Estrenos: «El 5 de Talleres», de Adrián Biniez
El otro día leía las repercusiones de las notas a Gabriel Batistuta sobre sus severos problemas físicos al dejar el fútbol y volvía, una y otra vez, a recordar EL 5 DE TALLERES. Obviamente que las carreras del “Bati” y el Patón, un mediocampista rústico que nunca dio más de tres pases seguidos bien ni […]
El otro día leía las repercusiones de las notas a Gabriel Batistuta sobre sus severos problemas físicos al dejar el fútbol y volvía, una y otra vez, a recordar EL 5 DE TALLERES. Obviamente que las carreras del “Bati” y el Patón, un mediocampista rústico que nunca dio más de tres pases seguidos bien ni tampoco salió de Remedios de Escalada, no son particularmente comparables (si bien se inspira en un jugador real, el personaje es de ficción), pero la pregunta es la misma y la película de Adrián Biniez la afronta, en tono de comedia dramática: ¿qué pasa con un jugador de fútbol –bah, con cualquier deportista– cuando se retira?
Hay celebridades que tienen más opciones, claro: serán comentaristas, técnicos, empresarios, harán negocios con los dineros adquiridos en las épocas de fama y si bien queda claro –con casos como el de Batistuta y muchos otros– que ni para ellos es fácil la adaptación, ¿qué pasa con los otros? ¿Con la enorme cantidad de deportistas profesionales que tuvieron logros módicos –mediocampista de equipo del ascenso, tenista de torneos challengers, basquetbolista suplente del medio local y así– y a los que las pilas se les acaban? ¿Cómo recomienzan?
Uno podría pensar que para ellos es más sencillo. No hay que bajar tantos escalones de la gloria al ocaso y los cambios no serán muchos. El Patón vive en un chalecito del conurbano y difícilmente su situación económica se derrumbe ya que no imagino que su sueldo en Talleres tenga cifras astronómicas. Pero de todos modos: ¿cómo se vive con la ausencia de la rutina semanal, del entrenamiento, la concentración, el partido, ese loop anual que conforma a esa persona que se esconde detrás del futbolista? El Patón es un rústico dentro de la cancha y lo es bastante también afuera –agarrándose a las piñas cuando lo putean en la calle, entrando en toda pelea que le pasa de cerca–, pero a lo largo de su carrera futbolística trató con ahínco de no pensar demasiado en el después. Hasta que…
El Día D empieza a llegar cuando al Patón (Esteban Lamothe, perfecto en el rol) lo expulsan por ocho jornadas en medio del campeonato y se ve forzado a enfrentarse a la realidad de que esta puede ser su última temporada (anda por los 35 años). Con su esposa (Julieta Zylberberg, pareja del actor y madre de su hijo en la vida real) intentan encontrar entretenimientos pasajeros para sacarlo de su malhumor cotidiano y su dependencia de la PlayStation. ¿Poner un negocio de ropa? ¿Terminar el colegio? ¿Estudiar inglés? ¿Arreglar las cosas rotas de la casa? ¿Cómo seguimos ahora?
Con un oído perfecto para los idiomas del conurbano –la zona donde transcurre el filme no es lejana geográficamente a la del filmeMAURO aunque en ambientes un poco menos densos, de clase media–, Biniez construye una comedia humana que se aleja tanto de los estereotipos barriales de las series televisivas (de hecho, uno podría imaginar una versión Pol-ka de esta misma trama) como de las manipulaciones dramáticas de un cine que busca causar más impacto por la vía de la intensidad. Nada grave le pasará al Patón a lo largo de la película. Sí, tendrá peleas matrimoniales, familiares, con los directivos del club, con su técnico y sus compañeros, pero siempre da la impresión de que un lazo enorme de solidaridad une a todas estas personas que tienen como objetivo en común el bienestar del club y del otro, pero alejados de la épica LUNA DE AVELLANEDA.
En ese sentido, la película también es un antídoto ante el registro crispado de RELATOS SALVAJES. Si allí todo lo que puede salir mal sale mal y siempre que te pueden joder van a hacerlo, aquí lo que sucede es lo contrario, de manera que por momentos hasta resulta demasiado amable. Un técnico fracasa y los dirigentes no lo quieren dejar ir. Los sueldos demoran en pagarse pero nadie duda que tarde o temprano aparecerán. La pintura de la interna del fútbol puede resultar un tanto ñoña para los conocedores de las internas de los campeonatos del Ascenso, pero esa no es la historia que cuenta el filme del director de GIGANTE, sino la de una comunidad (pareja, familia, barrio, amigos) que intenta mantenerse unida aún cuando las circunstancias no colaboran.
No hay nostalgia en EL 5 DE TALLERES, no intenta el filme llevar al espectador a la idea del barrio que todo lo salva y todo lo cura. La mirada de Biniez puede no ser oscura, pero tampoco propone la nostalgia ni una idea “Campanelli” de la familia argentina. Al contrario. Es claro que los conflictos están y que muchas veces no se hablan. Es claro que las cosas no funcionan bien, pero en lugar de sobredramatizarlas (la película propone un tono casi documental de concatenación de eventos, sin grandes picos dramáticos) opta por la manera en la que optamos muchos cuando se presentan problemas: tratar de resolverlos de la mejor manera posible. Con equivocaciones y errores, sí, pero con honestidad.
Finalmente, la película de Biniez es un relato sobre el arte de lo posible, un cariñoso “es lo que hay” que va de la profesión del fútbol a la aceptación de las familias que nos tocan en suerte y las que elegimos. Y es, sobre todo, una película sobre el matrimonio. Sobre ese vínculo que hace que dos personas, aún con sus problemas y sus diferencias, colaboren entre sí para salir adelante en medio de una situación difícil. Con humor, con cariño, hablando mal inglés y destruyendo a rivales de una manera más parecida al rugby que al fútbol, las peripecias del Patón en EL 5 DE TALLERES son peripecias con las que todos nos podemos identificar. Las peripecias de tipos que, ante las circunstancias que les tocan vivir, hacen lo mejor que pueden…
(Crítica publicada durante el Festival de Venecia, donde el filme se exhibió en el marco de la sección paralela Venice Days/Giornate Degli Autori)