Festival de Beijing: «El comienzo del tiempo», de Bernardo Arellano y «El silencio del río», de Carlos Tribiño
El jueves concluyó el Festival de Beijing –para el que trabajo y en donde sigo estando unos días más– cuyo triunfador resultó el filme mexicano EL COMIENZO DEL TIEMPO, de Bernardo Arellano. El equipo del filme recibió el premio de parte del presidente del jurado Luc Besson y de Jackie Chan, uno de los tantos […]
El jueves concluyó el Festival de Beijing –para el que trabajo y en donde sigo estando unos días más– cuyo triunfador resultó el filme mexicano EL COMIENZO DEL TIEMPO, de Bernardo Arellano. El equipo del filme recibió el premio de parte del presidente del jurado Luc Besson y de Jackie Chan, uno de los tantos invitados especiales a la impactante ceremonia de cierre, en la que uno podía cruzarse con varias estrellas del cine asiático. Por ser parte de su organización no me corresponde –o no me parece del todo ético– analizar o juzgar el festival en si, aunque en breve escribiré sobre mi experiencia en Beijing, por lejos la más impactante y sorprendente de todos los viajes laborales que he hecho. Pero este no es el lugar ni el momento, además, porque la experiencia aún no ha concluido. Les dejo, sí, las críticas de las dos películas latinoamericanas que estuvieron aquí: la mexicana que ganó y la muy buena EL SILENCIO DEL RIO, que venía de triunfar en el Festival de Cartagena pero no obtuvo premios aquí. Las «crónicas chinas» quedarán para la vuelta, una vez que la noche vuelva a parecerse al día y viceversa.
EL COMIENZO DEL TIEMPO, de Bernardo Arellano (México)
Los ancianos que protagonizan EL COMIENZO DEL TIEMPO son seres que el tiempo parece haber olvidado. Viviendo en un departamento sencillo, con poca capacidad para movilizarse y apegados a sus rituales cotidianos, parecen sostenerse a duras penas económicamente y con el afecto que se tienen el uno por el otro. Pero la situación se complica cuando el gobierno mexicano, para afrontar una crisis económica, suspende las pensiones dejando a esta pareja ante la difícil tarea de mantenerse por sí misma sin ayuda alguna del Estado.
Antonio y Berta no pueden contar tampoco con su familia, ya que por motivos que no se explican pero que se intuyen su hijo no los ve hace años y casi no conocen a su nieto. Tienen algunos vecinos y amigos que cada tanto los visitan pero que no pueden ayudarlos con dinero. No les queda otra, entonces, que salir a la calle, con sus dificultades para moverse, a vender los tamales que Berta hace en su casa. Dos personas que, en el final de sus vidas, deben empezar de cero, solos, hasta que por una casualidad se reencuentran con su nieto. Y ese encuentro marca la posibilidad de un nuevo comienzo para toda la familia y una conexión de dos generaciones que, aunque están alejadas en sus historias, pueden tener más cosas en común de lo que suponen.
En un tono que mezcla el drama humano con toques de comedia, EL COMIENZO DEL TIEMPO intenta plantear la posibilidad de un puente generacional en el que los lazos humanos contengan a las personas frente a las más duras circunstancias. En principio son más los problemas que los beneficios, ya que la presencia del nieto altera la vida de los ancianos pero para peor, ya que es mucho más indolente y despreocupado que ellos, prefiriendo no hacer nada todo el día. Pero de a poco irá cambiando, ya que esa soledad de los más viejos y los más jóvenes, esa zona en la que la desesperanza se mezcla con la posibilidad de darse una nueva oportunidad en la vida, es lo que los conecta. Humanamente, en principio. Y luego hasta políticamente, ya que son las dos generaciones que primero sufren las consecuencias de las crisis económicas.
Arellano filma este encuentro con delicadeza y humor, encontrando en los detalles y en las sutilezas los momentos más ricos de ese curioso y traumático despertar a la vida. Los encuentros con los amigos, las disputas entre Berta y Antonio, los malos entendidos con su nieto son todas situaciones que el director maneja con sobriedad y elegancia, sin dejar nunca que la película se le vaya de las manos hacia el exceso sentimental ni hacia los apuntes más obvios y lugares comunes. Es una historia humana, pequeña y reconocible, que parte de lo local para transformarse en universal.
