Estrenos: «Adiós al lenguaje», de Jean-Luc Godard
El año de estrenos cinematográficos abrió con EL LOBO DE WALL STREET y cierra, apropiadamente, con ADIOS AL LENGUAJE. Ambas películas y sus directores –Martin Scorsese y Jean-Luc Godard– son, obviamente, radicalmente diferentes y tienen en principio poco y nada en común. Pero si uno las mira en detalle observará que no es tan cierto, […]
El año de estrenos cinematográficos abrió con EL LOBO DE WALL STREET y cierra, apropiadamente, con ADIOS AL LENGUAJE. Ambas películas y sus directores –Martin Scorsese y Jean-Luc Godard– son, obviamente, radicalmente diferentes y tienen en principio poco y nada en común. Pero si uno las mira en detalle observará que no es tan cierto, que ambos veteranos realizadores –uno, septuagenario; el otro, octogenario– demuestran una enorme vitalidad, fiereza crítica y deseo de experimentación formal constante. En sus modos más narrativos, Scorsese es un fiel heredero de la tradición de la Nouvelle Vague iniciada por JLG y otros en Francia, más de medio siglo atrás, mientras que Godard es el que siguió empujando esos modos hasta sus límites formales, dispuesto a quebrarlos, una y otra vez.
ADIOS AL LENGUAJE, como su título lo anuncia, es fundamentalmente eso: un paso más en la fractura de la idea de que el cine posee un determinado lenguaje cuyas reglas deben ser seguidas para su comprensión e inteligibilidad. Es una película de clips, de fragmentos de escenas, de diálogos entrecortados, de sonidos fracturados y de imágenes en distintos formatos: tanto de calidad (del HD más potente al video más destrozado) como en el uso del 3D, que incorpora el realizador suizo en esta película para, básicamente, experimentar con él, como un niño al que le regalan un juguete nuevo y lo desarma y rearma para darle nuevos usos, muchos de los cuales son más interesantes que sus funciones originales. Y que lo vuelven más divertido para jugar también.
La intención es clara de entrada, con el único fragmento de texto más o menos largo que hay en todo el filme. Una voz en off nos dice que en 1933 nació la televisión y, paralelamente, Hitler subió al poder en Alemania. De ahí en adelante, se puede hablar de una idea de «totalitarismo de las imágenes» a partir de una, para Godard, victoria del nazismo (no bélica, sino cultural) que, combinada con los frenos formales que la televisión le puso al cine –o a la cultura audiovisual, en función de la masividad y la supuesta inteligibilidad– terminaron por generar un lenguaje audiovisual bastante limitado y poco libre, incapaz de ir más allá de ciertas reglas.
Godard, es sabido, viene rompiendo esas reglas, poco a poco, desde SIN ALIENTO, y de alguna manera muchas de sus películas fueron claves para que las posibilidades de ese lenguaje se amplíen y multipliquen. Uno podría decir que su nuevo filme se centra en una pareja y en un perro, pero no llegaría demasiado lejos por ese lado. Casi no hay resabios aquí de una construcción con orígenes literarios en la cual una película se puede sintetizar a partir de una trama, una historia. Aquí hay un collage formal de imágenes que no pegan entre sí, un 3D deformado que permite ver dos imágenes diferentes al mismo tiempo (hagan la prueba abriendo y cerrando uno u otro ojo en ciertas escenas) y estirado al límite de sus posibilidades técnicas hasta generar mareo en el espectador.
La presencia del perro no es casual, él parece ser el depositario de esa capacidad no contaminada de mirar el mundo, quien en sus idas y venidas a lo largo del filme parece observar las cosas de otra manera mientras Godard, en cierto modo, intenta acercarnos a su punto de vista (el perro está, no interpreta). Se podría argumentar –como elogio pero también con malicia– que ADIOS AL LENGUAJE es una película narrada por ese perro, ya que se trata de construcciones fugaces y a medio capturar, imágenes contrapuestas y sonidos que entran y salen como de una rockola en random permanente. Es la más clipeada, si se quiere, de las películas del director de EL DESPRECIO: todo es instantáneo, fugaz y avanza con la «lógica» de una instalación artística interesada en crear en el espectador un cierto mood y, a la vez, que esa desestabilización audiovisual le permita reflexionar sobre esa forma de mirar al mundo que hemos abandonado.
