Estrenos: «El Código Enigma», de Morten Tyldum
A esta altura de la gimnasia cinematográfica que cualquier espectador practicante debe tener, pedirle a las películas biográficas que sean exactas y completas acerca de las figuras que retratan no tiene demasiado sentido. Las películas que más intentan abarcar de los hechos de la vida de un hombre –tal es el caso de otro estreno […]
A esta altura de la gimnasia cinematográfica que cualquier espectador practicante debe tener, pedirle a las películas biográficas que sean exactas y completas acerca de las figuras que retratan no tiene demasiado sentido. Las películas que más intentan abarcar de los hechos de la vida de un hombre –tal es el caso de otro estreno de la semana, LA TEORIA DEL TODO— son las que más problemas tienen, como ya lo dice la célebre frase hecha.
Lo escribí también en relación a INQUEBRANTABLE, estreno de la semana pasada: es un buen formato, usualmente, el de intentar dejar plasmada la vida de un hombre a partir de un episodio específico en su vida. En EL CODIGO ENIGMA pasa algo similar al de aquel filme de Angelina Jolie. Aquí, el guión de Graham Moore intenta hacer foco en una etapa clave y fundamental en la larga y complicada vida de Alan Turing: su trabajo y esfuerzos para descifrar los códigos que usaban los nazis para sus comunicaciones durante la Segunda Guerra Mundial. Y si bien es cierto que a través de esos años de trabajo de Turing se exhiben muchas de las otras particularidades de la vida del matemático, en muchos momentos se siente al filme de Morten Tyldum como demasiado decoroso, cuidado, prolijo y calculado, especialmente en lo que respecta a su homosexualidad en una época en la que estaba literalmente prohibida en Gran Bretaña. Un clásico producto prolijo y bien vestido, armado en pos de ganar algunos Oscar por The Weinstein Company.
Pero diferencia del moroso y mediocre filme de Jolie, la historia de la vida de Turing que EL CODIGO ENIGMA elige contar es lo suficientemente fascinante y rica en matices dramáticos como para que la película –aún con su excesivamente británico medio tono– sea por momentos atrapante. En un formato de flashbacks (un interrogatorio policial que se irá develando de a poco de donde proviene), el filme muestra a Turing cuando es convocado para un puesto ultra-secreto del gobierno británico que involucra descifrar los códigos nazis. El trabajo es más que difícil ya que los nazis cambian el código todos los días y cuando algo se alcanza a descifrar ya todo vuelve a cambiar, teniendo que empezar todo de cero otra vez.
Turing se suma al grupo de trabajo con, digamos, el pie izquierdo. Un obsesivo de la matemática, con una personalidad que uno consideraría dentro del llamado «espectro del autismo», Alan no se caracteriza por saber tratar con la gente y considera que el trabajo que hacen todos allí no los llevará a ningún lado. Casi marginado del grupo, empieza a armar su propia maquinaria de decriptación, un enorme aparato que podríamos considerar entre los antecedentes de las actuales computadoras. Al grupo luego se sumará Joan Clarke (Keira Knightley, que parece hecha a medida para estos roles), más inteligente y capaz que el resto de sus compañeros de trabajo y varias de las dinámicas irán cambiando hasta empezar a lograr mejores resultados.
Tomando en cuenta que Turing no es una figura tan conocida como debería serlo, vamos a detenernos aquí y no revelar mucho más de la historia. Lo cierto es que en medio de estos años de investigaciones a Turing se lo trata más como un freak obsesivo completamente desentendido del mundo real y casi nunca se explora su vida sexual. Aclaremos: la película podría prescindir, si quisiera, de hablar del tema, pero en el caso específico de Turing fue algo que tuvo muchísima repercusión en su vida y que es fundamental para entender, entre otras cosas, porque tardó tanto en conocerse su figura y su trabajo. El filme no lo ignora del todo, es cierto, pero el peso social, humano y trágico que tuvo para él (y para miles de británicos que sufrieron la misma condena) solo cobra algo de fuerza, un poco a las apuradas, sobre el final.
Es esa corrección, esa prolijidad y ese decoro los que vuelven a la película un poco aséptica y lavada, como si le faltara un compromiso emocional más fuerte con lo que está contando. El que trata de dárselo es Benedict Cumberbatch, un actor que suele utilizar esa misma tradición británica –pudorosa y recatada– a su favor, ya que con muy poco logra transmitir más de lo que la película le da lugar a la vida secreta del personaje, encontrando en algunos pequeños momentos, miradas y silencios toda la humanidad que Tyldum, distraídamente, parece ignorar.
Lo curioso de EL CODIGO ENIGMA es que, más allá de todas las deficiencias evidentes en lo que respecta a la falta de un entendimiento profundo del personaje que describe y la excesiva pulcritud de la puesta en escena, resulta por momentos fascinante de ver. Lo que logra el filme en su búsqueda por descifrar contrarreloj el mítico código nazi es crear un relato de suspenso de oficina, donde la tensión pasa más por el trabajo matemático y por el funcionamiento (o no) de maquinaria pesada y complicada que por algún tipo de acción bélica concreta. Si bien un momento clave en el avance del desciframiento del código está narrado de una forma muy banal (es muy difícil de creer que haya sido así), Tyldum consigue que las escenas en ese espacio cavernoso lleno de cerebros pensando resoluciones a problemas lógicos tengan una intensidad que convierte a la película, en esos momentos, en algo apasionante. Lo mismo que el peso de algunas decisiones éticas que se ven obligados a tomar luego.
Es una pena, entonces, que el resto de EL CODIGO ENIGMA no logre estar a la altura de esas escenas, ni siquiera los flashbacks a la adolescencia del protagonista, en los que se intenta explorar un tanto banalmente algunos de los motivos de su fracturada personalidad. En cierto sentido, uno podría decir que es la película que filmaría el Turing que Tyldum y Moore, con su aplicado guión de relojería, construyen: la de alguien que entiende todo de matemática pero a quien el resto de lo que llamamos humano le es bastante ajeno.