EL SILENCIO DEL RIO, de Carlos Tribiño (Colombia/Uruguay)
Anselmo empieza a perder su inocencia cuando muere su padre. A los doce años, el mundo tal como lo conoce se termina. Solo que él todavía no lo sabe y aunque su madre le encargue una tarea para hacer, Anselmo prefiere irse a nadar, sin tomar conciencia que ahora debe ser el sostén de la familia. El río y las montañas están ahí, escenarios perfectos para seguir estirando la infancia, y es más tentador meterse en el agua a perder el tiempo que hacerse cargo de la realidad.
Pero el mundo es más grande y complicado que el río, las montañas y el paquete que debe entregar Anselmo. La violencia política y social que ha envuelto a Colombia a lo largo de las últimas décadas está rondando, de las maneras menos pensadas. Y cuando el chico sale a nadar se la topa, de lleno, en la forma de un cadáver flotando el río. Al cuerpo se lo lleva la corriente y cómo nadie parece prestarle atención, un poco como un juego y otro poco por curiosidad, Anselmo decide seguirlo, ver hacia dónde va, como persiguiendo el fantasma de su padre muerto.
En un juego de montaje que más adelante probará no ser tan paralelo como puede pensarse (una de las ingeniosas y elegantes decisiones de edición del filme, del montajista y también productor uruguayo Fernando Epstein), Epifanio, un hombre mayor, va viendo como la vida en su pequeño pueblo va desapareciendo. La presión de las fuerzas paramilitares y de la guerrilla se siente con la expropiación de tierras y muchos pobladores van abandonando el lugar, cuya belleza exterior la cámara de Alejandro Vallejo captura en todo su esplendor.
Ese paisaje bucólico, sin embargo, no logra esconder la violencia y la pobreza que atraviesa la zona. Si bien nunca se explica en el filme, los campesinos son víctimas inocentes de una batalla política que los atraviesa sin pedirles permiso. Y pese a que sueñan con permanecer en sus pueblos, la situación se les vuelve muy difícil de soportar. Pero Epifanio intenta quedarse y afrontar las consecuencias. “La única tierra buena es la que uno nace”, dice.
EL SILENCIO DEL RIO está marcada por esa relación silenciosa entre Anselmo y Epifanio que, sin imaginarlo, terminarán siendo parte del mismo viaje. Las aguas que corren llevan el fin de una vida y el comienzo de otra hacia destinos impensados pero, a la vez, circulares. El río avanza, pero las vidas de los pobladores gira sobre sí misma, sin salida aparente a una situación de miseria y violencia.
Lo que Tribiño logra es transformar esa trama de película social en un relato de iniciación, en una historia de familias rotas, de destrucción y reconstrucción, de homenaje al silencioso empeño y a la dolorosa lucha de los campesinos en un país surcado por la violencia, el miedo y el silencio. Son víctimas de circunstancias que los superan, pero tal vez puedan ser los encargados de empezar a cambiar las cosas, simplemente preocupándose por las vidas de los otros.
EL SILENCIO DEL RIO es una película bella, triste y silenciosa, que transmite elocuentemente una sensación de lugar: el agua que corre, el cielo abierto, los montes verdes que le dan un color particular pero que esconden secretos. Es la historia de un niño que, como en las fábulas infantiles, un día salió a jugar y se dio cuenta que el mundo era un lugar más oscuro y difícil de lo que creía. Pero que, de todos modos, supo que aún en las peores circunstancias siempre puede haber un espacio para la solidaridad y el amor por el prójimo.
Felicidades por esa experiencia maravillosa de ser parte de un festival en China. Me sumo a quienes queremos leer esas «crónicas chinas». Espero no me guarde rencor alguno y deje de tomarse como algo personal mis críticas, puesto que en el fondo lo estimo.
Saludos,Q. M.