TV: «Mad Men – Severance»
Tengo la impresión que la última temporada de MAD MEN me va a hacer recordar esas situaciones en las que una pareja que vive junta hace mucho tiempo se separa. Imagino (¿recuerdo?) esos días en los que, ya definido entre ambos que la situación no da para más, uno o el otro empieza a armar […]
Tengo la impresión que la última temporada de MAD MEN me va a hacer recordar esas situaciones en las que una pareja que vive junta hace mucho tiempo se separa. Imagino (¿recuerdo?) esos días en los que, ya definido entre ambos que la situación no da para más, uno o el otro empieza a armar las valijas, a llevarse sus cosas, a separar libros, discos, películas, muebles, lo que sea. Imagino que no es una separación violenta sino una consensuada, a la que se llegó luego de incontables esfuerzos por tratar de que las cosas «estén mejor». Pueden ser horas, días o semanas lo que dure la separación, pero la sensación es similar, la de ir despidiéndose de a poco de personas, objetos y recuerdos que formaron parte de la vida de uno durante mucho tiempo. Imagino a ambos atrapados en una suerte de melancolía que les hace por momentos dudar si están haciendo lo correcto, si tal vez no sería mejor seguir adelante, como sea, aún a riesgo que las cosas sigan empeorando indefinidamente.
Viendo el primer episodio de la última minitemporada de la serie creada por Matthew Weiner sentí que se trataba de una larga despedida a un grupo de viejos amigos, colegas, rivales o enemigos con los que hemos aprendido a encariñarnos, atesorando cada momento, gesto o palabra como si fuera uno de los últimos, tratando de entender todas sus implicancias. Ya lo escribí muchas veces. A diferencia de la mayoría de las series célebres de las últimas décadas, a MAD MEN no la corre un suspenso de vida o muerte, no hay nada que deba resolverse sí o sí para llegar a destino. Podría terminar como termina un día común en la oficina y nada pasaría. Ellos seguirían estando allí, solo que no serían más sus desventuras transmitidas por televisión.
Entiendo, igual, que la lógica de las series televisivas nos hace esperar que algo suceda al final que de un cierre a la historia y que se transforme en una suerte de sentencia, metáfora o discurso sobre lo que Weiner nos quiso decir todo este tiempo acerca de Don, Peggy y compañía. Casi que espero que nada raro ni grave suceda y que, siguiendo su propia lógica la serie termine como el poema de Eliot, «not with a bang but a whimper». Como la despedida de esa pareja: cada uno sigue por su lado, tranquilamente, y tratamos de que solo nos queden los mejores recuerdos.
«Severance», el octavo episodio de esta temporada, parece incluir una propia nostalgia de la serie por sí misma, por sus viejos tiempos. Desde la elección musical (Peggy Lee aparece dos veces en una temporada que venía trayendo Jim Hendrix, The Zombies y The Hollies, entre otras bandas más contemporáneas a los tiempos que son narrados, en este caso principios de los ’70) hasta la atmósfera entre jovial e inocente, que traslada al colorido de la época cierto espíritu de una década atrás: un machismo excesivo, un Don «fiestero» y, al menos al principio, menos deprimido que en la temporada anterior, y un cierto relajo respecto a las presiones laborales, si bien esto está más ligado al dinero que ingresó en la compañía por su venta a McCann Erickson que a otra cosa.
No sabemos muy bien cuál de todos los disparadores que se ponen en marcha en el episodio tendrán efectos sobre el final (SPOILER ALERT): si el despido de Ken con su consiguiente y acaso vengativa vuelta de tuerca, la agresión verbal machista de los ejecutivos de McCann a Joan (ahora al borde de lo insoportable en su rol de «nueva rica»), si el nuevo posible romance de Peggy o, más previsiblemente, la recaída en plan bajón de Don tras enterarse de la muerte de su ex pareja ocasional Rachel Menken, sumado a un bizarro affaire con una camarera de un bar que se parece un poco a ella, conexión de situaciones –con un sueño mediante– que llevó al episodio a un terreno casi surrealista y sin necesidad de escena de droga alguna.
Nada de eso aparece como cataclísmico, pero nunca nada lo es en MAD MEN de entrada. Los «cataclismos» son en tono menor: no hay mafiosos esperando atrás de una puerta ni bombas a punto de explotar. Hay un comentario de Joan a Peggy que la hace cambiar de idea con respecto a una cita, hay un sueño premonitorio y perturbador de Don, un comentario ácido de la esposa de Ken o de una chica a la que no vemos que le prueba vestidos a Joan. Esas pequeñas cosas pueden generar los imprevisibles cataclismos que hacen cambiar la vida de las personas.
Todos esos elementos entraron en juego, sí, pero todavía falta ver a las ex esposas y los hijos de Draper, supimos muy poco de Pete y de Ted, y es imaginable que algunos otros personajes hayan desaparecido por completo, ya que pasaron unos nueve meses desde el cierre de la temporada anterior y las cosas cambiaron, empezando por los bigotes de Roger Sterling. El clima casi festivo –los castings que derivan en conquistas sexuales, la secretaria de Don pasándole su lista de citas, casi ninguna profesional– sorprende de entrada pero a mitad del episodio, luego que Draper se entera de la muerte de Rachel y va a su velorio (otro gran momento interpretativo de Jon Hamm), el tono vuelve a su estilo reciente y el mood se va oscureciendo más y más para terminar con el ya clásico plano de la cámara que se aleja y va dejando a Don solo y separado del resto de los mortales, en este caso en un diner, lo que le da aún más un aspecto Edward Hopper a toda la situación.
MAD MEN recién empezó y ya se termina. Cada minuto que pasa es un disfrute y, a la vez, un minuto menos para seguir en su compañía.
PD. Acá, my playlist de la séptima temporada
Comienza la cuenta regresiva. Te vamos a extrañar Mad Men.
Me vas a hacer llorar… ;)
d
Me gustó mucho el primer párrafo porque es parte de lo que sentí mirando este episodio. Parece que Mad Men se va pero volviendo sobre si misma.
Vamos a extrañarla mucho. Mucho.
La parabola de Ken es el eje de este capítulo, en donde el tema principal, para mi, es el dinero, el «sueño» americano funciona y no funciona para nada.
La idea básica de Mad Men es que toda relación mediada por el dinero es una forma de prostitución, pero, a estas alturas de la historia, es necesario adoptar una postura: ¿la prostitución es inherente al dinero o a quien hace uso?
Aunque hay personajes que escapan a este concepto, personajes mas ingenuos: ¿Cómo es que Cynthia no entiende que Ken nunca va a renunciar a un trabajo que le costó, literalmente, un ojo de la cara? ¿Y cómo Peggy no entiende que Joan no se está quejando del precio del éxito, sino del hecho de que las cuotas que tiene que pagar por «eso» no se terminan más?
Me vi toda la serie en pocos meses casi a proposito para poder seguir los capitulos finales por aca.
Hasta el proximo capitulo…