«Los que no tienen imaginación se refugian en la realidad», es la frase que abre la película, una de las tantas que se escuchan en un filme que (se sabe del gusto de JLG por cierta forma del aforismo) tiene menos que las acostumbradas. Algo similar sucede con los textos en pantalla, otra figura clásica que usa el realizador. Es como si, en este intento de ir más allá de lo probado, JLG hubiera decidido abandonar hasta sus propios hábitos adquiridos. El que queda es el original –uno ve algunas conversaciones entre el hombre y la mujer en el cuarto, y no puede evitar recordar esas mismas figuras y escenas de sus primeros filmes–, pero alrededor todo es territorio poco explorado, tentativo, como el mirar de un hombre que tiene que aprender a ver otra vez.
Por supuesto que hay citas (Sartre, Dostoyevsky, Faulkner, Darwin, Solzhenitsyn y otros) lo mismo que fragmentos de música clásica (Beethoven, Tchaikovsky y así), lo mismo que escenas de películas clásicas que acompañan y comentan muchas de las escenas del filme, lo mismo que algunos gags (con celulares y uno en el baño) más propios de comediantes que de grandes autores del cine. Pero no están fuera de lugar: hay algo que recorre el filme que tiene mucho de infantil, de provocaciones que se extienden en todos los niveles del lenguaje audiovisual.
Si el filme es un lamento por el fin de la posibilidad de las imágenes de hacer ver al mundo como nuevo cada vez, en el uso del 3D y en ciertas específicas composiciones Godard también deja claro que, cuando quiere, puede construir imágenes más bellas que el 90% de los cineastas vivos: un plano del mar repleto de hojas caídas, un viaje en auto bajo la lluvia, el perro revolcándose sobre la nieve, un rostro apareciendo en el agua. Todos momentos de elegíaca belleza, sí, pero también de profunda libertad creativa. Tal vez nada signifiquen –narrativamente hablando–, pero nos conectan con el mundo, con el cine, de una manera directa, pura, no mediatizada por la literatura. «¿Por qué hay un Premio Nobel a la literatura y no uno a la pintura o a la música?», alguien se pregunta en el transcurso del filme (y podría agregar ahí al cine). No hay respuesta. O, acaso, la película sea el intento de explicarlo…
Me gustó mucho tu mirada. Pensé cosas muy similares, respecto de su forma de hacer cine como quien hacer arte conceptual, lo narrativo es apenas un esbozo. Salí mareado, con dolor de cabeza, pero con la cabeza explotada de ideas, de sensaciones. Agradecido de verla en 3D en el Village, para poder entender por completo el mambo de Godard hoy. Es una experiencia cinematográfica muy provocativa y vital.
Comparto el comentario de Santiago.
A veces, el exceso de libertad creativa, puede marear al observador, pero no le quita riqueza a la obra del autor. Desde ya sabiendo, que pueda o no gustar y respetando la línea seguida por quien decidió realizar su obra de esta manera.
hay reglas. el lenguaje tiene reglas por eso ustedes entienden esto que están leyendo. Se puede afirmar que las reglas están para romperse pero deben siempre guardar cierta relación con «algo».
Romper con las reglas y que nadie entienda eso que se ha creado me parece un sinsentido. En este caso parece que casi todos entienden, lo que me recuerda a la fabula del rey desnudo.
A mi siempre me pareció un ejercicio de profundo oscurantismo esta particular forma de nihilismo de JLG. Entiendo que alguien no quiera seguir la línea del cine clásico; lo que no acepto de ningún modo es que el mero hurgar con el bisturí el cadáver del lenguaje -por cierto, clásico!- pueda ser considerado en sí mismo como un procedimiento estético…
Nota mental: sacar el cine clásico, pero no olvidar poner algo en su lugar.