Festival de Mar del Plata: Roberto Minervini y la Trilogía de Texas
La llamada «Texas Trilogy» es una verdadera curiosidad dentro del cine contemporáneo y todo un hallazgo del Festival de Mar del Plata programarla. Si bien al menos dos de las tres películas de la Trilogía pasaron por festivales grandes como Venecia y Cannes, tengo la impresión que se han visto poco y que no se […]
La llamada «Texas Trilogy» es una verdadera curiosidad dentro del cine contemporáneo y todo un hallazgo del Festival de Mar del Plata programarla. Si bien al menos dos de las tres películas de la Trilogía pasaron por festivales grandes como Venecia y Cannes, tengo la impresión que se han visto poco y que no se lo ha reconocido lo suficiente a este director italiano radicado en los Estados Unidos (Texas, obviamente) y que filma allá sus películas.
Antes de ir sobre cada una de ellas por separado, un breve comentario sobre las tres en conjunto. Minervini filma en un estilo de extremo realismo que bordea el documental. Se puede decir que estas tres películas van aumentando su sensación de documental progresivamente. La primera, THE PASSAGE, es la más obviamente estructurada y guionada. LOW TIDE, menos. Y STOP THE POUNDING HEART menos aún, al punto que se presentó en muchos festivales de documentales. Minervini cuenta historias de las clases bajas –marginales, de uno u otro modo– de ese enorme y complicado estado norteamericano.
Esas subculturas son exploradas a partir de personajes solitarios, en crisis con su ambiente, y atravesando momentos particularmente intensos de sus vidas. Sin embargo el realizador italiano casi nunca manipula las emociones de sus relatos, observando siempre desde una distancia importante, los hechos y las vivencias, dando la impresión que la cámara es un espectador más de los sucesos que se van desarrollando. Para mí, THE PASSAGE tiene sus problemas y da la sensación que todavía allí estaba buscando su estilo. Las otras dos son extraordinarias. Una trilogía para ver completa y en cualquier orden ya que, salvo por un mínimo pero simpático detalle, no se cruzan las historias. Aquí, reseñas de cada una.
THE PASSAGE (2011) es un filme acerca de una mujer de origen latino que vive sola en Houston y que recibe la noticia menos esperada: los tratamientos no han funcionado, su cáncer de pulmón ya es incontrolable y le quedan pocas semanas de vida. La única opción que surge viene de un amiga: ir a Rocksprings, en el otro lado de Texas, donde hay un curandero que la salvará, le asegura. Paralelamente, un hombre sale de la cárcel y queda claro que no tiene donde ir. Y queda claro, también que no es el tipo más amable ni simpático del mundo. Se cruzan casualmente en un supermercado: ella se desvanece, él la ayuda y ella termina pidiéndole que la lleve a ver al curandero. Le paga, claro. El se aprovecha de ella en todo lo que puede.
El filme narrará el viaje de estas dos personas que luego se cruzarán con otra lost soul del camino: un artista inglés que viaja a Marfa, a dedo, a exponer su «obra». Un trío que no tiene nada que ver entre sí pero que, a partir de los problemas de la mujer, encontrará una suerte de conexión en sus diferentes desesperaciones y soledades. Si uno no conoce el cine de Minervini, no da para ilusionarse demasiado: las ideas de puesta en escena están ahí y su universo es similar al de sus siguientes películas, pero se le notan todo el tiempo las costuras del guión, el armado dramático demasiado evidente que termina empequeñeciendo los logros que tiene la película y que serán la marca de fábrica de las dos siguientes: ese poder observacional, esa descripción de universos marginales y esa generosidad con los personajes. Un detalle: en una escena de este filme aparece la familia protagónica de STOP THE POUNDING HEART…
LOW TIDE (2012) En el segundo filme de la trilogía el formato documental está más al frente y el guión da un paso atrás para entregar, aquí sí, una experiencia cinematográfica fuerte, cercana en espíritu a cierto cine británico de niños solitarios (KES, de Ken Loach, o las películas de Bill Douglas) y hasta al Antoine Doinel de la saga de Truffaut. A mí me hizo pensar, de algún modo, en el reverso white trash de BOYHOOD, la película de Richard Linklater que transcurre también en Texas con un niño protagonista pero en un universo de confort familiar totalmente distinto. Y lo de «reverso» no lo digo en términos de estilos cinematográficos ni de miradas a los personajes. Al contrario, hay mucho en común en el estilo observacional y respetuoso que ambos cineastas tienen con su mundo y sus personajes, si bien Linklater apuesta a un formato más claramente narrativo.
