Estrenos: «Joven y bella», de François Ozon
François Ozon es un cineasta bastante inclasificable. Por cada película buena o interesante que hace (VIDA EN PAREJA, LA PISCINA, TIEMPO DE VIVIR) tiene algún ANGEL o POTICHE que parecen salir de su hermano torpe. Tengo la impresión que JOVEN Y BELLA se ubica, como su reciente, EN LA CASA, en una zona intermedia y confortable –para él, al menos– en la […]
François Ozon es un cineasta bastante inclasificable. Por cada película buena o interesante que hace (VIDA EN PAREJA, LA PISCINA, TIEMPO DE VIVIR) tiene algún ANGEL o POTICHE que parecen salir de su hermano torpe. Tengo la impresión que JOVEN Y BELLA se ubica, como su reciente, EN LA CASA, en una zona intermedia y confortable –para él, al menos– en la que toma menos riesgos y sus películas salen, digamos, prolijas, aceptables. Normalmente convencionales, si se quiere.
JOVEN Y BELLA se divide en cuatro estaciones de un año y sigue a una adolescente de 17 años comenzando por el verano, en el que conoce a un chico en la playa con el que debuta sexualmente, siguiendo por el otoño en el que empezará a dedicarse a la prostitución, tema que se mantendrá como eje y clave narrativa del resto de la película, más allá de otros elementos que aparecen posteriormente.
Marine Vacht encarna a esta muy bella adolescente -con un aire a la joven Julia Roberts, pero con un toque obviamente francés- que descubre que su sexualidad no sólo es un arma poderosa sino que puede usarla sin sentirse muy afectada emocionalmente por lo que hace con su cuerpo lo que le place. Lo que le produce ese primer encuentro playero –una separación de sí misma presentada visualmente de una manera un tanto obvia– marcará el resto del filme. Al volver a París empezará a cobrar mucho dinero por prostituirse, pero la cuestión se cortará por un asunto que no conviene develar aquí y que impacta a ella y a su familia.
Hay algo del descaro y de la forma de actuar de Isabelle que tiene que ver con poner ciertos riesgos a una vida burguesa aceitada y funcionalmente disfuncional, con una familia ensamblada con más secretos y pequeñas perversiones de las que parecen a primera vista. Ozon se entretiene mucho contando estas cuestiones familiares, de masturbaciones a amantes, de miradas esquivas a planos sugerentemente eróticos. Su cámara juega con este mundillo en el que el sexo es moneda de intercambio casi como un personaje más del relato, al punto que por momentos parece estar filmando un comercial de alguna marca de ropa… francesa.
También, es cierto, Marine/Isabelle es tan bella (a muchos colegas les resulta difícil creer que se prostituye: tendría gran éxito como modelo de pasarela) que la película parece una extensión de su forma de mirar al mundo. Claro que esa inocencia con la que entra a su nuevo “trabajo” se perderá, pero nunca de una manera cruenta ni morbosa. No es la intención de Ozon hacer una crítica social ligada a los peligros de la prostitución. Al contrario, parece entender -como Isabelle- que esa vida es mucho más atrapante, atractiva y peligrosa que mamá, papá, hermano y noviecito con buenas intenciones.
Cuatro canciones interpretadas por Francoise Hardy separan cada temporada en la vida de esta joven de 17 años, todas relativas a los temas que trata cada parte. En un momento de la película, los alumnos de la escuela a la que va Isabelle leen un poema de Rimbaud sobre tener 17 años (“On n’est pas sérieux, quand on a dix-sept ans/Un beau soir, foin des bocks et de la limonade/Des cafés tapageurs aux lustres éclatants/On va sous les tilleuls verts de la promenade…”) que también suma a la idea, persistente, de que más que hablar en concreto del sexo, lo que a Ozon le interesa es la crisis, la rebeldía y los descubrimientos de esa edad.
Vacht funciona a la perfección (en más de un sentido) en un rol que incluye escenas bastante fuertes pero que ella normaliza con una actitud segura y ocultando sus miedos, tanto de sus clientes como negándolos en ella misma. La película no profundiza mucho más en entender qué es lo que le sucede: queda claro viéndolo, por más excesivo que pueda parecer. Si bien ese romanticismo de la prostitución (la idea de que los clientes te entienden mejor que tu familia y amigos) es un poco banal y remanida, Ozon y Vacht la tornan creíble. Al menos, durante poco más de 90 minutos.
NOTA: Esta crítica fue publicada originalmente durante el Festival de Cannes 2013.