Festivales: «Cavalo Dinheiro», de Pedro Costa
Película de zombies, de muertos vivos, del presente vivido como si fuera el pasado o el pasado como el presente, la nueva película del realizador portugués lleva aún más lejos la exploración del mundo de Fontainhas de sus anteriores HUESOS, EL CUARTO DE VANDA y JUVENTUD EN MARCHA. Aquí, el barrio ha desaparecido y lo […]
Película de zombies, de muertos vivos, del presente vivido como si fuera el pasado o el pasado como el presente, la nueva película del realizador portugués lleva aún más lejos la exploración del mundo de Fontainhas de sus anteriores HUESOS, EL CUARTO DE VANDA y JUVENTUD EN MARCHA. Aquí, el barrio ha desaparecido y lo que quedan son sobrevivientes de lo que parece haber sido una masacre, recorriendo pasillos de hospitales derruidos y conversando –o imaginando conversaciones– con otros en iguales condiciones.
Pero hay dos elementos que se le agregan a la ya habitual mirada precisa desde lo temático y poética desde lo estético de Costa respecto de la suerte de los «caboverdianos» en Portugal, con el viejo y hoy cada vez más tembloroso y enfermo Ventura otra vez como protagonista principal. Por un lado, un fuerte acento político, que se refiere a la crisis actual pero que apoya aún más en las consecuencias de la Revolución de los Claveles de 1974, a través de la cual las vidas de varios de los personajes del filme se conectan.
Mentalmente frágil, Ventura no sabe ya bien si vive en el presente y sueña con el pasado o si es al revés. Una escena del filme lo encuentra en medio de una suerte de bosque reviviendo un episodio militar de entonces. Otro –ya visto, de manera un tanto diferente, en el corto de Costa que fue parte de CENTRO HISTORICO— lo encuentra en un ascensor de carga a un militar con el que se enfrentó entonces, con la particularidad que el militar en cuestión parece un gigante soldadito de juguete y los diálogos en toda la secuencia no salen jamás de la boca de los personajes.
Hay, en medio de todo, bellos/tristes momentos a la manera de números musicales como el que tienen con esta bella canción caboverdiana. Luego, un encuentro de Ventura con un ahijado suyo en lo que parece ser una fábrica también abandonada y al que más recuerdos tristes y susurradas canciones dan un tono de serena emotividad. Otra escena clave y larga del filme es un encuentro de Ventura y una mujer llamada Vitalina, viuda de un compañero de batalla de Ventura, quien pudo haber estado ligado a aquella muerte. El emotivo discurso de Vitalina –la espera, la frustración, el dolor, la soledad– y sus lágrimas en primer plano seguramente quedarán como una de las imágenes más fuertes y recordadas del filme.
Película susurrada (casi todos hablan como si no quisieran despertar al otro), pesadillesca y oscura, a la que bien se podría definir como «pictórica», CAVALO DINHEIRO por momentos transmite la sensación de estar sucediendo en un limbo o en uno de esos edificios derrumbados o abandonados donde suelen juntarse «yonquis» en las últimas a consumir su droga de turno. Si Costa intenta hacer con eso una pintura de la «salud pública» en la Portugal de hoy (después de todo, se trata de un hospital) no queda del todo claro. Lo que sí queda claro –en la radical pero a la vez lúdica puesta en escena, en sus ya clásicos contrapicados que nos enfrentan a los cuerpos de los personajes frente a paredes y techos derruidos como si fueran estatuas a punto de quebrarse– es que Costa va internándose cada vez más en el mundo que retrata al punto de intentar capturar no ya el lugar ni los personajes y ni siquiera lo que podemos definir como «su alma», sino algo más oculto e intangible.
En CAVALO DINHEIRO, Costa busca capturar la historia subterránea de este universo, allí donde habitan los fantasmas, las pesadillas y los traumas del pasado. Donde la cordura, finalmente, parece quebrarse del todo para desaparecer, junto con los edificios, con los barrios y los caballos comidos por los buitres. No nos queda ya la tierra, la familia, los amigos, el trabajo y acaso tampoco la memoria, parecen decir Costa y los muertos en vida que habitan la película. Nos queda el cine, por suerte. Y las canciones…
Tras ver Cavalo Dinheiro queda demostrado que Pedro Costa domina a la perfección el claro oscuro. Su fotografía es bellísima, lo demás es sencillamente ridículo. Sus personajes no son personajes, sino apenas títeres de un submundo que carecen de identidad propia. No hablan, no expresan, simplemente reproducen un recitado muerto. Es imposible la identificación con ellos. La secuencia del ascensor es un buen ejemplo. Ese soldado petrificado es lo mismo que Ventura, una pura máscara sin vida.