TV: «True Detective 2 – The Western Book of The Dead»
«El Infierno no tiene límites, ni está circunscrito por nada. Doquiera que nosotros estamos está el Infierno y donde el Infierno esté siempre hemos de hallarnos nosotros» Mephistopheles en EL DOCTOR FAUSTO, de Christopher Marlowe. «Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza» LA DIVINA COMEDIA, de Dante Alighieri Bienvenidos al fin del mundo, compañeros. […]
«El Infierno no tiene límites, ni está circunscrito por nada. Doquiera que nosotros estamos está el Infierno y donde el Infierno esté siempre hemos de hallarnos nosotros»
Mephistopheles en EL DOCTOR FAUSTO, de Christopher Marlowe.
«Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza»
LA DIVINA COMEDIA, de Dante Alighieri
Bienvenidos al fin del mundo, compañeros. O, como le decimos por aquí, al cerebro de Nic Pizzolatto, el creador de TRUE DETECTIVE. Como bien sabrán, si hay algo claro en el universo de este novelista, guionista y creador de esta serie de televisión, es que no hay lugar para la esperanza en este mundo, que «la noche es larga y está llena de terrores» y que, en el caso de que no quede claro en el espíritu de la pieza, los personajes deben decirlo, una y otra vez para que no queden dudas. TRUE DETECTIVE es tan implacable en su visión, tan programática, que es difícil encontrar aire para respirar alrededor. Es «un viaje a lo profundo de la noche» por una autopista que no conduce a ningún lado. Es, por decirlo de otro modo, un catálogo de figuras clásicas del policial negro con el volumen puesto en 11.
Lo particular y lo curioso de las llamadas «series de antología», esta modalidad clásica de la televisión norteamericana que está empezando a reaparecer cada vez más (desde AMERICAN HORROR STORY a FARGO), se diferencia de las series comunes y de las miniseries en el sentido que conserva un título, un tono y un modo entre temporadas, por más que cambien las tramas y los elencos. Si encima, como en este caso, el autor/creador es el mismo a lo largo de todas las temporadas, no se diferencia tanto del formato de autoría cinematográfica: es la obra que refleja la visión del mundo de una persona. La diferencia con el cine, si se quiere, es que su eje temático –en este caso, detectivesco– obliga a que esa visión esté circunscripta siempre a un mismo tipo de universo. Y, como Pizzolatto no dirige sino escribe, finalmente a lo que se termina pareciendo es a un viejo y clásico creador de policiales negros, una especie de Jim Thompson de la televisión.
La segunda temporada tiene el problema –al menos de entrada, ya que vi un solo capítulo– de superponer el estilo a lo que tiene para contar. Da la sensación que la visión de Pizzolatto y sus obsesiones son tan claras y contundentes, que puede cambiar una historia de dos investigadores de Louisiana a una de cuatro personajes metidos en un conflicto californiano a la BARRIO CHINO que en el fondo todo será igual: los protagonistas tendrán las mismas obsesiones y problemas, los villanos también, las metáforas visuales serán similares y habrá siempre lugar para sentencias contundentes sobre el vacío, la nada y la inutilidad de todo esfuerzo. Autopistas reemplazan a rutas, el whisky a la cerveza, una perversión sexual cambia por otra, hay traumas por doquier, matrimonios destrozados y la sensación de que no hay salida de este infierno y que lo único parecido a la salvación es un grupo de terapia entre las almas destrozadas que lo protagonizan. No muy diferente aunque todo parezca diferente.
Todo eso hace que una historia potencialmente interesante –no pierdo las esperanzas y claro que la seguiré viendo– se vea, por momentos, como una especie de parodia involuntaria de la anterior temporada, como si un grupo de comediantes estuviese haciendo un sketch para SATURDAY NIGHT LIVE de los tantos que se hicieron en la primera. La presencia en ese sentido de Vince Vaughn no ayuda. Si bien aparece en principio como el personaje menos torturado de todos, su historial como comediante nos lleva a ver muchas veces a TRUE DETECTIVE 2 de esa manera.
