.
El filme de Shortland tendrá la lógica de una road movie con elementos tanto de western como de película de terror. La desesperación de la adolescente al mando del grupo de chicos es evidente, lo mismo que la mezcla de desprecio, brutalidad y horror con los que se encuentra. Lore, educada en el odio a los norteamericanos, a los judíos (cree, como muchos, que el Holocausto es una mentira y las fotos de los campos de concentración se hicieron con actores posando) e incapaz de valerse por sí sola, no será el personaje más simpático del mundo, pero eso es también lo que le da a la película un punto de vista inusual, que es ir viendo como los prejuicios de esa generación se chocan con la realidad.
En el camino encontrarán con una serie de personajes –especialmente uno, que tiene documentación judía, y que los ayuda a atravesar incontables zonas boscosas (curiosamente los personajes jamás atraviesan grandes ciudades, moviéndose por bosques, refugios y zonas desoladas y fronterizas entre los bloques británicos, soviéticos y norteamericanos de la Alemania de posguerra)– que la irán haciendo a Lore entender un poco más lo que ha estado sucediendo alrededor suyo. A la vez, su despertar sexual (y la atracción que despierta en muchos hombres) complicará un poco más las cosas.
La película no solo se diferencia de otros filmes en cuanto a los escenarios en los que transcurre. Shortland elige narrar los hechos de una manera impresionista, combinando imágenes más en torno a sensaciones de la protagonista que a una lógica narrativa clásica. Muchas veces evitando transiciones y explicaciones, la australiana utiliza un formato algo clipeado y plagado de epifánicos planos detalle que hacen recordar a algunas cosas de Terrence Malick, al cine de la escocesa Lynne Ramsay o su propia compatriota Jane Campion para narrar el viaje desde lo que parecen ser las impresiones de su confundida protagonista adolescente.
El trabajo de orfebrería es ambicioso, delicado y atrapante, aunque por momentos peca de un preciocismo algo excesivo, especialmente en lo que respecta a las escenas más cruentas (este filme tiene bastantes, si bien están narradas de esta forma algo touch and go) y al manejo algo confuso de la información. Es un sistema lógico y consistente con el personaje ya que uno puede suponer que la misma falta de información precisa (qué está sucediendo, cómo y porqué; los lugares que atraviesa y las cosas horrendas que ve a su alrededor) es la que maneja la protagonista, pero de todos modos por momentos puede llegar a ser agotador.
Otro logro de Shortland (LORE es su segunda película tras SOMERSAULT, de 2004) es que la protagonista nunca hace ningún esfuerzo por caernos simpática ni apuesta por nuestra compasión. Es claro que su situación es desesperante –andar viajando cientos de kilómetros con tres niños y un bebé a cuestas, con apenas unas joyas para canjear por comida–, pero la mirada de Lore es una mezcla de confusión y orgullo, entre desafiante y abrumada, jamás permitiéndonos saber bien qué le pasa por la cabeza. Esa ambigüedad, solo traicionada en su más obvia actitud sobre el final, es lo que le da al filme un interés extra: la generación de Lore es una que tendrá que lidiar con las consecuencias de las tremendas actitudes de sus mayores. Y les tomará muchos años poder hacerlo.