Estrenos: «El juez», de David Dobkin
No hacen falta más de cinco, diez minutos, para darse cuenta del recorrido que hará el protagonista de EL JUEZ a lo largo de ésta, la primera película dramática de David Dobkin, conocido director de comedias como LOS ROMPEBODAS o SI FUERAS YO. Son tres informaciones lanzadas al espectador en cadena. La primera: Robert Downey […]
No hacen falta más de cinco, diez minutos, para darse cuenta del recorrido que hará el protagonista de EL JUEZ a lo largo de ésta, la primera película dramática de David Dobkin, conocido director de comedias como LOS ROMPEBODAS o SI FUERAS YO. Son tres informaciones lanzadas al espectador en cadena. La primera: Robert Downey como un abogado presumido y millonario que defiende sin escrúpulos a clientes culpables. La segunda: su joven mujer, modelo, lo engaña. Tercero: muere su madre y debe volver a su pueblo de nacimiento. Y hay una cuarta, dicha al pasar a su hija: «Mi padre está muerto… para mí». Es ese reencuentro –con el pueblo y su padre, con un infancia y su pasado, con lo que era y ya no es– lo que trabajará esta película, cuyo planteo narrativo no difiere demasiado del de THIS IS WHERE I LEAVE YOU, otro estreno de Warner Bros. anunciado para diciembre y que cuenta una historia muy parecida solo que en tono más cómico.
Si el cine americano tiene beats narrativos previsibles, EL JUEZ los cumple con casi todos, salvo con uno: la capacidad de síntesis. La película, al querer acercarse a su tema desde dos ángulos distintos (el drama familiar se verá mezclado con un caso policial con juicio incluido) se extiende acaso demasiado, tardando bastante más que lo necesario en cerrar con moño todas sus puertas abiertas. Sin embargo, como sucede con buena parte del cine de Hollywood, muchas veces las películas logran trascender por momentos sus planteos previsibles y volverse nobles, amables, emotivas gracias al talento de sus actores y a la resolución de algunas escenas.
Lo que sucede cuando Downey vuelve a su pueblo es que no le queda otra que convivir con su padre, un veterano juez (Robert Duvall, notable como siempre), a lo largo del velorio y entierro de la madre. Allí se encuentra también con un hermano con una carrera frustrada como beisbolista (Vincent D’Onofrio) y otro con algunas fragilidades psicológicas más que evidentes. También reaparecerá una antigua novia (Vera Farmiga) y, más que nada, un mundo muy diferente al de la Chicago en la que vive.
La película elige sumar otro ángulo a la trama que intenta cruzar la manera de trabajar y, si se quiere, las filosofías de vida de padre e hijo enfrentados entre sí. Tras el entierro, Duvall vuelve a beber después de muchos años y atropella con su auto a un hombre que fue sentenciado a prisión por él mismo durante 20 años y ahora el enjuiciado es él. ¿Fue a propósito o un accidente? El hombre no parece saberlo ya que su memoria (su salud) es frágil y a su hijo no le queda otra que, casi a regañadientes, defenderlo en el juicio, ocasión propicia para enfrentar sus visiones de la profesión, del mundo, de su propia historia familiar y de sacar para afuera los traumas no resueltos del pasado.
Poco y nada de lo que sucede, decíamos, escapa a lo previsible. El hijo quiere ganar a toda costa el juicio, sin siquiera importarle si el padre atropelló o no a propósito a ese hombre (el abogado de la otra parte lo encarna un sinuoso aunque bastante desaprovechado Billy Bob Thornton). El padre, por su cuenta, no sabe bien qué pasó y su relación con la verdad tiene sus bemoles, algo que nos iremos enterando en el transcurso del relato, lo mismo que los hechos que los distanciaron a ambos de manera tan notable y hasta violenta en el pasado.
Ese «realismo hollywoodense» visto mil veces (hasta el propio «pueblo chico» parece escapado de una publicidad de gaseosas que transcurre en un «pueblo chico», con sus personajes, sus casas y escenarios típicos, un paso en falso para la notable carrera del director de fotografía Janusz Kaminski) conspira muchas veces contra la credibilidad del filme, pero ahí donde casi toda la puesta en escena propone poco de interés están los actores para recordarnos porqué estas películas muchas veces atraviesan como cuchillos filosos sus propios clichés. Downey es un excelente actor que puede pasar del humor a registros emotivos con una facilidad asombrosa y ya no queda mucho por agregar respecto a la categoría de Duvall, un maestro para hacer mucho con aparentemente poco, especialmente cuando le toca interpretar a este tipo de personajes. Son ellos dos, sacándose chispas en peleas, en discusiones y en el propio juicio, los que le dan una verdad a la película que no tiene por casi ningún otro lado.
Sobre los créditos finales, se escucha una versión del veterano cantante country Willie Nelson (cuyo video en YouTube copio aquí abajo) de un popular tema de Coldplay, «The Scientist». Escuchándola me quedó claro que respetaba a la perfección la idea de la película, ya que ahí Nelson encuentra una verdad emocional casi propia en una canción que, en su versión original, bordea casi todos los clichés del éxito pop. Como en la película, Nelson/Duvall trascienden a sus propios productos y los transforman en otra cosa, en una especie de vieja y noble poesía (norte) americana.