Estrenos: «El hombre más buscado», de Anton Corbijn
Es inevitable ver EL HOMBRE MAS BUSCADO como una despedida. Es imposible mirar cada aparición de Philip Seymour Hoffman y no buscar alguna señal, algún secreto oculto, algún tormento escondido en su mirada, en su andar, en sus palabras y silencios. Nunca sabremos –admitamos que el cine es un arte que se consume en contexto, […]
Es inevitable ver EL HOMBRE MAS BUSCADO como una despedida. Es imposible mirar cada aparición de Philip Seymour Hoffman y no buscar alguna señal, algún secreto oculto, algún tormento escondido en su mirada, en su andar, en sus palabras y silencios. Nunca sabremos –admitamos que el cine es un arte que se consume en contexto, nos guste o no– cuántos de los significados que le atribuimos a esta película de Anton Corbijn están ahí o son parte de una interpretación atravesada por hechos que le escapan a la película por completo. Lo cierto es que, en estas particulares condiciones, EL HOMBRE MAS BUSCADO resulta una suerte de mirada triste y melancólica, romántica y brutal a la vez, a un mundo y a un arte que se han perdido.
Ese mundo y ese arte es el del espionaje, el de la vieja escuela, el que involucraba trabajo de campo, emociones puestas en juego, relaciones entre personas, amores no correspondidos y pasiones encontradas. La novela de John Le Carré, el autor por excelencia de las mejores y más sabias novelas de espías, husmea en ese territorio, ahí donde asuntos como la «seguridad occidental» han dejado de ser tratados por personas con capacidad de discernimiento para ser manejados tanto por tecnócratas como por militares, por programas de computación, por drones o por ejércitos que primero disparan y luego averiguan, o primero encierran y luego inventan algo que justifique esa decisión.
Pero ni la novela ni la película nos trasladan a los ’60 ni a ningún otro momento «romántico» de la Guerra Fría. No, EL HOMBRE MAS BUSCADO es una novela de 2008 y transcurre en un tiempo presente, con el eco del 11 de septiembre como eje narrativo, y con los mismos atentados –y sospechosos– como asuntos principales a resolver. Pero en la forma en la que Corbijn se acerca al material se transmite algo palpable que une a sus espías con sus antecesores generacionales, lo mismo que a los escenarios de la Hamburgo de hoy con los de esa misma ciudad, 40 años atrás.
El grupo de espionaje secreto alemán que conduce Hoffman –que encarna a un personaje alemán, hablando en inglés con un acento más o menos germano pero muy creíble de todos modos– está encargado de hacer inteligencia allí tratando de que no vuelva a suceder otro atentado en Occidente como el de 2001. Y han puesto sus ojos en dos potenciales presas, cualquiera de las cuales podría darle título a la película. Por un lado, un joven checheno que llega a Alemania de manera sospechosa e intenta conectarse con un poderoso banquero. Por otro lado, una reputada personalidad del mundo árabe del que se sospecha que maneja dinero de grupos terroristas. El objetivo de Hoffman y su grupo de espías (que integran dos grandes actores alemanes como Nina Hoss y Daniel Brühl, bastante desperdiciados aquí) es unir esas dos puntas, pero la conexión no será sencilla.
En el medio deberán lidiar con una abogada de derechos civiles que protege a inmigrantes (Rachel McAdams), el no muy limpio banquero en cuestión (Willem Dafoe) y, a la vez, con superiores tanto alemanes como norteamericanos (el contacto más cercano con Hoffman lo tiene Robin Wright), muy poco afectos al trabajo discreto, lento y preciso que requiere este tipo de operativos, entre otros. Pero, más que nada, con lo que deberán lidiar es con la incomprensión de casi todos. Aclaremos que no se trata tampoco de un grupo de inocentes pacifistas, sino de un duro y por momentos cruento equipo de espías, solo que tienden a preferir la persuasión y el engaño a la violencia y la acción preventiva.
