Estrenos: «Sueño de invierno», de Nuri Bilge Ceylan
Nuri Bilge Ceylan es de esa clase de cineastas que viene de la tradición de los Grandes Temas. Pero a diferencia de otros que lo precedieron en los últimos años –digamos, Theo Angelopoulos o Bela Tarr–, el realizador turco tiene la costumbre de manejarse en un perfil si se quiere más bajo, con historias pequeñas […]
Nuri Bilge Ceylan es de esa clase de cineastas que viene de la tradición de los Grandes Temas. Pero a diferencia de otros que lo precedieron en los últimos años –digamos, Theo Angelopoulos o Bela Tarr–, el realizador turco tiene la costumbre de manejarse en un perfil si se quiere más bajo, con historias pequeñas que logran su Trascendencia Temática a partir de elementos específicos de sus tramas y no por estar organizadas como Grandes Discursos sobre, digamos, “el estado de las cosas”. Es eso, entre otras cosas, lo que no le ha permitido canonizarse del todo como uno de los Grandes Autores del Cine Contemporáneo. (NOTA: esta crítica se escribió durante el Festival de Cannes 2014, antes de que la película ganase la Palma de Oro y confirmara esa «canonización»)
SUEÑO DE INVIERNO es su apuesta más directa al gran título de “cineasta contemporáneo como gran pensador de los temas que nos ocupan”, pero de todos modos el realizador turco no termina de perder la línea del bajo perfil. Las suyas siguen siendo películas-río, extensas, con pocos personajes, largas escenas y muchos diálogos, en la que los “statements” quedan disimulados bajo una impronta de realismo de procedimiento. Es una película que habla de muchas, acaso demasiadas, cosas (desde las relaciones de pareja hasta los gobiernos autoritarios, del estado de la cultura contemporánea a la situación económica y la decadencia moral de la burguesía), pero siempre lo hace desde un lugar en apariencia discreto.
Es por eso que la comparación entre el cine de Ceylan –y, especialmente, esta última película– con el teatro de Chejov se vuelve inevitable. Casi toda la película transcurre en un hotel enclavado en medio de las montañas de Cappadocia, Turquía, y son varios los que han apuntado su estructura y convenciones dramáticas propias del teatro. Es cierto que el filme de Ceylan se construye en buena medida de conversaciones y que a falta del recurso de road movie de su anterior ONCE UPON A TIME IN ANATOLIA, este filme puede parecer más propio para un escenario, pero pensarlo de ese modo es muy reduccionista. El poder del cine de Ceylan es explícitamente cinematográfico, está en la manera en la que su cámara observa a sus personajes, en cómo esos largos diálogos y/o discusiones cobran una verdad que solo puede ser tal gracias a la cámara.
Son más de 200 minutos centrados en la vida del dueño de ese hotel, Aydian (Haluk Bilginer), un ex actor, actual escritor y periodista que es también heredero de una enorme cantidad de tierras, incluyendo el hotel en cuestión. Allí vive con su esposa, Nihal (Melisa Sozen), con la que no se lleva demasiado bien. Y a lo largo del filme los veremos interactuar con varios personajes más: huéspedes, su “capataz”, su hermana y varios pobladores de los pueblitos que rodean la zona. La “trama” se lanzará, literalmente, como un piedrazo. Es el que un niño tira contra el auto en el que Aydian viaja. Esa agresión, para el conductor inexplicable, desatará lo que terminará convirtiéndose en el tema del filme: su descubrimiento de su lugar como figura odiada en ese hábitat.
Es que el culto y refinado Aydian no es del todo consciente ni de su lugar en ese mundo ni de las consecuencias de sus actos, escondiéndose acaso bajo la pátina de la alta cultura que lo rodea y a partir de la cual se siente diferente a los demás y capaz de entender todo lo que sucede. Es evidente que no puede y de a poco se irá dando cuenta que ni los que trabajan para él, ni los habitantes del pueblo, ni su propia mujer lo admiran o respetan como él cree o espera.
La película consiste en largas escenas/diálogos que van cerrándose sobre el personaje, sobre su caída en desgracia. Al principio las conversaciones parecen de sobremesa: gente que se cruza en el lobby del hotel, viajes y caminatas para hablar sobre, digamos, “el estado de las cosas”. A partir de la hora de narración Ceylan empieza a centrar su foco en cosas específicas y en las consecuencias ligadas a ellas. Lo que sucede con el piedrazo, los deseos de su esposa de hacer beneficencia, la relación de Aydian con su hermana y, especialmente, la puesta en claro de la muy frágil unión matrimonial que mantiene con su esposa, algo que saldrá a la luz con mucha potencia dramática en una larga escena de discusión que ambos mantienen y que dura por lo menos media hora.
En esa discusión –y en las decisiones posteriores de la pareja– se ve no solo la fragilidad de su relación sino la tenue y equivocada idea que el protagonista tiene respecto de su lugar en ese mundo que controla como un déspota cultivado. Es esa toma de conciencia –que ese “bien” que él cree estar haciendo no se lee como tal por los demás– la que produce el nudo dramático del filme. Y es, también, la que le da a la película sus resonancias políticas. Algo similar pasa con su mujer, que también tendrá un shock cuando –casi como si fuera la esposa de un clásico gobernante– crea que pueda solucionar problemas sociales y personales con dinero de beneficencia.
En esos bellos y oscuros escenarios, con el frío dominándolo todo de a poco pero inevitablemente, es que Ceylan juega sus pasos de baile dramáticos. Son diálogos y encuentros –enfrentamientos, casi– que sacan a la luz grandes temas, pero también sirven para construir personajes riquísimos en complejidad y ambigüedad. La combinación de esos factores –el poder emocional que Ceylan logra al final de los 200 minutos de relato– sirven para conformar una película notable, una a la que los premios no le quedarán grandes más allá de que evidentemente ha venido a buscarlos.
Otra joya de Ceylan y de la cinematografía turca, que a bien celebró su centenario el año pasado con el reconocimiento a esta cinta en Cannes.
Después de tanta paja mental con el tío Óscar y sus pelis, bienvenida esta bocanada de aire fresco. Y pensar que llega con tanto retraso. Parece que era más rentable la banalidad de un francotirador…
Si, me encanta la pelicula, pero metio apenas 220 espectadores en un dia.
Asi no hay estreno que se sostenga…
Ni modo. Saludos