Estrenos: «En el bosque», de Rob Marshall
Hay algo entre asombroso y sorprendente en el hecho que EN EL BOSQUE exista, hoy, como película. Más bien, como superproducción de Disney. Este amado, debatido y consagrado musical de Broadway creado por el ya mítico Stephen Sondheim y James Lapine tiene, sí, a Cenicienta, Rapunzel y Caperucita Roja entre sus protagonistas, pero probablemente si […]
Hay algo entre asombroso y sorprendente en el hecho que EN EL BOSQUE exista, hoy, como película. Más bien, como superproducción de Disney. Este amado, debatido y consagrado musical de Broadway creado por el ya mítico Stephen Sondheim y James Lapine tiene, sí, a Cenicienta, Rapunzel y Caperucita Roja entre sus protagonistas, pero probablemente si un padre lleva a su hija de 7 años a verla la niña se quede un tanto atragantada del susto.
No porque sea una mala película ni mucho menos. EN EL BOSQUE, a su manera, es una respetable, prolija y adecuada adaptación al cine de esta especie de relectura posmoderna de las fábulas y los cuentos de hadas rescatados por los hermanos Grimm que postula una suerte de «mash up» entre las aventuras de todos estos personajes y, a la vez, los une en una suerte de secuela común a todas sus aventuras en las que se enfrentan a las consecuencias de sus actos y a lo que sucede luego del «vivieron felices para siempre».
EN EL BOSQUE es una fábula con habichuelas mágicas y con infidelidades varias, con hermanastras maliciosas y con un tufillo a pedofilia, con novias fugitivas y muertes violentas e inesperadas. No se trata de contrastar la mitología inspirada por estos cuentos sino, más bien, llevarlos hasta sus últimas consecuencias, de una manera más acorde a las tramas originales que a las versiones que el mismo estudio (Disney) consagró en su etapa de animación clásica. La pericia de Sondheim está en llevar al espectador a las zonas realmente más oscuras que proponen esos cuentos pero paralelamente encontrarles una suerte de terapéutica redención.
La otra cuestión que seguramente interesará más a los padres que a los niños es el costado musical de la historia. No porque los adultos acepten más el género que los más pequeños –habitualmente pasa lo contrario– sino que las canciones de Sondheim no son particularmente sencillas ni accesibles al oído Radio Disney, sino más bien se ubican dentro de la línea más refinada, estilizada y sinuosa de los musicales de Broadway, en ese punto en el que un parlamento se confunde con una melodía, un texto se transforma en una suerte de rap y entre lo que se dice y lo que se canta no siempre parecen haber grandes variaciones, funcionando todo como conector narrativo y demostración lujosa del arte del manejo del juego de palabras. Salvo, claro, las excepciones conocidas de todos los musicales: los llamados «showstoppers», esas canciones/canciones –aquí hay dos o tres clásicas– que se despegan claramente del resto del material y hacen que el todo se detenga por unos minutos.
La historia está dividida en dos partes muy claras, al punto que uno puede hasta imaginarse el intervalo teatral en el medio. En la primera, las cuatro historias se cuentan de un modo relativamente similar al que todos conocemos, solo que todas dependen de otra historia, original de la obra, en la que un panadero y su mujer no pueden quedar embarazados por un embrujo familiar. Es la bruja en cuestión (Meryl MC Streep, entre diva de Broadway y artista revelación del hip-hop maduro) la que une las historias ya que, les pide, para romper esa brujería, un objeto perteneciente a cada uno de estos personajes: Cenicienta, Rapunzel, Caperucita y Jack. Todos coinciden, claro, «en el bosque», donde pasan cosas mágicas y misteriosas, pero sobre todo bastante terribles.
La segunda mitad de la obra y la película –la relectura, digamos– es la que apuesta a volver lo previo patas para arriba y en ese sentido es admirable que el guión haya mantenido buena parte de la oscuridad original de la pieza, aún arriesgando a perder público infantil en la movida. Es la parte más original de la historia pero también la más densa y complicada, y no necesariamente por la aparición de monstruos y criaturas (que las hay) sino más bien por la densidad de los vectores emocionales que se abren: la soledad, el miedo, la familia o la falta de ella y esa sensación que la película remarca cada vez que puede: «Tené cuidado con lo que deseas porque puede cumplirse». ¿Y después, qué?
En su traspaso al cine, Rob Marshall cuidó de no ofender a los fans de la pieza original si bien aligeró algunas situaciones. Lo que no pudo evitar –es casi parte de su naturaleza como director– es funcionar en ese MODO ON permanente, como si fuera una obligación cortar un plano tras unos pocos segundos y existiera la necesidad que los actores estén ocupados todo el tiempo haciendo algo. Se entiende que ese sistema multivitamínico pueda ser necesario en una pieza de Broadway, pero el cine tiene elementos propios, además de la edición, que Marshall pareciera desconocer.
No hay grandes «problemas» en EN EL BOSQUE: el elenco está muy bien (en especial Anna Kendrick como la pícara y confundida Cenicienta, la citada bruja Streep y la tierna pareja protagónica que encarnan Emily Blunt y James Corden), no hay voces que atosiguen al espectador como pasaba en LOS MISERABLES y la única dificultad de la película está en realidad en la obra en sí, cuyo entramado se vuelve por momentos excesivamente denso (y largo, con sus dos horas de duración) y uno termina pidiendo la hora. O un ratito de silencio.
De todos modos, y más allá de gustos personales, no hay duda que EN EL BOSQUE es un producto más que noble, uno armado con inteligencia, destreza y mucho cuidado por los detalles, más allá de su evidente teatralidad. Si uno, encima, la piensa en función de lo que podría haber sido dadas las dificultades inherentes a la temática de la obra en sí, su existencia como producto cinematográfico industrial bordea lo milagroso. Sondheim y Lapine van mucho más allá del «fueron felices para siempre» y la película se anima a seguir los hechos hasta las últimas, lógicas pero muchas veces terribles consecuencias. Sí, probablemente, Jack, Cenicienta, Rapunzel y Caperucita Roja necesiten años de terapia después de atravesar estas aventuras. Quizás los espectadores más pequeñitos también…