Estrenos: «El cerrajero», de Natalia Smirnoff
Muchos lectores recordarán el extraño e insólito humo que cubrió buena parte de la ciudad de Buenos Aires y alrededores allá por abril de 2008, curioso fenómeno climático que luego se explicó de maneras un poco más racionales y aburridas pero que en ese entonces permitió todo tipo de especulaciones hasta filosóficas. Natalia Smirnoff vio […]
Muchos lectores recordarán el extraño e insólito humo que cubrió buena parte de la ciudad de Buenos Aires y alrededores allá por abril de 2008, curioso fenómeno climático que luego se explicó de maneras un poco más racionales y aburridas pero que en ese entonces permitió todo tipo de especulaciones hasta filosóficas. Natalia Smirnoff vio en esas semanas la excusa perfecta para hacer una película que explorara a un personaje viviendo circunstancias entre curiosas, críticas y fundamentales de su vida. Ese humo, en cierto sentido, sería el limbo en el que la vida lo encontraba entonces.
El cerrajero que da título al filme se llama Sebastián y lo encarna el cada vez más activo (en cine y TV) Esteban Lamothe. Es un joven entre despreocupado y apático que es dueño de una cerrajería en la que se encuentra y conversa con amigos, tiene un romance sin compromisos con Mónica (Erica Rivas) y algunos otros «asuntos» que nos iremos enterando luego. Su mayor interés parece estar en construir una suerte de cajita de música con materiales que usa en su trabajo.
Pero una serie de cuestiones se precipitarán. Primero, su «amigovia» quedará embarazada (tal vez de él, tal vez no) lo cual lo pone ante una alternativa de responsabilidad inusual en su vida. Pero lo principal y más llamativo es que empezará a tener algo parecido a visiones en su trabajo. Cuando le toca ir a abrir puertas que quedaron trabadas, al meter sus instrumentos en las cerraduras, se le revelará algo secreto sobre las vidas de los personajes que viven allí y no podrá evitar decirlas en voz alta delante de ellos, como poseído.
Este «talento» le trae algunos problemas (no debe ser muy simpático enterarte de que tu cerrajero de urgencia sabe tus cosas más íntimas y hasta te aconseja), pero también lo lleva a establecer una relación con una mucama que ayudará a que su vida empiece a dar un vuelco, a partir de una serie de peripecias que se acumulan rápidamente en los apenas 77 minutos que dura el filme.
Smirnoff cuenta la historia de una manera realista, casi cercana al costumbrismo, tratando, inteligentemente, de incluir esa situación más propia del cine fantástico (o del realismo mágico) sin modificar ni el tono ni la puesta en escena. EL CERRAJERO no explora a fondo el «talento» del protagonista en un sentido cine fantástico. Es que aunque su nueva amiga insista que lo suyo es un don, al despreocupado, indolente pero buenazo de Sebastián no parece importarle demasiado. Para él, es más un potencial dolor de cabeza que otra cosa. Por lo cual, en el contexto de la historia, las visiones se vuelven una metáfora hecha y derecha.
El interés principal del filme está generado en las relaciones de Sebastián con estas dos mujeres y cómo ambas historias, en cierto modo, se conectan ayudándolo, digamos, a disipar ese humo que no le permite avanzar en su vida. Esas relaciones (y una que veremos sobre el final que se vuelve especialmente emotiva ante la aparición del recientemente fallecido Arturo Goetz) son el corazón de la película y su punto más alto. Allí es donde la mirada del guión y de la puesta en escena de Smirnoff acierta sin titubeos: son seres humanos creíbles, con miedos y problemas, reconocibles y queribles.
El problema central de EL CERRAJERO es su insistencia metafórica/alegórica, el peso que tiene el guión armado con ese tipo de bases casi de manual: el humo que se disipa, la llave que abre puertas, la caja de música que empieza a sonar mejor, la sensación de que todo está combinado como un mecanismo/estructura fílmica que hace que se pierda la libertad y la vida propia que tienen las escenas más humanas del filme.
Tampoco ayuda, en un punto, que las «visiones» de Sebastián –dichas a la manera casi de textos filosófico/bíblicos– son cinematográficamente bastante intraducibles, volviendo a algunos de esos momentos casi involuntariamente paródicos. Ninguna de estas cuestiones terminan por derrumbar al filme, pero lamentablemente le hacen perder algunos de los logros que Smirnoff obtiene por otros lados: desde la actuación de los protagonistas (además de Lamothe, Rivas y Goetz, están muy bien Sergio Boris y la joven actriz peruana Yosiria Huripata) hasta la sensación de medido pero emotivo optimismo que el filme, finalmente, transmite. De que todo, hasta el humo más nefasto y persistente, al final se disipa y permite ver algo de luz.