El personaje de Matthew McConaughey en la temporada anterior, más allá de sus excesos, era una creación relativamente original. Excedida, pero bizarra. Aquí da la sensación que es su filosofía del mundo la que se le impone a personajes que tienen un historial parecido pero tal vez no han usado todo ese tiempo en buscar oscuras citas literarias y combinarlas con algún tipo de filosofía pseudo-nietzscheana. El policía alcohólico-corrupto-traumado-violento que encarna Colin Farrell es más un catálogo de calamidades que un personaje (y encima ese bigote, Dios!). El policía de calle, veterano traumado de la guerra, sexy y joven, pero perturbado a la enésima potencia que hace Taylor Kitsch parece también un cliché elevado a la décima potencia y Justin Lin –director de algunos de los episodios– lo filma con primeros planos que exacerban aún más esa condición. El personaje del malvado barón de los negocios inmobiliarios que hace Vince Vaughn lo hemos visto mil veces pero al menos allí hay un grado de discreción en la exposición psicoanalítica y una actuación más medida y verosimil.
Nos queda Rachel McAdams, como la otra policía en cuestión que al final del episodio queda «enganchada» a los otros deprimidos de turno en una investigación que promete más alcohol, más violencia, más perversidades sexuales bizarras, más autopistas y motocicletas, más caras de «acabamos de perder la final del Mundial y quiero matar a alguien» y más sentencias sobre el caos irrecuperable que es el mundo y que somos nosotros, quienes lo habitamos. Su personaje es, si se quiere, un tanto más original. Primero, por el hecho de ser mujer. Segundo, por algunas de las contradicciones expuestas en el episodio. Es de esperar que el centro de gravedad de la serie pase más por ella que por los otros, aunque la presencia de su padre-gurú (David Morse) y el nombre completo de su personaje (Antígona, oops, aunque se hace llamar Ani) hace prever caminos terribles.
La trama policial, lo decía antes, es potencialmente interesante, prima hermana de los policiales negros clásicos de California, de Dashiel Hammett al reciente VICIO PROPIO, de Thomas Pynchon (la escena en la que el personaje de McAdams visita a su padre en un centro espiritual californiano, parecía extraida de la película de Paul Thomas Anderson) pasando por toda la línea «explotación de la tierra» clásica a esos territorios fílmicos/literarios, pero el tono deberá variar un poco –airearse, liberarse, relajarse, desprogramarse– si la idea es crear algo valioso en sí mismo. La canción interpretada por la cantante country Lera Lynn en un bar deprimente casi al final del episodio, titulada «This is My Least Favorite Life«, no apunta a pensar que las cosas van a cambiar demasiado… Eso sí, si al menos el tono de la serie nos permite más canciones de Leonard Cohen y Nick Cave, podemos perdonarle algunas cosas…
Empecé a verla con cierta desconfianza, ya que muchas personas me habían hablado entre regular y mal del 1er cap. Pero la verdad es que me sorprendió para bien. No me parece que tenga diálogos o monólogos tan grandilocuentes como los de la temporada anterior. Me parece que los personajes van a ir encontrando su esencia y se transformarán en lo más interesante de la serie, ya que la trama (ya con dos caps.) se me está tornando un poco confusa (muy parecido esto a la de Vicio Propio, por lo confusa digo) y poco atractiva u original. La chica que canta (¿tiene un contrato full time en el bar?) es lo que más repruebo; me produce el mismo desagrado (por lo maníqueo) que el baterista de Birdman.
Aparte las letras de sus temas son como un catálogo de miserias y angustias.
Se ve que cada vez que lo ve entrar a Colin Farell al bar le sale una de esas canciones.
Se comenta que el resto del día hace covers de Katy Perry ;)
Muy bueno!!!