TV: «Olive Kitteridge», de Lisa Cholodenko (HBO)
Olive tal vez sea una de las protagonistas más desagradables de la historia de la televisión. No, no hablo de una asesina de niños, de una mujer violenta o alcohólica ni de una estrella pop creída. Ni siquiera de Mamá Soprano, que era tal vez peor pero podía mandar a matar gente. No, no es […]
Olive tal vez sea una de las protagonistas más desagradables de la historia de la televisión. No, no hablo de una asesina de niños, de una mujer violenta o alcohólica ni de una estrella pop creída. Ni siquiera de Mamá Soprano, que era tal vez peor pero podía mandar a matar gente. No, no es eso aquí. En apariencia, lo»desagradable» de Olive no es nada excepcional. La Sra. Kitteridge es una maestra de escuela y ama de casa de Maine a la que OLIVE KITTERIDGE, la miniserie de HBO basada en la novela homónima de Elizabeth Strout y dirigida por Lisa Cholodenko (y presentada fuera de concurso en Venecia 2014) sigue a lo largo de un cuarto de siglo, en su vida cotidiana y pueblerina. Pero Olive no es una mujer del todo convencional. Si bien hay motivos de su pasado que en cierto modo explican su comportamiento (el suicidio de su padre, una historia familiar de depresión), el concepto de «querible» le es completamente ajeno.
Olive –interpretada de manera excepcional por Frances McDormand– es hiriente, agresiva y dañina con casi todo ser humano que se le cruza, se siente más inteligente que el resto y mira a todos con desdén y desprecio, y es capaz de decir barbaridades en cualquier lugar, eructar adelante de cualquiera o asustar a niños porque sí. Puede irse a dormir en medio del casamiento de su hijo, robarle aros y zapatos a su nuera, tirar a la basura una tarjeta del Día de San Valentín que le regaló su marido porque «ya la leí» o burlarse, ignorar o basurear a casi toda persona con la que se cruza. No hay mediación entre pensamiento y palabra. Y tampoco hay, al principio, conciencia de lo que sus actos y dichos pueden causar en los demás. Al parecer, todo lo que llamamos «humano» le es ajeno. Es raro, en ese sentido, cómo logró casarse con Henry (Richard Jenkins, igual de notable y con un arco dramático y emocional aún más amplio), que es todo lo contrario: un tipo amable que quiere caerle bien a todos y ayudar a los perdidos, desposeídos o confundidos. Si Olive exagera para el lado «bruja» del asunto, Henry se pasa ya de «buenazo» a falso, con esa forma tan americana de ser excesiva y hasta irritantemente amable.
Los cuatro capítulos de la miniserie siguen a Olive a lo largo de una serie de situaciones que no siempre están ligadas directamente a ella y que respetan la estructura en «viñetas» de la novela original. Los episodios que se van sucediendo se centran muchas veces en personajes secundarios –que no logran en la mayoría de los casos desarrollarse del todo bien–, con Olive y Henry como testigos privilegiados o participantes menores. El hilo que recorre a la serie es, digamos, la depresión y la manera en la que en los pueblos chicos las amables sonrisas y los saludos callejeros esconden no solo resentimientos personales sino historias muy duras que la gente prefiere tapar.
Olive es de esa clase de gente. Ante cualquier situación complicada pide que sea olvidada y cuando su hijo –cuya infancia torturada lo convirtió en un adulto depresivo que de todos modos trata de seguir adelante manteniéndose lejos de su madre– empieza terapia no solo se siente traicionada sino que le insiste al pobre Chris (John Gallagher Jr., de THE NEWSROOM) que su infancia fue «normal». Lo más interesante del progreso narrativo de la serie es que pese a su horrenda personalidad uno termina comprendiendo y aceptando cierta manera de ser de Olive, pero no de la manera clásicamente hollywoodense en la que un acto generoso o noble vuelve todo lo anterior perdonable (o dando una sensación de «fue una basura de ser humano pero cuánto ayudó a su comunidad» ni nada por el estilo), sino aceptando sus ambigüedades ya que ella, sobre el final, al menos toma cierta conciencia del daño que pudo haber producido.
Particularmente lograda es la manera en la que se trata el matrimonio de ambos, ya que parecen jugar roles contrapuestos que se complementan bien. Claro que hay historias duras, resentimientos, fastidios y otras cosas más en su historia común, pero la bonhomía y la tolerancia de Henry parecen ideales para contener y hasta calmar a la misantropía agresiva de Olive, al punto que al llegar a una edad más avanzada esa relación siempre en el límite de lo soportable va demostrando algo genuino que se parece bastante a eso que llaman amor.
La serie tiene un elenco formidable –en roles secundarios están Bill Murray, Rosemarie DeWitt, Peter Mullan, Anne Dowd, Brady Corbet, Martha Wainwright, Zoe Kazan y Jesse Plemons, entre otros– y un tono que al principio resulta un tanto irritante, una suerte de impostación semicómica, cercana a la que usan los hermanos Coen o Alexander Payne, pero que va desapareciendo de a poco con el correr de los episodios, especialmente los últimos dos, donde cierta empatía parece empezar a ganar la batalla.
De todos modos, Cholodenko agrega algunos detalles de puesta en escena y montaje curiosos y personales –flashbacks y flashforwards combinados, situaciones oníricas y hasta visiones que se pueden confundir con la realidad– que, me da la impresión, están puestos para «aflojar», si se quiere, la densidad depresiva de este relato de «sabihondos y suicidas», de secretos familiares, de violencia verbal (y en algún momento hasta física) y de maltratos cotidianos. Es una historia de las variadas formas de crueldad psicológica de parte de gente que no es consciente de hacerlas ni, obviamente, de sus motivos y consecuencias en los demás.
Finalmente, a lo que hace recordar OLIVE KITTERIDGE es a la gran tradición novelística familiar (norte)americana que va de John Updike a Richard Ford, de John Cheever a Jonathan Franzen, por citar solo algunos autores que han intentado contar los cambios culturales del país a partir de enfocarse en una familia y su lenta desintegración y atomización a lo largo de los años. Esos estados en apariencia pacíficos y civilizados como Maine, en New England, son un microcosmos de un país cuyas turbulencias interiores se fueron volviendo cada vez más y más públicas con el correr de las décadas. Y Olive es, en cierto modo, parte y testigo de esos cambios, un personaje cuya turbulencia interna ya era pública cuando no lo eran las de la mayoría, que era brutalmente honesta con los demás y negadora consigo misma cuando esa combinación no era para nada usual. Y que fue aprendiendo, a lo largo de una vida, a tomar conciencia, aunque sea, de sus propias limitaciones. No será demasiado, no reparará los daños causados, pero es algo…
(OLIVE KITTERIDGE se repite durante varios horarios desde fin de diciembre y a lo largo de todo enero por HBO 2)