Estrenos: «La Cenicienta», de Kenneth Branagh
Dos tendencias del cine reciente se unen en esta nueva adaptación del clásico cuento de hadas, LA CENICIENTA. Por un lado, la creciente práctica de reversionar este tipo de cuentos infantiles en un plan «modernizado», transformando a figuras de estos textos en héroes o heroínas de acción, cambiando la trama de manera bastante radical y poniéndole […]
Dos tendencias del cine reciente se unen en esta nueva adaptación del clásico cuento de hadas, LA CENICIENTA. Por un lado, la creciente práctica de reversionar este tipo de cuentos infantiles en un plan «modernizado», transformando a figuras de estos textos en héroes o heroínas de acción, cambiando la trama de manera bastante radical y poniéndole un cierto acento feminista a las acciones. La otra práctica, con la que se entrecruza, es una encabezada por Disney y que los americanos ya definen como «princess power» y que parece haber explotado tras los sucesivos éxitos de FROZEN y MALEFICA. Si a esto se le suman los éxitos de sagas adaptadas de la literatura adolescente como LOS JUEGOS DEL HAMBRE y DIVERGENTE (que se estrena, extrañamente, en la misma semana aquí y que apuesta a un público un tanto mayor en edad pero que igualmente atrae a las niñas de 10-12 años), LA CENICIENTA representa la confirmación de que estamos ante otra oleada de películas de un género que trata de ser la versión «para chicas» de los superhéroes que dominan las pantallas casi todo el año, centradas en el público masculino.
De hecho, antes de este filme, Branagh –ya más dedicado a la dirección que la actuación, parece– hizo THOR para Marvel, con la cual era claro que podía manejar tanto los aspectos clásicos del cuento y darle a la vez cierta espectacularidad visual. Acaso, de todos los aportes del actor de HAMLET, el más interesante haya sido el de apegarse bastante al cuento tradicional. Sí, hay alteraciones producto de las modas de turno (un toque «feminista» por aquí, una complicación psicológica por allá, un trauma infantil dando vueltas), pero en el fondo LA CENICIENTA no es más que una clásica y bien realizada versión con actores del cuento que, escenas más o menos, podría haberse realizado en los años ’50 como una superproducción en Technicolor.
El cuento es el mismo de siempre por lo que no hace ni falta un resumen narrativo. A lo sumo, lo que lo hace más complejo (pero a la vez llegar a una algo excesiva duración de 110 minutos), es haber explorado los orígenes de las relaciones entre los personajes, como la infancia feliz de Ella (que finalmente irá volviéndose la sirvienta «Cinderella») cuando su madre vivía o la forma en la que su relación con su nueva madrastra (interpretada en plan camp por Cate Blanchett) fue transformándose y deformándose de a poco, hasta llegar a convertirse en lo que todos conocemos.
Es bastante simpático el aporte de Helena Bonham-Carter como el Hada Madrina y Branagh usa un arsenal de efectos especiales para las conocidas transformaciones de la chica, su carroza y sirvientes, esas que desaparecerán cuando den las doce de la noche. Pero más allá de esos efectos, cierta espectacularidad visual y de producción o algún atisbo de intriga política a la JUEGO DE TRONOS, el cuento se maneja dentro de los parámetros esperables con dos dignos protagonistas como Lily James y Richard Madden que son conocidos por sus trabajos en dos series a las que LA CENICIENTA parece combinar en su estilo: DONTOWN ABBEY y la citada JUEGO DE TRONOS. Es más, uno podría pensar que fueron seleccionados para hacer más fuerte esas conexiones.
Estrenada con enorme éxito en Estados Unidos la semana pasada, LA CENICIENTA abre las puertas para que Disney siga rehaciendo con actores todos sus clásicos animados hasta que, imagino, en unos años saturen el mercado. Por lo menos, en este caso, los elementos clásicos de la historia están respetados (casi homenajeados) por un realizador como Branagh, que viene de la tradición teatral shakespereana, y un equipo que incluye a los premiadísimos Dante Ferretti y Sandy Powell, en dirección de arte y vestuario. La película no intenta revolucionar el mercado del cuento infantil sino devolverle un poco de su grandeza clásica. Y, en ese sentido, el tradicionalista Branagh lo logra.