Estrenos: «¿Puede una canción de amor salvar tu vida?», de John Carney
¿Puede un musical con malas canciones ser un buen musical? O, pongámoslo de otra manera: ¿puede una película sobre músicos ser una buena película aún si la música que hacen, y que es importante para la trama, está entre lo mediocre e intolerable? Sí, puede. La prueba más concreta es LETRA Y MUSICA, una gran […]
¿Puede un musical con malas canciones ser un buen musical? O, pongámoslo de otra manera: ¿puede una película sobre músicos ser una buena película aún si la música que hacen, y que es importante para la trama, está entre lo mediocre e intolerable? Sí, puede. La prueba más concreta es LETRA Y MUSICA, una gran película con Hugh Grant que no tenía grandes canciones (igual, eran mejores que estas) y lograba transformarse en una muy simpática comedia romántica. Ese no llega a ser el caso de ¿PUEDE UNA CANCION DE AMOR SALVAR TU VIDA?, pero sí es un milagro que con canciones tan pobres y llenas de clichés la película logre mantenerse a flote.
Hay que decir que, cuando arranca, uno piensa que va a ver uno de los peores musicales (más que musical en el sentido clásico, se trata de una película donde la gente toca y canta en vivo seguido) de todos los tiempos. Nada parece funcionar. Gretta (Keira, «cada vez más flaca» Knightley) toca una cancioncita en un bar de Brooklyn a insistencia de un amigo (la futura estrella de talk shows James Corden). Allí la ve Dan (Mark Ruffalo, al que se le nota aquí un entusiasmo inusitado en su vida profesional) y se fascina con ella. La película hará dos flashbacks para mostrarnos cómo cada uno de ellos llegó ahí. Veamos:
Dan está en pleno viaje alcohólico nocturno, plagado de problemas familiares (divorcio reciente, hija adolescente que lo ignora) y recién despedido del sello discográfico indie que fundó. El hombre, sepanló, busca un sonido «auténtico, real, sensible» y está harto de la supuesta basura pop que quiere publicar su compañía. Pero la ve a ella –que hace un folk/rock estilo singer songwriter tan o más cliché que los CDs que él tira a la basura) y siente que descubrió a la nueva Carly Simon. En realidad, la conexión parece ir más por el lado de la letra que por otra cosa. Son dos solitarios, perdidos en el mundo, viajando solos en subtes, ¿está claro?
Ella está allí tras separarse de su pareja, un cantante que encarna Adam Levine, el líder de Maroon 5, que hace de una versión idiota de sí mismo. El hombre quiere ser a toda costa una estrella pop y no entiende los deseos de la chica de mantenerse en un perfil más bajo e intimista. Además, caramba, termina engañándola con una chica de su sello discográfico y allí se acaba la cuestión. Al menos por el momento.
Por suerte, cuando Ruffalo y Knightley empiezan a interactuar, la película mejora. No necesariamente en términos narrativos (que, incluye, obviamente la posibilidad de que se ayuden mutuamente en sus vidas y carreras caídas en desgracia) ni en su visión entre inocentona y romántica del mundo de la música indie, sino en la química entre estos dos muy buenos actores que levantan aún los diálogos más previsibles del Libro de los Diálogos Previsibles. Ellos dos –más algunos secundarios, como Catherine Keener– logran superar las deficiencias de un flojo guión que, por lo menos, tiene la inteligencia de evitar uno de los clichés que todos nos veíamos venir. Y, como pasaba también en ONCE, la película anterior de John Carney, hay un entusiasmo inocente y liviano en la puesta en escena que termina resultando contagioso, como la escena en la que él imagina los instrumentos tocándose solos.
En ese sentido, Carney es como esos narradores de historias que pueden estar contando una obviedad detrás de otra, pero que lo hacen con tanta pasión, fervor y elocuencia que terminan cayéndote simpático. Es esa vibración (que le ha transmitido evidentemente a Ruffalo y hasta un poco también a Knightley, a la que le sienta muy bien de vez en cuando salir del siglo XIX) la que sostiene a la película. Y es la que hace que, aunque su trama sea la de cuento de hadas para adultos disfrazada de película sobre las complicaciones de la industria musical, nos dejemos llevar de a ratos por el cuentito, entre canción y canción mediocre (escritas por un tal Gregg Alexander, compositor de éxitos para Santana, Enrique Iglesias, Boyzone y Texas, entre otros) que, por algún motivo, deberíamos creer que son más «honestas» que las canciones pop que Dan tanto desprecia.
Esa es la maestría de Carney: lograr generar algún momento de emoción con este tipo de canciones llenas de sacarina. Más que maestría, milagro. Cuando en un paseo de ambos por las calles de Nueva York comparten en sus auriculares algunos clásicos cantados por Frank Sinatra, Stevie Wonder y hasta la obvia «As Time Goes By» (el de ellos es, después de todo, el comienzo de una bella amistad) queda claro que mejores canciones mejoran la película. Con lo que había a mano, no se podía hacer mucho más tampoco…
PD. Teniendo a Mos Def y Cee Lo Green en pequeños papeles secundarios, podría haber sido una mejor idea, al menos en algún momento, usar sus talentos musicales que son muy claramente superiores a los del «cansautor» Alexander y sus sensibles melodías de restaurante de Palermo…
es raro, porque Carney fue bajista del grupo irlandés The Frames y no estaba mal.
Y los temas de Once, aunque algunos bordeaban el trazo grueso, eran interesantes.
¿que pasó ahí?
una lástima, porque estaba servido y si las canciones eran buenas, levantaba 1000 puntos.
Es que este es otro compositor, uno contratado, de esos que hacen canciones para pelis y para «estrellas».
La música de ONCE estaba bien (más allá de estar en el límite justo con lo grasa), pero era de Glen Hansard, el líder de The Frames. Y hay una enorme diferencia ahí…
Fijate si hay algo así en esta peli: https://www.youtube.com/watch?v=j6slEoCqDD8
ah, otra cosa. En Words and music, la canciones son pedorras pero la de lo títulos de inicio, con videoclip a lo Wham, es genial. Y pegadiza.
Es verdad. Pensándola bien, las canciones de WORDS AND MUSIC, salvo esa con toques medio hindúes, no están mal…
Me dio ganas de ver de nuevo «Once» porque me parece que se agiganta con la revisión.
Y me acordé de otro momento musical notable reciente.
Música hay para todos los gustos, y todos los gustos son respetables. Si te gusta el Rock, las canciones de esta película no te van a gustar. Ahora si sos popero y te gustan también los clásicos, la película te va a resultar encantadora. En consecuencia que al crítico no le gusten las canciones de la película, son una mera opinión subjetiva y personal. Finalmente no es crítico de música, no?