Cannes 2015: «Cemetery of Splendour», de Apichatpong Weerasethakul
El cine de Apichatpong Weerasethakul me produce calma, algo parecido a la paz interior o como gusten llamarlo. En medio de un festival, especialmente, cuando uno está viendo una película y ya pensando en llegar a tiempo a la siguiente –y preferentemente poder escribir algo en el medio– solo hace falta un plano suyo para […]
El cine de Apichatpong Weerasethakul me produce calma, algo parecido a la paz interior o como gusten llamarlo. En medio de un festival, especialmente, cuando uno está viendo una película y ya pensando en llegar a tiempo a la siguiente –y preferentemente poder escribir algo en el medio– solo hace falta un plano suyo para que se produzca ese efecto mágico, casi hipnótico. No sé bien que es, pero se me ocurren algunas ideas. El sonido ambiente, muy bajo y con el viento y la naturaleza de fondo. La forma casi susurrada en la que hablan casi todos. La forma en que la cámara se mueve por momentos casi imperceptiblemente. El uso de la luz. O todo eso junto, combinado. Hay algo que provoca un efecto sedativo, trascendente.
Entiendo que para algunos eso se transforma en aburrimiento o desinterés, que prefieren que el cine les provoque el efecto contrario: tensión, ansiedad, anticipación, suspenso, angustia, miedo. Me parece respetable y a mí también me fascina cuando el cine puede provocarme eso. Pero cuando me acerco a las películas del director de BLISSFULLY YOURS me entrego a un viaje mágico, susurrado y seductor, potente pero respetuoso, poético de principio a fin.
Hay quien dice que Weerasethakul se repite en CEMETERY OF SPLENDOUR, que no entrega nada nuevo. No lo sé y creo que no me importa en este caso. Pensando en esa idea –y en una discusión que tuve con un fastidiado colega post-proyección– se me ocurrió decirle que el problema era que a él le gustaban más las películas que el cine y que a mí me pasa al revés. Tal vez fui un poco tajante o pretencioso, pero en algún sentido siento que es cierto, que a esta altura de mi vida de espectador me interesan menos las historias, las tramas y hasta los personajes que las formas, las figuras, los espacios, los climas. Creo que las historias están prácticamente agotadas pero el lenguaje audiovisual es inagotable.
La película de Apichatpong se centra en un hospital en el que se atiende principalmente a soldados que sufren la llamada enfermedad del sueño, una suerte de coma que los tiene todo el día durmiendo pero que, de todos modos les permite de vez en cuando despertarse, comer algo, salir tal vez a pasear para caer dormidos en el momento menos esperado y pasar así tiempos inmanejables. Hay una mujer que es voluntaria de ese centro, que tiene un problema de salud (nació con una pierna mucho más corta que la otra) y que se involucra en el cuidado de uno de esos soldados. Hay otra, que al tocar a las personas puede conocer sus vidas pasadas y que fue tentada por la CIA (¡?) para usar sus talentos. Y el soldado en cuestión que de a poco empieza a despertar al mundo. Y hay apariciones de estatuas religiosas convertidas en sensuales mujeres y esas cosas que solo pasan en el mundo de A.W.
El filme se compone de sus conversaciones, sus charlas, sus paseos y sus silencios. Discretamente van saliendo a la luz algunos temas: el cementerio de dioses que da título al filme y sus implicanacias, las diferencias culturales entre las distintas regiones de Tailandia, los traumas que han dejado a esos soldados en estado de sonambulismo y, como siempre, las conexiones con vidas pasadas que se hacen presentes de las maneras menos esperadas.
Es un filme de imágenes casi etéreas, mágicas, si bien es más «realista» que los últimos títulos del director con las usuales situaciones mundanas que chocan con el lirismo de ese universo casi mágico. Una luces de neón que cambian de color permanentemente, masajes de todo tipo que producen efectos emocionales insospechados, paseos, comidas y visitas al cine, momentos cómicos inesperados y hasta algunos números «coreográfico/musicales» (uno de ellos, sin música). Todos esos momentos que uno recuerda como soñados más que vistos al terminar la película o ahora escribiendo sobre ella son los que hacen a su cine algo mágico, que nos atrapa subliminalmente, tocando alguna zona del intelecto, la memoria o el inconsciente que ni siquiera sabemos que tenemos pero que están ahí, para ser reveladas, iluminadas, por este extraordinario cineasta tailandés.
a esta altura de mi vida de espectador me interesan menos las historias, las tramas y hasta los personajes que las formas, las figuras, los espacios, los climas. Creo que las historias están prácticamente agotadas pero el lenguaje audiovisual es inagotable.
CELEBRO LEER ESTO – ABRAZO
:)
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