Estrenos: «Boyhood, momentos de una vida», de Richard Linklater
El tiempo. El cine posee la cualidad de maniobrar sobre el tiempo como ningún otro arte. El tiempo vivido, las experiencias que nos conforman, los pequeños momentos que la memoria suele perder. El cine está ahí para captarlos y para transmitirlos. Para eso hay que ser paciente: mirar, observar, descubrir las cosas que pasan cuando […]
El cine posee la cualidad de maniobrar sobre el tiempo como ningún otro arte. El tiempo vivido, las experiencias que nos conforman, los pequeños momentos que la memoria suele perder. El cine está ahí para captarlos y para transmitirlos.
Para eso hay que ser paciente: mirar, observar, descubrir las cosas que pasan cuando nada parece pasar. “Tiempo al tiempo”, como dice la frase hecha. Las vidas no son acumulación de momentos sino los lazos que existen entre todos ellos. En BOYHOOD, su épica y a la vez minimalista película, Richard Linklater entiende a la perfección cómo funciona el tiempo en el cine. O, más bien, cómo se traduce el tiempo vivido en el tiempo que, como espectadores, experimentamos en la pantalla. Y cómo cuando esas dos cosas se conectan bien se logran resultados tan extraordinarios como los de esta maravillosa película.
El proceso de hacer BOYHOOD es conocido: Linklater filmó durante doce años a un mismo grupo de actores a razón de unos tres o cuatro días por año. No se trata de un documental: la película es 100% ficción. El protagonista es Mason Jr. (Ellar Coltrane), quien comienza la película con seis años y la termina a los 18. Junto a él viven su madre, Olivia (Patricia Arquette) y su hermana un poco mayor que él, Samantha (Lorelei Linklater, verdadera hija del realizador). Y también está su padre, Mason (Ethan Hawke), que apenas comienza el filme ya está separado de Olivia.
El filme irá avanzando año a año en las vidas de estos personajes pero sin parámetros fijos. Hay “años” más largos que otros (en lo que vemos en la pantalla), las escenas suceden en épocas diferentes y permiten ir viendo la evolución de esa familia y, en especial, la del chico. La música pop del momento (de Coldplay a Daft Punk, pasando por el hip hop y una hermosa escena con el tema de Wilco, con lectura de letra incluida de «Hate it Here«), la política (Bush, Obama y compañía) y la tecnología de moda (teléfonos, computadoras, etc) marcan sutilmente el paso de los años. Es cierto, cientos de películas han mostrado y contado la evolución de personas a lo largo de años mediante una buena dirección de arte, el clásico truco del maquillaje o cambiando de actores según las épocas. Pero hay algo de observar la evolución natural de las personas/personajes/mundo que escapa a esa definición. Especialmente en lo que respecta a Mason. Si bien es claro que Ellar interpreta a un “personaje”, los límites se confunden: es un niño que va creciendo hasta transformarse en un joven, es su cuerpo y su voz la que le van dando una forma física específica y da la impresión de que muchas de las decisiones narrativas respecto a su personalidad están dictadas por los propios cambios, gustos y elecciones del actor.
Ese “cruce” entre realidad y ficción atraviesa toda la película y el espectador lo siente de una manera inédita, al menos en el cine norteamericano de ficción (hay ecos del Antoine Doinel de Truffaut en el filme). Tiene algo que ver con los procesos de ANTES DEL AMANECER /ATARDECER/ MEDIANOCHE, pero no es lo mismo. Allí eran claramente dos actores interpretando personajes que se reencontraban cada nueve años. Aquí no solo seguimos a Mason como si su vida fuera una cadena de episodios, momentos y situaciones bastante encadenadas, sino que es imposible no sentir que hay un punto en el que la ficción y el documental se mezclan, donde los procesos se confunden y la inspiración puede venir tanto del pasado de los personajes como del presente de los actores. En esa ambigüedad reside buena parte del poder del filme.
La película no cuenta “grandes momentos” ni una historia inusual, ni una llamativa. Al contrario. Con el espíritu generoso que Linklater suele tener para con sus criaturas, el director plantea una serie de situaciones de vida que podrían corresponderle a cualquiera. Conviene no adelantar casi nada de lo que ocurre en los 164 minutos de la película, pero lo cierto es que nada está fuera de lo esperable para una familia de Texas (salvo por el hecho de que son bastante progresistas, algo inusual en ese estado): hay mudanzas, nuevas familias, trabajos, novios/as no siempre muy adecuados, vocaciones, algún momento de violencia e intensidad emocional. Pero gran parte del tiempo lo que prima es lo cotidiano: pequeños momentos, conversaciones, encuentros, desencuentros. Los cambios más o menos normales que vive un chico de los 6 a los 18 años y los que, en paralelo, va viviendo su su familia.
