Estrenos: «Historias de caballos y hombres», de Benedikt Erlingsson
Es difícil no pensar en RAMS, la reciente ganadora de la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes cuando se ve HISTORIAS DE CABALLOS Y HOMBRES, la película del islandés Benedikt Erlingsson. En realidad, debería ser al revés: es muy probable que el director de la primera haya tomado como inspiración este éxito del […]
Es difícil no pensar en RAMS, la reciente ganadora de la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes cuando se ve HISTORIAS DE CABALLOS Y HOMBRES, la película del islandés Benedikt Erlingsson. En realidad, debería ser al revés: es muy probable que el director de la primera haya tomado como inspiración este éxito del 2013 a la hora de hacer su película, también islandesa, y centrada en la relación entre hombres y ovejas. Los parecidos son muchos, casi excesivos.
Acaso porque las vi en el orden contrario tengo la sensación de que RAMS es mejor película: más concentrada y potente, menos «folkie». Sin embargo, HISTORIAS DE CABALLOS… supera también lo que parece una premisa un tanto ñoña gracias, básicamente, a un director que entiende que la mejor manera de contar su historia es mediante recursos puramente audiovisuales, dejando el diálogo en lo mínimo indispensable. Lamentablemente, el uso de la música por momentos atenta contra esa sutileza ya que remarca demasiado los tonos del filme, lo que se supone que el espectador debe sentir o entender ante cada escena. Pero es un problema relativamente menor.
HISTORIAS… es una película de viñetas, de pequeños relatos cruzados que en menos de 80 minutos nos cuentan las vidas de un grupo de habitantes de una aislada aldea en el medio de Islandia que viven y aman a sus caballos, y a quienes usan también de maneras inesperadas, entre crueles y amorosas. Hay un jinete de una hermosa yegua blanca que en medio de su orgulloso recorrido vive una situación bastante incómoda cuando un a un caballo de la zona se le ocurre montarse a la yegua en cuestión con el jinete como muy cercano testigo. Hay una mujer a la que ese jinete le interesa, pero tal vez él tiene ojos para otra.
Está el borracho del pueblo que es capaz de montarse a su caballo y meterlo en el mar con tal de alcanzar un barco pesquero ruso y conseguir de ellos unas botellas de vodka con consecuencias que terminan siendo imprevistas. Hay un trabajador latinoamericano (su acento me parecía colombiano) que queda atrapado en una nevada con su caballo y se ve forzado a tomar una decisión drástica, en la escena que tal vez más recuerda a la citada RAMS. Y hay otro típico personaje de pueblo chico que se le da por cortar los cercos de alambre que separan un campito de otro para hacer pasar a sus caballos, también generando una serie de problemas.
Lo más notable de este cuentito un tanto folklórico no está tanto en las metáforas con las que el director intenta separar el comportamiento animal del humano –las que podrían resumirse burdamente como «los animales son más humanos» o bien, «los humanos son unos animales»– sino la manera en la que la película está contada. Los primeros planos de los ojos de los caballos, los silencios y miradas de ellos o de las personas que explican casi todo lo que pasa sin el uso de la palabra (de hecho, cuando se usan palabras tienden a confundir, como pasa con los pescadores rusos o con el trabajador latino, que no se entienden bien y ponen en riesgo sus vidas por eso), la confianza en el uso del plano largo. Todo apunta a que Erlingsson estuve estudiando AL AZAR BALTAZHAR, de Robert Bresson. Y, al menos en ese aspecto de su comedia dramática, logró acercarse un poco al maestro.