El asunto de inteligencia a resolver será, finalmente, secundario a lo que realmente les importa a Corbjin y a Le Carré: los personajes y el mundo que habitan. Hoffman es un espía solitario que, como muchos otros personajes del actor, parece abatido por el peso del mundo. Inteligente, sagaz, hombre que ya fue y volvió mil veces, es un recuerdo de otras épocas, un viejo zorro de mar en un universo de tecnócratas sin calle. Hoffman, con su andar cansino y su mirada triste, se pasea por los bares pesados de Hamburgo, recorre con la mirada a sus interlocutores y parece entender todo sin decir una palabra. Son sus silencios, más que nada, los que expresan sus intereses y angustias. Sus palabras, en cambio, parecen estar destinadas a torcer los significados, a sutilmente engañar (convencer) a sus interlocutores, a hacer su trabajo. La angustia está en los espacios vacíos, en los no-lugares, en lo no dicho.
Y si bien uno muchas veces se pierde en la película mirando a Hoffman (Dafoe y Penn están muy bien también, McAdams no tanto), es claro que Corbijn, reconocido fotógrafo, ha hecho muy bien su trabajo. No sólo ha entendido a la perfección el núcleo de la novela de Le Carré, sino que como en su anterior filme (THE AMERICAN, con George Clooney) demuestra tener un manejo claro del look de la película, aunque quizás no tanto del ritmo. Es verdad que el filme por momentos peca de cierto quedo dramático –o de una media hora central que se excede en cierto juego de gato y ratón psicológico entre nuestro espía, la abnegada abogada y su perturbado «cliente» checheno–, pero son la estética del filme y la puesta en escena –además del elenco, claro está– las que transmiten a la perfección las sensaciones que no siempre alcanza a expresar el guión.
Los planos de Hoffman solo, recortado en medio de esos edificios de arquitectura brutalista de Hamburgo, dicen mucho más acerca de los temas que trabaja el filme que muchas escenas más tradicionales de exposición narrativa. En esos momentos, la angustia del personaje –y para quien mira eso ahora, también del actor– trasciende la pantalla para volverse mucho más que la película que lo contiene. Es una soledad existencial, la del hombre que dejó de entenderse con el mundo. O a quien el mundo dejó de entender.
La película no es mala, pero no es lo mejor de Corbijn si se la compara con las anteriores. Los acentos alemanes por parte de los actores estadounidenses (quizá excepto Hoffman)no convencen. Siento el reparto internacional desaprovechado(el ruso Dobrigyn;el iraní Ershadi y los turcos Alabora y Yigit)desaprovechado.El retrato étnico y religioso (como no podía ser)todavía unidimensional, exotizante y amenazante.
Aunque se hable un checheno(mitad ruso, parece que Le Carré cree que no los hay físicamente así «puros» en la vida real),turcos y un árabe interpretado (¡cómo no!)por un iraní, se siente demasiado homogénea la visión de lo islámico. El arco romántico entre la abogada y el inmigrante es de lo más innecesario.
Coincido con que el arco romántico es de lo más flojo. El tema «realismo étnico» no es un elemento que entre en juego para mí en este tipo de películas. Tampoco PSH habla inglés con acento alemán como lo hacen los alemanes. Hollywood siempre trabajó a partir de esas convenciones…
¿Te refieres por «esas convenciones» al realismo étnico y a los acentos? Pues sí,es lo de siempre,pero ya no estamos en los albores del cine o los 60 como mínimo,sino en la era del internet con información a la mano que «tumbe» esas «convenciones». No es lo que hace buena o mala a la cinta,pero sería de agradecer lo superaran,ya que no todas las cinematografías incurren en ello y no pocos espectadores lo agradecen.
PD.:De Hoffman dije «quizá».
A mi tambien me parece que el arco romàtico, con ese rostro tan bello de mujer, es lo menos logrado del film.Pero tambien me parece que en el volumen total de la pelicula el daño es mìnimo.
Lo que no me cerrò del todo es la interpretaciòn del tan buscado y atribulado personaje…en fin es una sensaciòn.