Si todo es tan normal y hasta convencional, ¿qué es entonces lo que convierte a BOYHOOD en una película tan fuera de lo común? No es, por cierto, una cuestión de estilo: Linklater continúa con su naturalismo a ultranza, con una forma de filmar bastante transparente y clásica, casi tan “normalizada” como la vida de los personajes. No son las actuaciones tampoco: los chicos no son especialmente notables como “actores” y, más allá de los sólidos Arquette y Hawke, muchos de los secundarios tampoco se destacan por sus performances. Y tampoco es –aunque uno no pueda sacárselo de la cabeza nunca– solamente el “chiste” de haberla filmado a lo largo de doce años.
¿Qué es, entonces? Creo –es difícil definirlo a tan pocas horas de haber visto el filme– que es la sensación de estar experimentando una vida siendo vivida, ver el pasado en tiempo presente, conectándose de maneras improbables, generando la sensación de que la misma película se tuerce todo el tiempo a sí misma, como muchas vidas. Y hay algo que vuelve, muy fuerte, al espectador: nos lleva a revivir nuestras infancias y adolescencias, a ver las de nuestros hijos, amigos, hermanos o familiares, a ponernos en los distintos papeles (como padre, madre y hermano de otros) y entender las posiciones de cada uno en el contexto general. Las miramos y nos devuelve la mirada, iluminada.
Algunos han dicho que BOYHOOD podría funcionar perfectamente como “precuela” de la Trilogía Amanecer/Atardecer/Medianoche y hasta podría terminar con Mason Jr. yéndose a Europa y descubriendo el amor y una chica francesa. Algunos, como yo, queremos hoy que BOYHOOD en realidad sea MANHOOD y… ¿OLDHOOD? y seguir los pasos de esta familia por mucho tiempo más: de la madre luchadora y con elecciones complicadas, del padre que va mutando con el correr de los años hasta volverse irreconocible para sí mismo, de esa hermana inteligente y de mirada pícara y, especialmente, de ese chico que será un hombre al que todas esas experiencias marcarán para siempre. Tal vez no sea buena idea, pero hoy me cuesta pensar que no sabré más de la vida de Junior.
Hay un elemento, para mí importante, que le da a la película una dimensión que de otra manera no tendría: Linklater jamás juzga a sus personajes y tiende a ser comprensivo y generoso con casi todos ellos. Hay una escena, en particular, que lo deja claro y que tiene que ver con un cumpleaños familiar que Mason pasa con su padre y una familia bastante católica y tradicional. Otro director podría haberse burlado de esos personajes, ponerlos en ridículo ante la mirada “progre” de Mason Sr. y medio desapegada (“neoslacker”) del ya adolescente Junior. Pero Linklater no lo hace: respeta a esos personajes como a todos los demás, asume que cada uno puede y debe vivir su vida como quiera en tanto no afecte a los otros.
BOYHOOD es una experiencia cinematográfica que consigue respuestas inusuales. No apuesta por la emoción de manera directa, pero emociona con recursos más que genuinos. No busca ser comedia, pero es muy divertida. Y el drama fluye con la naturalidad y el potencial peligro con el que puede fluir en la vida de cualquiera de nosotros. Es esa extraña forma de normalidad la que, finalmente, nos convence y nos conmueve. Es que el álbum de Polaroids de Linklater está tocado por la gracia. La gracia del cine, del tiempo, de la vida. La gracia de cada momento, de todos los momentos.
No la fui a ver demasiado entusiasmado y por suerte me sorprendió.
Hace mucho no la pasaba tan bien en el cine recordando
situaciones propias, sin confictos forzados. Coincido en la sensación de docuficcion, no puedo no creer que Masón no tiene mucho del actor y viceversa. Así la relación entre la familia, principalmente entre los hermanos.
Coincido con la observación de que Linklater no mira de arriba ni sobra al estadounidense promedio, amante de Dios y de las armas. Lo observa y punto. El que vota a Obama no necesariamente es mejor que el que vota a John McCain. Fluye y deja fluir.
Sólo la he visto una vez, y creo que después de 3 o 4 veces la apreciaré mejor (como un buen disco) pero lo que rescato de la primera vista es lo emotivo-inquietante que resulta ver crecer a los personajes, a lo Antoine Doinel, pero en una sola entrega, potenciado. Y he de admitir que si algo me gusta de ver Harry Potter es ver ese proceso donde los actores se dejan la vida en el set, así, literalmente, y ya una parte tangible de su vida es pertenecer a esa ficción que contagian de realidad. Y en Boyhood la pericia del director y los diálogos tan aparentemente normales pero con bomba de tiempo, hacen que todo tenga sentido. Creo que de los personajes de Linklater, la madre es la más castigada, y al final te deja con ganas de otros 12 años más.
Saludos!
«So when I look at my own life, you know, I have to admit, right, that I’ve-I’ve never been around a bunch of guns or violence, you know, not really. No political intrigue or a helicopter crash, right? But my life, from my own point of view, has been full of drama, right?»
Eso dice Ethan Hawke al principio de Antes del Atardecer. Boyhood es una historia extraordinaria sobre una vida normal. Es extremadamente dramática, pero construye ese drama en situaciones mínimas. Tiene el humor de las grandes películas, una toma hermosa al final y una banda sonora muy bien elegida (con Hero como bandera). Querer una nueva entrega de Linklater es como querer más vida.