Esta es, literalmente, la «crónica de un niño solo» descripta a lo largo de un verano en el que el chico de unos 11, 12 años está en su casa mientras su madre va del trabajo a algún bar y vuelve casi siempre borracha a la noche y cae en la cama. La madre (un personaje bastante desagradable a lo largo de buena parte del filme) lo ignora casi por completo y el chico (al que nunca se nombra) pasa el día solo: hace la comida, limpia la casa, duerme, se levanta, ayuda a la madre en sus estados más desesperantes y pasa el día sin nadie alrededor. Los pocos contactos humanos que tiene son con su madre y los amigos de ella (un grupo white trash decadente) que hacen la suya adelante del chico sin importarles mucho lo que él haga o vea (de hecho, quieren incluirlo).
La película tiene poquísimos diálogos y gran parte del tiempo se dedica a registrar las actividades cotidianas del chico, cuya sensación de soledad y abandono se va volviendo más y más intensa con el correr de los días. Se nota –como en las otras películas de la trilogía– que no está a gusto en su medio social y que no sabe qué hacer para escapar de ahí. Aquí, pero menos que en el primer filme, todavía se notan un poco las costuras del guión (lo cual no es un problema per se, pero se vuelve más evidente que en un filme convencional a partir de la puesta en escena en apariencia «invisible» del realizador), pero Minervini se atreve más al retrato puro y los resultados son mucho mejores. Por otro lado, aquí aparece con más fuerza el paisaje como protagonista de la narración, esa inmensidad campesina que libera y agobia a la vez.
STOP THE POUNDING HEART (2013) cierra la trilogía y es el más logrado filme de la serie, ya que la inmersión de la cámara de Minervini en el mundo que narra es tan precisa que realmente tenemos por un buen tiempo la sensación de estar viendo un documental. El universo es cercano pero casi opuesto al de LOW TIDE. Allá donde era todo abandono y bardo aquí es represión y religiosidad. La película se centra en una familia numerosa y cristiana fundamentalista, de esas que no mandan a los chicos a las escuelas porque allí les enseñan «cosas negativas» como la Teoría Evolutiva, digamos.
Pero lejos está Minervini de burlarse de esta gente. El mundo que describe tiene un espíritu que recuerda al de LUZ SILENCIOSA, de Carlos Reygadas (que, curiosamente, aparece en los agradecimientos del filme): aquí se muestra una familia ultra-religiosa y de ascendencia nórdica en la cual la protagonista –una de los doce hijos de la pareja, de 14 años– empieza a sentirse fuera de lugar. Le gusta un chico de otra familia que vive cerca y que está en el mundo del «rodeo» y la doma de toros, pero todo ese universo (del flirteo y el noviazgo) está evidentemente vedado por las reglas familiares, al punto que la chica empieza a entrar en crisis con su mundo, fuera de sincro con quienes la rodean. Esa soledad va creciendo pese a que, a diferencia del filme anterior, aquí ella está rodeada de personas que intentan reconfortarla y entenderla sin lograrlo.
Geográficamente cerca y con problemas similares, la protagonista de STOP... y el de LOW TIDE son como primos distantes de un mismo universo. Lo que Minervini hace aquí es confiar por completo en el registro al punto tal que recién sobre el final del filme uno advierte que hay una pequeña historia armada y no es observación pura y dura. El relato funciona de una manera ligeramente diferente que en las anteriores películas de la Trilogía: hay más diálogos, lo que prima es la descripción de los universos (la familia de la chica, sus hermanos, sus conversaciones religiosas; el chico del rodeo y su propia familia, un tanto menos «católica» que la otra), las rutinas cotidianas (tal vez repetidas en exceso) y así entramos en el filme como un observador se acerca a una comunidad un tanto extraña. La gracia del filme y el talento de Minervini es, otra vez, ponerse cara a cara con esos personajes sin juzgarlos. Su simpatía, claro, está con la chica, como estaba con el niño del anterior filme. Es el corazón de ellos (como reza el título) el que no puede parar de latir y el que los lleva a chocar contra el mundo que los rodea, sea de sobreprotección o de abandono familiar.