Cannes 2015: «Louder Than Bombs», de Joachim Trier
Dos líneas históricas de la filmografía hollywoodense se cruzan en este filme de Joachim Trier, el primero que el director noruego de REPRISE hace en Estados Unidos. Por un lado, la gran saga de «la vida suburbana», que lo une a títulos como BELLEZA AMERICANA y GENTE COMO UNO. Por otro, el clásico primer filme […]
Dos líneas históricas de la filmografía hollywoodense se cruzan en este filme de Joachim Trier, el primero que el director noruego de REPRISE hace en Estados Unidos. Por un lado, la gran saga de «la vida suburbana», que lo une a títulos como BELLEZA AMERICANA y GENTE COMO UNO. Por otro, el clásico primer filme de director europeo en Estados Unidos, ese en el cual se mezclan la admiración y la distancia, y en el que se ofrece una mirada relativamente original a mundos ya vistos pero por ojos locales. Las dos líneas funcionan por momentos pero nunca fluyen del todo bien en LOUDER THAN BOMBS, un filme estudiado, preciso, analítico y seco, uno que se anuncia a sí mismo como más importante y original de lo que realmente es, y uno que busca contar más cosas de las que puede, debe o sabe. Uno tiene la impresión que la película podría haber sido mejor si Trier seguía una o dos de las líneas narrativas de su filme en vez de intentar contar cinco a la vez por la mitad. El que mucho abarca, como dicen…
De todos modos, la película tiene algunos momentos, personajes y situaciones creíbles y reales, humanas, de esas que hacen que aún cuando se vean los mecanismos de relojería del filme uno lo siga con interés. La historia es la de una familia que atraviesa el duelo por la muerte de la madre. Isabelle Huppert encarna a una fotógrafa que se mató en un accidente de auto unos años antes (accidente que podría o no ser suicidio) y su familia atraviesa las consecuencias de ese durísimo golpe. El marido (Gabriel Byrne) trata de conectar con el hijo menor, adolescente, sin lograrlo. El vive en su cuarto, con sus videojuegos de guerra y lidia así con el dolor por la muerte de la madre y el fastidio por la preocupación de su padre. Por otro lado, Jesse Eisenberg interpreta al hijo mayor, casado y con un hijo recién nacido, que vuelve al hogar para poner en orden las cosas de su madre y termina quedándose más tiempo de lo que suponía.
Cada uno, a su vez, tiene un affaire amoroso o pendiente situación sentimental, o romance imposible, lo cual vuelve al grupo protagónico en un clan demasiado numeroso como para poder ser valorado, apreciado y contado en profundidad. De todas esas historias paralelas –de padre, madre, hijos, parejas y amantes– la más interesante y lograda es la del adolescente, enamorado de una «chica popular» de la escuela, de esas que –su hermano se lo dice claramente– jamás le van a prestar atención. «En la universidad la cosa mejora», le dice. La relación entre los hermanos es, también, la mejor zona del filme, si bien algunos detalles de esa parte son un poco difíciles de creer.
Obviamente que los viajes cruzados y en paralelo de los personajes (y los flashbacks a la vida de la madre) terminarán acercándose y los conflictos tomarán más fuerza, pero siempre hay una estudiada distancia que hace que la película nunca termine de emocionar, que haya más guión que verdad en cada una de las situaciones. Hay un plano raro, muy largo, del rostro de Huppert que Trier deja casi como un homenaje a la fuerza de esa mirada. Y ahí queda en evidencia lo interesante y lo problemático a la vez de la película: el rostro tiene esa verdad que a la película le falta, pero en la manera calculada que Trier lo deja estar (fuera de la lógica narrativa de todo lo que se vio antes) se siente más el «gesto técnico» –dirían los comentaristas de fútbol– que la supuesta verdad que quiere transmitir.